Me he caído yendo en bicicleta y me he hecho un corte con el pedal. Mi amigo Víctor y su hijo Adrián* me han llevado al Centro de Salud de Torrelodones.
En el Centro de Salud de Torrelodones, en fin de semana, hay que llamar al timbre. Tiene sentido, pero me ha sorprendido. Nunca había estado en un centro de salud abierto en el que hubiera que tocar el timbre. Tiene sentido porque no hay nadie en recepción. Los profesionales que te atienden son los que te abren la puerta: la médica, la enfermera y el practicante.
A la puerta, si no recuerdo mal. han venido la médica y el practicante. Me han perguntado qué me había pasado y se lo he contado: «Iba en bicicleta y me he caído. Creo que todo está bien, pero hay una herida que quizá requiera puntos».
El practicante (he sabido luego que era el practicante), un hombre de edad cercana a la jubilación, me ha indicado la camilla.
—¿Me tumbo o me siento?
—Túmbate que estarás más cómodo
Él y una chica morena (he sabido luego que era la enfermera), han sido los que me han atendido y han inspeccionado las heridas. Víctor, Víctor Piccione, mi amigo Víctor (si alguna vez les ocurre algo que requiera de cuidados procuren que esté Víctor cerca de ustedes) les ha explicado que me ha limpiado las heridas y que todo parece estar más o menos bien, pero que «el corte en la espinilla quizá requiera algún punto, porque es profundo». Practicante y enfermera me han lavado las heridas con suero y le han echado más Betadine y han estado de acuerdo con Víctor: «Sí, vamos a poner algún punto».
La enfermera, morena, con el pelo cortado al uno en la zona del parietal izquierdo de su cabeza y largo por el resto del cráneo, estaba decidida. Había que dar unos puntos. Pero ¿cuáles?
— ¿Con unas grapas no crees que valdría?— le pregunta al practicante.
— Sí, podríamos ponerle unas grapas, pero yo creo que mejor puntos. O si no quizá sirva con un (xxx algo que no recuerdo y que no sé qué es).
—De acuerdo.
Mientras iban hablando, el practicante también hablaba conmigo. «Tienes alergia a algo? ¿Te han quitado alguna vez un diente? ¿Te han puesto anestesia alguna vez?» Y a la vez le iba indicando a la enfermera.
—Los guantes esterilizados están en ese armario, las pinzas en aquel. ¿Qué hilo utilizamos?
—¿Seguro que no le ponemos grapas?
—No, yo creo que mejor puntos. ¿Quieres que se los ponga yo?
—Estas pinzas son de sierra. ¿Lo hacemos con pinzas de sierra?
—No, mejor de las otras. Tiene que haber. Y si no, con esas.
Mientras practicante y enfermera debatían sobre cuál era el mejor tratamiento, si coser al tresbolillo o con sutura por soldadura láser, mis amigos y yo nos reíamos. Adrián hacía gestos de que me iban a cortar la pierna y yo he hecho un gesto de que me iban a cortar el cuello. La enfermera, que hasta ese momento hablaba con el practicante como si yo estuviera ausente, me ha pillado al hacer el gesto y ha sonreído.
—Relájate, que parece que vas a salir corriendo en cualquier momento.
—No, no. Estoy relajado. Me incorporo porque si me tumbo del todo no los veo.
Me sorprendía que buscaran guantes esterilizados porque tanto el practicante como la enfermera me han inspeccionado las heridas sin ponerse marscarilla y sin guantes esterilizados. El practicante, además, mascaba chicle incesantemente. Mi sensación era que lo de menos eran los guantes esterilizados y ese papel que cubría toda la pierna salvo el foco de la herida. Pero yo estaba feliz viendo cómo la enfermera aprendía del practicante a punto de jubilarse.
—¿Pones todo el líquido de la ampolla?
—Depende. No hace falta.
He echado de menos que le indicara de qué dependía, pero quizá haya quedado claro. Para ponerme la anestesia, el practicante ha pinchado cinco o seis veces alrededor de la herida. «Quizá te escueza un poco». El último pinchazo ya ni lo he notado.
—¿Lo coso yo o lo coses tú?
—Yo misma.
El practicante, siempre con su chicle y con las gafas, no perdía ojo de cerca a la operación y a la herida y le iba indicando a la enfermera dónde pinchar, cuánto hilo pasar de un lado al otro antes de anudar, cuándo sacar la aguja del hilo, cómo girar las pinzas y cuántas vueltas dar al hilo alrededor de las pinzas para pasar posteriormente el otro extremo por el interior de las vueltas y cazar el nudo. Yo los miraba muy entretenido. La anestesia funciona perfectamente, los pinchazos no me dolían nada y la enfermera ponía mucha atención en hacerlo muy bien. Despacio, pero perfecto. Pensaba en mis dos hermanas médicas, en sus primeros pasos en los hospitales, en que ellas también tuvieron que aprender y me encantaba ver a la enfermera aprendiendo.
Lo que más me ha sorprendido de ella es que en ningún momento parecía nerviosa. No parecía preocuparle no tener claro cómo hacerlo, no sentía ningún agobio por preguntar o porque a mí pudiera darme miedo. Yo intentaba transmitirle calma, me interesaba, pero no parecía hacerle falta.
Ha ido mejorando en cada uno de los puntos, ha practicado diferentes cosas que le decía el practicante y al final me ha puesto cuatro puntos muy bien puestos, me ha colocado gasas impregnadas en vaselina, una venda aparatosa y me ha dicho que hoy no me podía duchar.
—¿Pero cómo no voy a poder ducharme si vengo de montar en bicicleta?
—Pues tienes que ducharte sin mojarte esta pierna y a ser posible mojándote poco la otra pierna que te hemos limpiado y desinfectado todas las heridas. Dúchate, pero sin mojarte.
Me han puesto la antitetánica que hace muchos años que no me la ponía y me he ido a casa como nuevo. El practicante se lo ha dicho a la doctora.
—¿Le ponemos la antitetánica o no?
—Lo que tú digas. ¿Quién manda aquí? Yo soy el practicante, ella la enfermera y tú la doctora. Hacemos lo que tú digas.
Me han puesto la antitetánica. Dentro de un mes tengo que ir a que me pongan el recordatorio. Y antes, «en dos días» a que me vea mi enfermera de mi ambulatorio para revisar que todo anda bien con los puntos.
De vuelta a casa en el coche, el Golf de 120.000 km con el cambio automático, pensaba en el practicante enseñando y ayudando a la enfermera. Creo que me ha dado envidia su trabajo. Un trabajo que no parece demasiado complicado y sí entretenido. ¿Hubiera servido yo para practicante? ¿Hubiera tenido paciencia para enseñar a la enfermera y para decirle a la médica que mandara ella? Trabajar en un Centro de Salud tiene que ser ameno. Cada caso debe de ser un mundo y la variedad y el trato con las personas abre miles de posibilidades a la imaginación.
La enfermera, novata o primeriza, y el practicante me han tratado muy bien. Daba gusto verles trabajar juntos, él a punto de retirarse y ella en sus primeros puntos. La médica apenas ha intervenido, aunque ha firmado el informe clínico y me ha preguntado si había perdido el conocimiento. Todo en orden.
*Los autores de las fotos son Víctor y Adrián Piccione.