El otro día, escribiendo este artículo titulado «Volver a competir con un R5» me acordé de mi primer cuñado, aquel chico alto que no cabía en su SEAT 600, que fue marido de mi hermana mayor. El 600 de Fernando era un tres plazas, porque entre el respaldo de su asiento y la banqueta del asiento posterior no corría el aire.
Fernando debe de tener unos 10 años más que yo y viajaba de Tarragona a Barcelona en su 600 sin pisar la autopista. No era sólo para ahorrarse el peaje, que posiblemente también. El motivo principal era que le gustaba conducir y pasar por las curvas del precioso puerto del Ordal con el pie a fondo y la marcha que correspondiera, máximo cuatro, llevando las revoluciones al máximo.
Alguna vez viajé con él por esa carretera. El pobre 600 no se ganaba ni un respiro. Apuraba cada marcha, desde la salida hasta la llegada. Si coincidía, mis padres hacían el mismo recorrido, pero pasando por la autopista, que estaba limitada a 120 km/h (como ahora y estoy hablando de hace 50 años) y por la que nosotros íbamos a 130 km/h. Casi un 10% de margen. Más de una vez, Fernando nos adelantó antes de llegar al destino.
El bien más preciado
En aquella época, los coches eran el brillante objeto del deseo de una gran parte de jóvenes. Sin coche, la vida parecía absurda. Y los afortunados poseedores de coches se sabían dueños del bien más preciado. Se podía ir en tren a los sitios —el Ferrobús, con sus asientos corridos, que nos llevaba desde Tarragona capital a todas las estaciones de la provincia (La Riba, Capafonts, Valls), para subir montañas— y el Ter. Y luego vino el Talgo, además de los Expresos nocturnos en los que se viajaba durmiendo en coche-cama y se cenaba en el restaurante del tren.
Con el tren se podía hacer casi de todo, pero claro, el coche te permitía organizarte con mucha flexibilidad, llegar a pie de pista cargado con esquís y botas, y además se podía conducir.
El coche. El coche. Era nuestro elemento más preciado. Otro cuñado mío, mi queridísimo Dani, con el que luego corrimos juntos rallyes de tierra con un SEAT Marbella, también tenía coches. Eran de sus padres, pero él se movía con ellos como si fueran suyos. Un Renault 12 y un 4L.
Conducir a cuatro manos
En el último rally de tierra que corrimos juntos, eran rallies secretos, yo tendría unos 25 años y Dani algunos más. Al llegar al rally decidí prestarle el coche a Dani. El coche lo había comprado yo, pero me hacía ilusión que Dani pudiera probar en qué consistía eso de conducir por tramos de tierra, un coche con neumáticos de tacos. Fue muy bonito correr ese rally en el asiento de la derecha, igual que competí en el rally de regularidad con Fernando Poveda. El Marbella iba tan despacio, que yo podía anticipar lo que había que hacer con los pedales y el volante cuando el coche no iba todo lo recto que era deseable. Se lo decía a Dani, él lo ejecutaba, y el coche regresaba a una posición más o menos razonable y podíamos volver a acelerar.
En aquellas épocas mucha gente decía un frase que entonces ya era espantosa: «Hay tres cosas que no se prestan nunca: la pluma, el coche y la mujer».
He escrito poquísimo con pluma en mi vida y no sé a qué se debe la idea de no poder prestarla.
Nunca he tenido una mujer ni nunca la tendré. Me gustan las mujeres libres y que me dejen estar con ellas cuando quieran, del mismo modo que yo les dejo estar conmigo cuando me apetece.
¿Prestarías tu coche?
¿Y el coche? ¿Cuál es el problema de prestar un coche? Es verdad que se trata de un elemento caro, pero también corre peligro cuando lo conducimos nosotros. Mi impresión es que se trata de algo más que el valor dinerario del coche. Parece algo así como que si alguien conduce tu coche lo mancille. ¿Es así?
Por nuestra profesión, cambiamos de coche todos los días. Muchísimas personas conducimos el mismo coche, que pasa de mano en mano continuamente. Estamos tan acostumbrados a cambiar de coche que quizá yo no le dé importancia a prstar mi coche a alguien que sepa que si lo rompe pagará la parte que no cubra el seguro.
¿Os genera tensión o incomodidad prestar vuestro coche? ¿Podéis explicar los motivos?
Gracias
Tema peliagudo…
Diferenciaría entre prestar (y que se lo lleven) y dejar que conduzcan (mientras vamos en el asiento de al lado).
Prestar, solo se lo presto a personas muy muy cercanas y de total confianza.
A la hora de dejar conducir, abro un poco el abanico.
¿Motivo? Porque no lo van a cuidar como yo. Desde mi punto de vista subjetivo lo harán peor. Y decir eso a alguien no es lo más bonito del mundo, además de ser algo subjetivo algunas veces, pero cruelmente obvio y objetivo otras.
Un factor que también influye es el coche en sí: electrodoméstico que se conduce con la gorra o coche con solera, con pocos o ningún elemento de seguridad y sus particularidades (carburador y estrangulador, marcha atrás caprichosa, conductores que van demasiado bajos de vueltas…)
La pluma no se presta, el plumín se adapta a la escritura del propietario, si la utiliza otra persona se puede estropear.
De la mujer no opino, hoy en día cosas se ven…
El coche, si quieres uno cómpralo…
Lo presto sin ningún problema al mismo tipo de gente a,los que invitaría a mi casa o con los que quedaría. Se llaman «amigos» y están ahí para algo. Las circunvoluciones mentales que hace la gente para no prestar un coche son problema suyo no del resto.
Un abrazo
¿Por qué se dice, o por qué pensamos nosotros que debería ser?
Porque el dicho completo, que incluye muchas veces la moto, o así lo he oído yo al menos, termina en todos los casos de la misma forma: “La pluma, el coche (o la moto) y la novia no se prestan, porque te las pueden j*d3r”.
«Esa afirmación no pasaba ni entonces ni ahora el más mínimo examen de civilización […]»
Con todos mis respetos Javier y el gran aprecio que siento por tu trabajo, para mí no tiene nada de civilizado prestar la pluma (un útil personal, íntimo y casi ritual que se amolda y evoluciona con la escritura de cada uno), el coche (para los que visitamos KM77 desde hace años, un objeto dotado de alma propia que tratamos de manera especial) o la mujer (faltaría más, aunque a alguno conozco que le parezca bien…).
Precisamente lo civilizado, a mi parecer, es exactamente lo contrario: más allá del respeto a la propiedad o el miedo a la pérdida, es el estrechísimo vínculo con esos 3 lo que tan arraigado tenemos algunos.
¿Prestar el coche? Sólo si voy sentado al lado. Del resto mejor no hablamos…
La pluma por el desgaste del plumín, que depende de como escribas.
El coche, solo a alguien de mucha confianza.
La mujer, al no ser de mi propiedad, no puedo prestarla.
Era normal cuando el coche era una extensión de nosotros mismos. A medida que evoluciona hacia un electrodoméstico más, se presta sin problema.
Mi coche no lo toca ni dios porque nadie va a tratarlo con mis cuidados extremos de puro maniático que han permitido que llegue a 23 años en un estado absolutamente impoluto.
Es así de simple. No es que lo mancille, es que no me quedo tranquilo si se lo lleva otra persona, no sé qué precauciones va a tomar al aparcar cerca de otros coches en parkings llenos de charos, etc
Solo a un familiar. Las implicaciones legales de un atropello o un accidente pueden ser muy graves. También te puedes encontrar con multas por infracciones.
Sólo se lo prestaría a Javier Moltó.
Yo en principio no le presto mi coche a nadie.
Tendría que ser alguien de mucha confianza y que yo supiera bien como conduce.
¿Le prestarías 30.000 euros a alguien? Mucha confianza tienes que tener con esa persona para hacerlo, porque si te lo piden es porque no lo tienen…. la casa. el coche o cualquier otra propiedad es lo mismo…. Compartir es vivir… pero no se comparte con cualquiera.
Todo es relativo y en función de cada persona.
En mi caso el coche supone un esfuerzo económico y tiempo el mantenerle bien cuidado.
Lo dejaría solo a entorno familiar muy cercano. Y a los amigos? En mi caso no tienen coche aunque si carnet, pero no se lo dejaría.
Soy menos amigo? En absoluto.
Me pide un amigo que le lleve a 300 kms para no sé que, y le llevo. Para eso estamos.
Como comenta otro forero, me pide un amigo 30.000 euros y me devuelve 28.000?. Lo mismo con el coche, si tuviera un BMW serie M y me lo pide un amigo para un viaje y me lo devuelve con las gomas medio gastadas.
Si tuviera un coche histórico heredado de mi padre, cuidado y me lo pide un amigo. Si no se lo dejo soy mal amigo?, pues no.
Como bien dicen no se presta ninguna cosa de las tres.
La pluma era un objeto caro, y si es de calidad sigue siéndolo. Aparte del plumín, que cuesta llevarlo a la escritura de cada uno.
Si la pluma es cara, el coche ni te cuento. Después de la casa es mi bien con más valor económico, al que cuido, trato con esmero y mimo. Prestarlo descartado, dejarlo conducir raro y excepcional, aunque no imposible, y usarlo para llevar a alguien en principio sin problema.
La mujer no es propiedad, y aunque lo fuera (que insisto no es el caso), es alguien a quien le tengo mucho más aprecio que a mis mejores amigos, y la valoro por encima de lo económico, por lo que indiscutiblemente no la prestaría ni dejaría a nadie bajo ningún concepto.
Si ella quisiera irse, podría irse donde quiera y con quién quiera, y yo también obviamente, sin embargo no lo hacemos, por eso seguimos juntos después de una larga larga vida juntos. Ella no me «presta», ni yo tampoco a ella.
PD: Cuando era joven, si nos prestábamos cosas, todas ellas de echo.
No me arriesgo a prestar ninguno de mis coches.
Salvo a personas muy responsables, de mi entera confianza en la conducción, y previamente me hayan prestado alguna de sus joyas.
Solo así, abstenerse aficionados ante cualquier circunstancia.
He visto taxistas que se sacan mocos y luego lo pegan en el asiento. Taxistas con manos sucias, grasientas, uñas negras. He visto taxistas que se ladean para tirarse pedos y se pedorrean sin parar. Taxistas que estornúdan y luego esparcen la saliva y el gargajo por la instrumentación.
Si todo eso es posible, no, no dejo mi coche a nadie.
¡Saludos desde México!
Por uno o por otro motivo mis amigos y familiares siempre me prestan sus autos, a veces incluso sin pedirlos, o si los solicito, nadie me niega el favor. Lo hacen porque saben que cuidaré sus coches como si mi vida dependiera de ello, y que los regresaré con el depósito de combustible lleno, bien limpio por dentro y por fuera y porque me haré cargo de cualquier daño.
Trabajé en revistas de autos durante una buena cantidad de años, así que comparto tu sentimiento, Javier, de intercambiar coches en la redacción. Lo que no comparto contigo es que esta práctica me dé la ligereza para cederle las llaves de mi auto particular a alguien más.
Hace muchos años mi novia me dijo que su auto se quedaría esa tarde en el taller y que necesitaba ir a un lugar lejos. Sin responder nada saqué la llave de mi coche de mi bolsillo y se la di. Antes de eso nadie había tocado mi auto. Por motivos obvios jamás le hubiera negado mi coche a ella, pues además del cariño había la confianza.
Cosa distinta es en muchos estacionamientos con servicio de acomodador de estas latitudes. Una vez me fui de uno cuando vi a los empleados con cara de lobos hambrientos cuando me vieron acercarme con el Q7 que Audi había prestado a la revista. Regresé a mi casa a dejar el Q7 y cogí un taxi para llegar de nueva cuenta al sitio en cuestión.
La decisión de irme ocurió después de una lección aprendida con otro auto de prensa, un León Cupra, que dejé con unos acomodadores de parking, al recoger el auto vi que la computadora de consumo daba un promedio del último viaje de unos 35 l/100. Mientras cenaba habían usado el Cupra para hacer lo que los yanquis llaman un “joy ride”. Les grité como nunca le he gritado a nadie más.
Años atrás en mi natal México el dicho iba así: “La pistola, el caballo y la mujer no se prestan.” Opino que hay salvedades con el caballo (el auto del presente). Lo de la mujer, es decisión de ella y de él (muy respetable). La pistola, esa sí que ni a la persona de mayor confianza.