La palabra «ateo» es una contradicción. ¿Cómo se puede ser ateo si dios no existe, si ningún dios existe ni ha existido nunca? ¿De dónde sale el nombre que negamos si no ha existido nunca? ¿Acaso no le otorgamos existencia sólo por nombrarlo? ¿No le damos vida solo por negarlo? Al principio fue el verbo.

Negar la existencia de dios, de cualquier dios, es ridículo. La no existencia es imposible de probar. Los humanos no conocemos mecanismos lógicos que nos permitan probar que algo no existe. Yo no tengo la seguridad absoluta de que no existe ningún dios. Si le pongo porcentajes, diría que estoy convencido en un 99,9 (periodo) por ciento. No es que tenga dudas de si dios existe o no. No tengo ninguna duda de que no existe, pero dejo abierta la posibilidad a estar equivocado. No niego la posibilidad de su existencia, aunque estoy seguro de que no existe. Lo mismo me sucede con las ballenas voladoras a cuadritos verdes y rosas (un ejemplo viejo en mí, poco elaborado, pero que me parece entrañable y que seguro que sería un éxito para un libro de cuentos infantiles).

Estoy convencido de que uno de los motivos por el que los hombres nombramos a dios es para que dios nos nombre, nos haga humanos, nos distinga de las otras especies. Creamos a dios, para que dios nos cree. Nosotros nombramos a todas las especies. Muy bien. ¿Quién nos nombra a nosotros? Nosotros mismos, pero eso no vale. La palabra definida no puede estar dentro de la definición. ¿Quién nos define como hombres, nosotros mismos? Nos sentimos huérfanos como especie y buscamos a quien nos cree. A quien nos dé alma.

Mi padre, que desde que recuerda cree en dios, basa su fe en otro motivo. «Para todo, siempre, hay una semilla. Para todo. Nada nace ni crece sin semilla. ¿Cuál es la semilla del universo?» Me parece una buena pregunta para comenzar a investigar. ¿Cuál es? No tengo ni la más remota idea. ¿Tiene semilla? A saber.

Una mujer que conocí relacionaba la existencia de su dios, su fe, con el miedo. «Es mejor creer en dios, me decía, porque en el caso de que sea cierta su existencia la vida eterna será mucho mejor«.

Hay muchos motivos por los que creer en un dios. Para muchas personas a las que he conocido, su estancia en la tierra, sin un dios, no tendría sentido. Entiendo perfectamente que alguien piense que la estancia en la tierra no tiene ningún sentido. Yo también lo creo. Para mí no tiene sentido nada. Todo sucede, sin más. ¿Por qué tendría que tener sentido? Uno nace vive y muere. ¿Tiene que tener eso algún sentido? ¿Qué tipo de sentido? Pero yo me pregunto, además. ¿Por qué le da sentido a la vida un dios? ¿Sentimos que nos quiere y eso le da sentido? ¿Sentimos que nos elige y eso le da sentido? ¿Le da más sentido que nos elija un dios a que nos elija la casualidad? ¿Por qué? ¿Porque ese dios nos da la vida eterna? ¿Y qué sentido tiene la vida eterna? ¿Hay un dios de ese dios que le dé sentido a la vida eterna para otra eternidad?

Hace pocos días hablaba con un exjesuita, convencido ahora de la no existencia de ningún dios. Con él me refería al Dios del que hablan en la religión católica y le preguntaba si de verdad cree que el Papa cree en los milagros o si le parecía que su profesión de fe es una impostura para sostener un negocio, un Estado. A mí me parece poco creíble la posibilidad de que un Papa admita la posibilidad de que existen los milagros. Sospecho que los Papas mienten a sabiendas. Estoy convencido de que ningún Papa de la modernidad cree que algo que contravenga los principios de la termodinámica puede ocurrir en la tierra. Estoy seguro que o bien el Papa no cree en milagros o que sabe que la definición de milagro es incorrecta y se aprovecha de ella. ¿De verdad ocurre algo en la tierra que contraviene las leyes que conocemos en ciencia? Si eso fuera cierto, ¿en qué piensan los científicos que no se apresuran a cambiar esas leyes?

El exjesuita no me respondió exactamente como escribo a continuación, porque no lo grabé. No estaba ejerciendo de periodista. Transcribo mis recuerdos de la conversación. «La fe es una vivencia. Vives con ella desde pequeño. Tengo muchos amigos creyentes, algunos con mentes intelectualmente poderosísimas. No pueden o no quieren planteárselo. La fe es parte de ellos«.

Yo le contesté que lo entendía hasta determinada edad pero, que como le pasó a él, llegada determinada edad, parece imposible no plantearse la incompatibilidad de sostener un mundo de ficción con el conocimiento.

Algunos de mis amigos católicos me piden que «respete sus creencias». Me piden un imposible. «¿Puedes respetar tú las creencias de quien hace vudú? ¿No te sorprende que alguien crea que eso es posible? Si algún amigo tuyo hiciera vudú para curarse de una enfermedad, no le recomendarías un médico? Tú rezas. Crees que hablas con alguien. Tan inverosímil como el vudú. Sigue rezando, pero mientras seamos amigos te seguiré diciendo que eso es como el vudú, porque lo es. No tenemos ningún indicio que nos permita pensar que tu superstición es verdadera y que las otras son supersticiones falsas».

Me gustaría que la posible existencia de un dios no exigiera más tiempo en mi vida que el que dedico a conocer los primeros instantes del universo. Pero no es así. Y no lo es porque la cuestión no acaba en la existencia o no de un dios. Si acabara ahí, despertaría la misma curiosidad que la de si existe una especie animal o vegetal más en el planeta, o la de si en el primer instante del universo podemos medir el tiempo con las mismas magnitudes que lo medimos ahora.

La cuestión es que la existencia de un dios va unida a las religiones, a los buenos y a los malos, al bien y al mal. A ganar y a perder. A la batalla. A vencedores y vencidos. A la historia de la humanidad, de la convivencia. NAda que ver con el conocimiento científico, sino con el día a día social.

Lo intuyo. Las guerras no tienen su origen en la religión, sino en el hambre, que también genera otra lucha de clases, la de otros buenos y otros malos.

Los seres humanos, que nos autodenominamos inteligentes (¿o es un dios el que nos lo llama?) utilizamos los mismos recursos que los animales, la confrontación, la lucha por el espacio, ganar y perder, con balas o con votos. Las religiones son utilizadas por ricos y pobres, por quienes pasan hambre y por quienes viven con abundancia, para sostener sus ataques y sus defensas. Para justificar guerras, para atribuirse poderes y mandatos, para justificar muertes.

Escuchaba el otro día en la BBC a un periodista palestino que se negaba a condenar la muerte de tres adolescentes israelíes. Ante la insistencia del periodista de la BBC, el periodista palestino tenía dos argumentos: «Vivían en territorios ocupados» y «El pueblo israelí sojuzga sistemáticamente al pueblo palestino.»  El periodista de la BBC, le cuestionaba insistente si le parecía que esos eran motivos para asesinar a personas inocentes. La respuesta del palestino: «Los islamistas, con actos así, nos ganamos la sombra del trono de Dios» (Las transcripciones no son literales)

¿Ante la mera posibilidad de vida eterna, qué valor tienen las leyes terrenales? Copio un texto de la página Islamreligion.com: «El Paraíso y el Infierno serán la última morada luego del Juicio Final. Son reales y eternos. (…) El Paraíso es el jardín eterno de los placeres físicos y de los deleites espirituales. Todo sufrimiento estará ausente y los deseos del cuerpo serán satisfechos. Palacios, sirvientes, riquezas, arroyos de un vino exquisito que no embriaga, miel y leche, fragancias placenteras, voces suaves, parejas puras para la intimidad; ¡La persona nunca puede llegar a aburrirse o cansarse!

La mayor felicidad, sin embargo, será contemplar a su Señor, y de esto los incrédulos estarán privados.

El Infierno es un lugar de castigo para los incrédulos y de purificación para los creyentes pecadores. Castigo para el cuerpo y el alma: Fuego para el cuerpo, agua hirviendo para beber, comida caliente para comer, cadenas y sofocantes columnas de fuego y humo. Los incrédulos serán eternamente castigados en él, en cambio los creyentes pecadores eventualmente serán enviados del Infierno al Paraíso.»

Mi objetivo, como ciudadano no creyente, no es enfrentarme a los religiosos. Todo lo contrario. Erasmo de Rotterdam mostró el camino. No hay ningún motivo por el que tengamos que pensar de igual forma, para que convivamos en paz las diferentes creencias y convicciones. Yo añado. Ni siquiera tenemos por qué soportarnos. Yo no soporto a muchos ateos, igual que no soporto a muchos creyentes. No hace falta soportarse. Dejémonos espacios de libertad. Opinemos todos libremente sobre nosotros y sobre los demás, sólo faltaba, y no obliguemos a nadie a comportarse según nuestros cánones morales. Eliminemos absolutamente la presencia de las religiones en los Estados y aprendamos a convivir en paz, sin presiones, cada uno con sus convicciones y sus creencias.

Convivir en paz no significa vivir con miedo. No significa permanecer callado ante posibles represalias. No significa «estar metido en el armario», en expresión que viene a cuento la semana del orgullo gay. Expresemos nuestras religiones y convicciones sin miedo, debatamos sobre estos asuntos con tranquilidad, confianza y deseo de aprendizaje, que es el único camino que conozco para la convivencia en paz.

* Titulo «Nosotros los ateos» aunque no tenga intención de representar a más de uno. Titular «Yo el ateo» no sería adecuado, entre otras cosas porque no me considero ateo, sino «no creyente». Aun así, como los demás me consideran ateo, podría llamarme ateo, pero nunca «el ateo». Por tanto, aunque sólo me represente a mí, titulo en plural.