Cuando Franco estaba vivo yo era pequeño. (Cuando agonizaba ya no era pequeño. Mientras estaba vivo sí).
Mi madre estaba suscrita a una revista, «Cuadernos para el diálogo», que yo leía con empeño cuando llegaba a casa. Yo era pequeño, pero devoraba la revista, aunque no me enteraba de casi nada. Empecé a devorarla una semana que mi madre me dijo: «No tiene desperdicio». Yo tendría unos diez años y no conseguía enterarme de nada de lo que leía, pero si no tiene desperdicio me la tengo que leer. En Cuadernos para el diálogo todo era texto, no había ni una foto (o casi). Todo era sesudo e ininteligible para mí, que me aplicaba por entender sin resultado. Nunca fui buen estudiante, pero cada día leía el periódico que entraba por casa, desde muy pequeño y las revistas de política.
Unos años después llegó Interviú a los quioscos (a mi casa nunca, que yo sepa) y ya fue mucho más fácil. Todo se entendía mejor y Cuadernos para el diálogo tuvo que cerrar. No estoy seguro, pero es posible que alguna vez llegara a comprar Interviú. No lo creo porque, en aquella edad, si tenía tres pesetas me las gastaba en revistas de coches. Fíjate tú. Pero no perdía ocasión de mirar el Interviú cada vez que estuviera cerca. Tenía entrevistas y artículos aceptables, además de buenos chistes. De las mujeres que aparecían no hablo, que me ponía muy nervioso. Lo que sí es seguro es que no llevé nunca un Interviú a casa, ni siquiera a escondidas. (Mi madre es ahora votante pasional de Esperanza Aguirre, defensora irredenta de su persona y creyente devota. No admite críticas sobre Espe, ni la más mínima. Por suerte no lee mi blog. Lo cuento porque hace casi 35 años le hubiera parecido un horror inaudito y una desvergüenza infinita que yo llevara Inteviú a casa. Una cosa es que leyera Cuadernos para el diálogo y otra cosa es otra cosa).
Ahora, tantos años después, sigo leyendo la prensa con ganas. Normalmente en internet. Repaso casi todos los periódicos españoles, algunos extranjeros y revistas por aquí y por allí. Los fines de semana puedo comprar varios diarios en papel y entre semana por internet. Y hoy (suceso extraño, la verdad) al leer El País he pensado en lo que decía mi madre: «No tiene desperdicio». He leído cuatro cosas. Ni siquiera he ojeado el diario entero, es posible que haya algún artículo más que deba resaltar. Pero con estos tres que he leído me he quedado satisfecho. No es habitual encontrar este tipo de artículos o entrevistas en los diarios y a mí me satisface mucho encontrarlos.
El primero que destaco es una crítica al propio diario, realizado por La Defensora del Lector. Un articulo crítico de verdad con algo que se publicó y que nunca leí (no me interesa nada el asunto del artículo inicial). Lo que me interesa es la forma de enfocar la crítica. Muy refrescante por lo poco habitual:
La monja y las teorías de la conspiración
El segundo es un escrito de Helmut Kohl, sobre la caída del muro de Berlín. El título escogido para la portada me parece malo en términos periodísticos. En términos comerciales quizá sea bueno. El del interior tampoco me parece bueno, pero supongo que es el del libro de Helmut Kohl.
El tercero, una entrevista a Sabino Fernández Campo, por Manuel Campo Vidal.
«El error de Suárez fue la forma de legalizar el PCE»
He leído poco más. Un articulillo sobre Rodrigo Rato que ni fu ni fa y la entrevista a José Luis Centella, nuevo Secretario General del PCE, que no está mal para conocerle un poco. Algunas cosas de las que dice tiene valor intelectual, otras ninguno.
En fin, que me he quedado sorprendido con el periódico de hoy. Tres artículos buenos merecen un diario. A mí sí, al menos. Incluso uno solo.
Suárez legalizó el PCE, no el PP.
Y, por favor, dejemos a Franco y a Hitler enterrados ya de una vez. ¿Qué tal si miramos hacia el futuro en vez de estar constantemente discutiendo sobre el pasado, vencedores y vencidos?
Chandler, el lapsus ha sido mío. Menudo patinazo. Ya lo he corregido. Disculpas. (A mí no me parece mal mirar el pasado. Lo que no entiendo es lanzar reproches al pasado. Mirar al pasado enseña.)
Mi cerebro está oxidado. el otro día escribí Colombia en lugar de Bolivia. Hoy escribo PP en lugar de PCE. Necesito unas pocas neuronas frescas.
Qué bonita esa parte en la que relata el ansia del joven de querer ver lo que todos los mayores alaban, y a pesar del esfuerzo y el tesón, sigue sin entenderlo. Es una manera de querer ser adulto antes de tiempo. Lástima que cuando lo consigues te das cuenta de que la vida es mucho menos seria de lo que te imaginabas. Los adultos no dejan de ser niños vestidos de traje y chaqueta.
Adía de hoy, sigo teniendo esa sensación, especialmente en el cine, donde me trago películas clásicas casi por obligación. Algo tiene que tener si tiene tanto renombre!!! Y en muchos casos, sigo sin verlo, pero no ceso. Hay que conocer para hacer juicio.
Es curioso miniyou, un día, debía tener yo doce o trece años, recuerdo que me pasé una tarde entera en el sofá verde, en una esquina, mi esquina. Me leí un «Cuadernos para el diálogo» entero, lo devoré y me quedé muy contento porque entendí casi todo. Poco a poco, empecé a comprender.
Cuando empecé a leer revistas de coches con 14 años tampoco entendía nada. Desarrollos, relaciones de cambio, para motor, brazos tirados, suspensiones McPherson, Ejes de Dion, subviraje, sobreviraje, diferencial, diferencial autoblocante… poco a poco fui entendiendo más. Sigo en ello.
Yo con 11 años recibí un Arias Paz, y me lo tragué entero. Era mi biblia.
No lanzo reproches al pasado, porque es nuestra historia y está ahí. Lo que no me gusta es que haya quien siga sacando tajada de él (no digo que éste sea el caso). ¿No se sigue diciendo todavía lo de «fachas» y «rojos»? Por favor, que estamos en el siglo XXI.
Chandler no me refería a que usted lanzara reproches al pasado. Seguía su discurso. Sólo le decía que para mirar al futuro es bueno aprender del pasado. A mí me gustaría que miráramos la pasado sin rencillas, pero no parece posible. La aversión de unos países hacia otros por motivos hitóricos: «Vosotros invadisteis mi país» me han llegado a decir a mí y se podían referir a una invasión de hace 400 años. Ni eramos nosotros ni eran ellos.
Aun así yo entiendo que haya quien quiera saber dónde está la tumba de su abuelo. Me parece desafortunado que se llame Ley de Memoria Histórica y que no se haga con cuidado para que el odio y el ánimo de venganza no afloren. El dolor, comprensible, de muchas familias de ambos lados, debe tratarse con cuidado y mucho respeto.
En la medida de lo posible, el Estado puede intentar reparar situaciones difíciles causadas por la guerra. Pero con sigilo y prudencia. No con el ánimo de mostrar ante el mundo que los vencidos hemos ganado ahora. Porque ni ellos son los vencidos ni ahora hay nada que ganar. Al contrario, mucho que perder cuando se hacen las cosas tan mal, con tanto afán de protagonismo, de ser los justicieros de la historia.
(Qué pena dan los políticos. Qué vanidosos. Qué carencias tendrán que necesitan tanto sentirse importantes. Que los adulen. Grrr)