He visto la final de la Champions de fútbol. Me he emocionado. Mediado el partido he escrito «Qué más da quien gane. Un partido así hace que me pueda aficionar al fútbol».
Me he emocionado porque he visto jugar a niños, con la determinación de los niños, con la valentía de los niños, sin la pobreza de espíritu de los mayores.
Jugar como los niños, o trabajar como los niños, no significa trabajar peor. Al contrario. Significa trabajar mejor y sin la seriedad impostada de los señores. De esos señores que se creen importantes, que se creen que lo que hacen es importante, cuando nada hay más importante que jugar y disfrutar.
Cuando las personas crecen, a causa de un principio que parece prácticamente universal, creen que es provechoso utilizar la inteligencia para ser sibilinos, maquiavélicos, para calcular todas las derivadas de sus emboscadas, para engañar al cliente sin que lo note, para dejar de disfrutar. A veces incluso disfrutan con el engaño. Creen que pierden la inocencia al enrevesar sus vidas.
En realidad, son mucho más inocentes. Creen que con estrategias complicadas, con engaños múltiples, con la renuncia a los principios de la niñez, de la capacidad de sorpresa y de entusiasmo, y con esa cara de persona mayor y respetable conseguirán mucho más que con la ilusión y la inocencia directa de los niños. Creer todo eso sí es inocencia.
La educación, no sé por qué, nos hace perder la frescura. Somos educados y aburridos. Nos lleva a pensar que seremos más felices haciendo cosas que nos hacen infelices. Nos olvidamos de jugar y pensamos en el qué dirán, por ejemplo, en el ridículo, algo en lo que nunca piensa un niño, como si hubiera algo que nos pudiera hacer más felices que jugar.
Los niños, como ha demostrado hoy el Barcelona, juegan muy en serio. Con muchas horas para perfeccionar el juego, con muchas horas de esfuerzo para escribir mejor, contar mejor, entender mejor lo que uno hace y los tornillos que aprieta. Jugar bien es un asunto muy serio. Porque si uno juega mal no disfruta. Si uno racanea con el juego, utiliza recursos mezquinos, traiciona sus ganas de disfrutar a cambio de un resultado conveniente, se mete en un mundo de miseria y tristeza.
Yo quiero que km77.com sea una empresa de niños y siempre busco, para que me rodeen en la vida, a hombres y mujeres con la capacidad de ser niño. Una empresa de niños con la ilusión de salir al recreo con la pelota, para hacer virguerías con las palabras, con los coches, con las historias. Que dé la mejor información, con desenfado. Quiero que seamos rigurosos en nuestro juego, pero ni serios ni adustos. Ni enfadados, ni chulos. Que salgamos a jugar como los niños, con sus ganas de jugar y ganar.
Podemos jugar y perder y nos dedicaremos a otra cosa. A lo que me niego es a buscar componendas, equilibrios entre las diferentes posibilidades, estrategias para disimular nuestra incompetencia, a comportarnos como adultos aburridos, serios, sibilinos, que esconden sus limitaciones en un tono distante, precavido, miedoso.
Quiero hacer km77.com como han jugado hoy el Manchester y el Barça. Un partido abierto, en el que se puede perder o ganar, pero en el que no se traicionan las ganas de disfrutar.
Siempre escribo «no se vale», JotaEme lo advierte. Lo escribo así siempre porque es un guiño que pensaba que se entendía sólo leerlo. Así es como lo decía yo de pequeño. No se vale hacerse trampas, no se vale fingir, no se vale racanear con el estudio, con el esfuerzo necesario para salir al campo y dar mejores pases que el equipo de enfrente. No se vale hacerlo a medias, porque es mucho más divertido y gratificante hacerlo sin esconder nada, sin guardar nada para mañana. Pero sí se vale equivocarse, arriesgar, jugar y fallar. Buscar la jugada perfecta, prepararse para ser el mejor, buscar lo imposible y fallar. Volveremos a intentarlo.
Si no somos capaces de hacerlo bien, de disfrutar y de hacer un trabajo impecable, nos tendremos que dedicar a otra cosa que nos haga disfrutar. Son muchas horas de trabajo y no hay sueldo que compense traicionarse a uno mismo.
Le doy las gracias a Barça por emocionarme. Por su juego de niños, por sus ganas de disfrutar con lo que hacen, por darle el brazalete de capitán a un jugador que no lo es para que recoja la copa. Me da igual que ganen o que pierdan. Quiero que lo pasen bien, porque así consiguen que yo lo pase bien.
Esa ilusión y esas ganas sólo tiene un secreto: jugar con la grandeza de los niños.