Dejo claro desde el principio que son mis consejos y trucos para conducir de noche, que se trata de una cuestión personal. Cuento, para quien quiera probarlas, medidas y decisiones que yo tomo durante la conducción nocturna. (Aquí enlazo con la página de la DGT, que da otros consejos para conducción nocturna).

Me gusta mucho conducir de noche si estoy descansado. Dicho de otra manera. Me gusta mucho conducir, también de noche, y normalmente de noche lo disfruto todavía más que de día. No sé exactamente por qué. Del mismo modo que disfruto mucho de conducir bajo la lluvia. Tampoco sé por qué. Me gusta conducir. No sólo por el hecho de mover mandos de una máquina, también por el paisaje, la carretera, el entorno con otros coches, la luz, la falta de luz, el agua, la nieve…

Escribo «conducir de noche» y me refiero, seguro que todo el mundo lo interpreta así, a «conducir de noche fuera de núcleos urbanos». Lo que voy a contar sirve para todo tipo de vías interurbanas: carreteras de montaña, carreteras llanas y rectas, autovías, autopistas. La mayoría de cosas que digo sirven tanto para conducir de día como para conducir de noche.

Para muchos padres de niños pequeños conducir de noche tiene la ventaja adicional de que los niños van durmiendo durante el viaje. Otro motivo para plantear el viaje nocturno.

A favor de la luz del sol

La primera decisión que hay que tomar antes de comenzar el viaje es el horario de salida. Depende de muchos factores. La luz del sol influye de forma diferente en invierno y en verano, no sólo por las horas de luz, que también, sino por la orientación. En el hemisferio Norte, en verano, el sol sale y se pone más hacia el Norte que en invierno y obviamente se pone siempre hacia el Oeste y sale por el Este. Si tengo libertad para elegir la hora de salida y pienso que mi cuerpo responderá igual de bien por la noche y de madrugada, evito el deslumbramiento del sol al anochecer o al amanecer. Es un factor que tengo en cuenta.

En ocasiones no es posible y es necesario asumirlo, pero para mí viajar con el sol de frente en las horas en las que está cerca del horizonte es siempre la peor de las situaciones. Viajar con el sol en contra es durísimo para los ojos y a mi juicio muy inconveniente desde el punto de vista de la seguridad.

Conducir con el sol a favor tampoco es la panacea maravillosa. Por dos motivos. El primero, que el sol puede reflejarse en los retrovisores del propio coche y molestar notablemente. Segundo, y mucho más importante, los conductores de los coches que vienen de frente probablemente estén cegados por el sol, por lo que resulta imprescindible estar muy atentos a sus movimientos en todo momento.

Cuando viajamos con el sol a favor, aunque veamos muy bien, es muy importante que encendamos nuestras luces, apara ayudar a los conductores que vienen en sentido contrario. Cuando nosotros vemos muy bien, porque el sol está en nuestra espalda, los que vienen de frente están cegados por ese mismo sol que nos ayuda a nosotros. Si les ayudamos encendiendo nuestras luces, nos hacemos un favor a todos.

Conductor, al volante la vista es la vida

Me suena que cuando yo era pequeño el eslogan de la DGT era así: «Conductor, al volante la vista es la vida». Esta afirmación, sirve tanto de día como de noche, con el sol de cara o sin sol y con niebla o nieve. Quien haya conducido alguna vez con niebla y todo el entorno nevado, sin ninguna referencia de por dónde va la carretera ni cerca ni lejos del coche, sabe de qué hablo. Es imposible conducir. Es imposible avanzar cuando todo a tu alrededor es blanco y además las pequeñas irregularidades de los bordes de la carretera están difuminadas por la niebla. Lo peor de esa situación es que tampoco es posible encontrar dónde detenerte, porque no ves nada. «Al volante, la vista es la vida». Es literal.

La cuestión es que hay muchos factores que influyen en la visión. Tanto de día como de noche. De noche alguno más, pero no tantos. Todos los factores que influyen en la visión debieran resolverse antes de salir.

  • Posición del asiento y de los retrovisores
  • Limpieza de todos los cristales del coche
  • Limpieza de faros, luces intermitentes y pilotos posteriores
  • Gafas de ver y de sol

Bien colocados para mirar lejos

La situación del asiento y de los retrovisores es clave para cualquier conductor, conduzca de día o de noche. No desvelo nada. Pero como se trata de un artículo de consejos personales, voy a contar mis gustos y trucos. Normalmente, utilizo dos posiciones diferentes para conducir: una para ciudad y otra para carretera. En ciudad, sitúo el asiento alto, no altísimo, pero sí alto. En carretera, normalmente, lo pongo en la posición más baja. Por dos motivos, por comodidad y por seguridad.

En ciudad me resulta más seguro ir con el asiento alto porque veo mejor los límites del coche, para intentar no rozarlo con las columnas de los garajes, con los pivotes de las aceras, con los miles de obstáculos del entorno y con el resto de coches. Llevar el asiento lo más alto posible también te permite entrar y salir del coche con mayor comodidad, salvo que por tu estatura y envergadura quepas peor por el hueco de la puerta.

Salvo cuando molesta el sol

En carretera, en cambio, pongo el asiento lo más bajo posible. También por comodidad y por seguridad. Por comodidad, porque cuanto más bajo lleve el asiento, menor diferencia de presión hay entre la sangre de los pies y de la cabeza. Por poco que sea, algo mejora la circulación. Pero es verdad que también depende de la posición de los pedales. En algunos coches cuesta mover los pies con agilidad si llevas el asiento demasiado bajo y alejado. Depende de cada persona y de cada coche, pero en principio estas son mis dos posiciones de la banqueta del asiento cuando conduzco. El respaldo lo llevo, por regla general, casi vertical. Tengo motivos para ello, también por comodidad y seguridad, pero hoy no toca hablar de eso.

La parte de seguridad, en carretera, viene determinada por la mirada. Si ponemos el asiento bajo, nos obligamos por la posición a mirar más lejos. La mirada del conductor, tanto de día como de noche, tiene que barrer constantemente la parte delantera y posterior del coche a través de los espejos. Sentarse en una posición baja incita a mirar más lejos, que debe ser el foco de la mirada de quienes conducimos. Lo que está cerca se ve sin mirarlo. Lo vemos casi sin querer, aunque es imprescindible estar atento de reojo. La mirada tiene que dirigirse a lo lejos, para anticipar también lo que hará el coche de delante.

En ocasiones, cuando el sol me molesta mucho en carretera y me impide mirar lejos, también subo el asiento, para que el parasol me proteja los ojos, aunque sea a costa de mirar más cerca durante un rato. A veces, las gafas de sol son insuficientes para ver bien.

Puesta de sol

Limpieza de cristales y luces

Sobre cómo limpiar el coche no voy a decir nada. Todo el mundo sabe limpiar bien un coche. Basta con poner un poquito de cuidado y atención. Sí voy a resaltar la importancia de dos detalles. El más importante de todos: iimpiar a fondo y bien el parabrisas por dentro. Por algún motivo que desconozco, los parabrisas de los coches se ensucian muchísimo por dentro. Esa suciedad resulta muy molesta para el conductor cuando le incide al parabrisas una luz frontal. El sol en el horizonte es muy molesto y también, por la noche, las luces de los coches que vienen de frente. Limpiar bien y dejar sin rastro de suciedad los cristales por dentro, en especial el parabrisas, es clave para una conducción nocturna relajada y satisfactoria.

El segundo detalle es limpiar muy bien por fuera el parabrisas. No dejar restos de jabón ni de suciedad que distorsione la luz que se proyecta sobre ellos. La suciedad hace que se formen refracciones y reflejos extraños, las luces hacen aguas y movimientos en los cristales. Imprescindible eliminarlos.

Los cristales, por la noche, no tendría que notarse que existen, en especial el parabrisas. Y cuando choca un insecto contra él, más en el campo de visión del conductor, conviene accionar el chorro del limpiaparabrisas inmediatamente, para tratar de eliminar los restos. No siempre es posible eliminarlos, claro está, y se acumula suciedad.

Ver bien para cansarse menos

Por tanto, antes de la salida, es imprescindible tener los cristales impolutos, por dentro y por fuera, y el depósito del líquido limpiaparabrisas y limpiafaros lleno a rebosar.

Para conducir de noche, también es imprescindible llevar gafas de sol, porque la probabilidad de que encontremos sol brillante y molesto en las horas del ocaso o del amancer es alta. Gafas de sol limpias. Y, quien necesite gafas de ver, también perfectamente limpias.

A mi juicio, la limpieza de todos los elementos que afectan a la visión mientras se conduce, no influyen tanto en la seguridad a corto plazo, como en la seguridad a medio plazo. ¿Qué quiero decir con eso? Que por muy sucio que esté un cristal, o los faros de un coche, es difícil que lleguemos al extremo de no ver. Sin embargo, la suciedad hace que nos cansemos mucho más, que la vista se canse mucho más, y el cansacio es un enemigo mortal.

Combustible y detenciones

Por la noche, a partir de las diez o las once, muchas estaciones de servicio cierran. Conducir de noche con tensión por la falta de combustible es una situación angustiosa que resulta imprescindible evitar. Mi táctica, cuando recorro rutas en las que no conozco los horarios de las estaciones de servicio, consiste en salir con el depósito completamente lleno (suelo llenarlo antes de salir para no parar pronto una vez arrancado) y no permitir que el nivel del depósito baje de la mitad. Eso significa que me detengo (en función del coche que conduzca) cada 250-350 kilómetros.

Cada persona o cada familia tendrá sus prioridades, sus gustos personales y sus conocimientos de la zona. Lo hago así, también, porque en estas paradas aprovecho para limpiar a fondo el parabrisas. En algunas estaciones de servicio tienen cubo y cepillo. En otras no. Suelo llevar un trapo y agua o limpiacristales.

La forma en que consigo dejar más limpio el parabrisas por la parte exterior, en los viajes, es utilizando las escobillas del limpiaparabrisas para el último secado. Este último secado puede hacerse de muchas formas. Cuando tengo tiempo no utilizo los limpiaparabrisas, pero en las detenciones para repostar suelo recurrir a ellos y la zona en la que barren queda impecable.

Unas escobillas que no limpian bien son un incordio molesto y un problema de seguridad.


Para que quede impecable, las escobillas tienen que estar en buen estado, condición también indispensable para viajar en coche. No solo por la noche, no solo en invierno y no solo cuando llueve. Cuando utilizamos el líquido del limpiaparabrisas, por el motivo que sea, el secado del cristal con las escobillas tendría que ser primoroso. La diferencia para el conductor entre los limpiaparabrisas que limpian bien y los que no lo hacen es abismal.

La gestión de las luces

Siempre me genera dudas, en la mayoría de coches que conduzco de noche, cómo gestionar las luces. Hablo, claro está, de los coches que tienen un sistema que cambia de forma automática de luces de carretera a luces de cruce y al revés.

Durante decenas de años, los coches que he conducido no tenían sistema automático de cambio de luces. Para pasar de largas a cortas había que tirar de o empujar una palanca. Palancas diferentes, en posiciones diferentes con movimientos diferentes. Nunca me causaron mayor problema. Al segundo toque has interiorizado el funcionamiento y salvo en contadísimas ocasiones, la mano o los dedos se mueven instantáneamente de forma automática para realizar el movimiento preciso.

Con la aparición del sistema automático de cambio de luces, esta reacción prácticamente autómata del conductor se puso en cuestión. En mi caso, entre otros motivos, porque tenía que probar los sistemas. Pero además de por probarlos, ya que el coche lo tiene, vamos a dejarle que actúe. Cuando el sistema funciona bien, dejarlo que funcione por su cuenta parece que puede tener sentido, aunque tengo alguna objeción.

Cuando el sistema funciona mal, y funcionar mal en este caso es subjetivo (como casi siempre), me genera demasiada tensión. Me genera tensión especialmente cuando yo considero que está deslumbrando al conductor del coche que viene de frente y el sistema se retrasa en pasar a cortas. Pero también me genera tensión cuando no pasa a largas con la celeridad que yo considero conveniente. En definitiva, cuando funciona mal, no tengo dudas. Prefiero manejarlo yo.

Utilizar las luces del otro

¿Y cuando va bien? Tengo dudas. Realizar el cambio de luces largas a cortas me parece que me ayuda a mantener la concentración, a estar centrado en la conducción. ¿Tiene algún sentido? No lo creo, porque de día, que no le doy a ninguna palanquita para cambiar de luces, también estoy concentrado en la conducción. Así que por la noche no debiera ser diferente. Sin embargo, hay algo que me gusta en el juego de cambiar de luces, en adivinar cuándo va a aparecer el coche por la siguiente curva, para quitarlas antes de que aparezca y que el responda a mi reacción también antes de aparecer, para que ninguno de los dos nos deslumbremos ni un instante.

En algunas carreteras, conducir por la noche, tiene la ventaja de saber con mayor antelación que durante el día si vienen coches en sentido contrario o no. Este conocimiento te permite anticipar algunas acciones y si dejas a los sitemas que funcionen automáticamente pierdes este aliciente.

Utilizar las luces del otro también sirve para seguir mejor a los que van en el mismo sentido y para mirar por delante del coche que nos precede si pone las luces largas. Algunos conductores utilizan poco las luces largas, nunca he entendido por qué.

El último concepto, de luces que oscurecen e iluminan de forma selectiva algunas zonas de la carretera no admite discusión. Su calidad de iluminación es tan buena y su respuesta tan rápida y adecuada, que en ningún momento te da la sensación de estar molestando. Es lo más parecido que existe a conducir de día y si bien, como las luces son tan potentes, en ocasiones no te permite adivinar que un coche asomará por la curva, no veo ninguna ventaja en no utilizarlas con todo su potencial.

Prohibido pelearse

Prohibido pelarse. Siempre. Pero con nocturnidad, muchísimo más. Seguramente no haya conductor en el mundo occidental, o español, que no se haya peleado, haya maldecido o se haya picado con otro. Incluso yo, que conduzco para relajarme, a veces me he cabreado con otro conductor que no me ha entendido o que me ha pitado sin, a mi juicio, motivo alguno para hacerlo.

Otras muchas veces, he pedido perdón, porque a pesar de los muchos kilómetros, los pies y las manos presos, todavía cometo errores y molesto a otros conductores. En muchas ocasiones no es una molestia física, no tienen que desviarse, ni frenar, ni cambiar nada en su conducción, pero aun así sienten temor o incomodidad o dudas. Eso también molesta y causa inseguridad, por lo que quienes tenemos más experiencia y soltura al volante tenemos que tener en cuenta que no todos los conductores nos sentimos igual de cómodos en el entorno en el que nos movemos.

Sea como sea, prohibido pelearse. Por la noche he visto peleas de luces largas. A ver quién tiene las luces más gordas y más largas y quién las aguanta más tiempo gordas y largas. Para rematar, cuando por fin se cruzan los dos mastodontes, el mugido en estéreo redondea la berrea. Dos mastodontes que no se conocen de nada, cada uno encerrado en su jaula, que han insultado y berreado a una luz que pasaba y que gracias a esos bramidos llevan la tensión a cuestas durante no sé cuántos kilómetros.

Choque de trenes

Deslumbrar al que viene de frente es del género estúpido. Tú también vas de frente. Hacia él. Si lo ciegas, lo cabreas y encima abotargas sus sentidos con un bocinazo sostenido, la probabilidad de golpe frontal entre dos cegados de frente se multiplica por doscientos mil. Que dos maquinistas de tren se deslumbren cuando se cruzan y piten con todas sus fuerzas para demostrar quién tiene el tren más largo, más ancho y con más compás, o por cualquier otro motivo, parece inocuo, salvo por las molestias sensoriales pasajeras. En carretera, quizá la única ventaja, para todo el resto de la humanidad, es que las molestias sensoriales de esos conductores pueden desaparecer en unos instantes y para siempre.

Mi recurso, cuando me deslumbran, sea por olvido, porque el que viene en sentido contrario no ve nada, porque las luces están mirando a Venezuela, por pereza o por mala leche del que viene en sentido contrario, es dar un fogonazo de aviso. Rápido, inocuo, que avisa. Y a la vez, o incluso antes, desviar la mirada hacia el margen derecho de la carretera. A veces, incluso, hasta el borde externo del arcén. Girando la cabeza si es necesario. Apenas veo nada. Solo unos pocos metros por delante de mi coche y por el lado derecho. Levanto o freno si lo veo conveniente y me pego lo más posible a la línea de la derecha. Y a esperar que pase el temporal.

La luna, siempre la luna

Este agosto he ido en quince días dos veces desde Madrid a Galicia y he vuelto. En el primer viaje de ida vi, todavía de día, después de Benavente camino de Ourense, la luna más delicada que había visto en mi vida. Un ribete de luz mínimo doraba un pespunte cerrado, apenas perceptible, que como un garfio dorado mantenía todo el globo en vilo, suspendido mágicamente.

Quince días más tarde, una esfera enorme, amarilla, plena, flotaba en el cielo y hubiera iluminado al propio sol si hubiera estado presente, como una guerra de luces largas. Pero el sol no estaba, la luna no se despistó, y durante varias horas, desde Benavente hasta Adanero, iluminó la autovía casi como si fuera de día. Deslumbraba tanto, que estuve tentado de poner el parasol.

Cuando la luna te acompaña, todavía más en campos nevados, el viaje se convierte en un paraíso blanco y helado extrañamente acogedor.

Luz y métodos de señalización

La posibilidad de un pinchazo o una avería siempre existe. De noche, los coches parados en el arcén son un peligro enorme que debemos conjurar de todas las formas posibles. De hecho, yo nunca cambiaría una rueda de noche en el arcén de una autovía, por ejemplo. De día, probablemente tampoco. El riesgo de que otro coche embista nuestro coche, detenido en el arcén, es elevado. A mi juicio, la más seguro en estos casos es iluminar bien el coche, con luces giratorias de emergencia situadas en el techo, los cuatro intermitentes y cualquier otro elemento que tengamos para señalizar el coche cuando vaya a estar detenido en el arcén.

Desde el arcén, llamar al servicio de asistencia en carretera y esperar a que llegue para que remolquen el coche a un lugar seguro en el que trabajar sin riesgo de ser atropellados. Una avería o un incidente que inmovilice el coche siempre es posible. Garantizarse un método de transporte alternativo para regresar a casa, o llegar a destino aporta mucha tranquilidad.

Sin sueño ni cansancio

El sueño no se vence mientras uno conduce. Intentar «vencer el sueño» en el asiento del conductor a lo único que conduce, antes o después, es al desastre. Ante el más mínimo síntoma de sueño, mi recomendación es detener el coche en la primera ocasión y parar a dormir o utilizar técnicas que despierten con el coche parado. Nadie se conoce tan bien como uno mismo, pero confiar en la capacidad personal de vencer el sueño mientras estás a los mandos de un coche, supone un riesgo que nadie debiera permitirse. Cuando voy acompañado, si alguna persona que va conmigo está despierta y conduce, le traspaso los mandos y duermo plácidamente en cualquier otro rincón del coche.

En viajes, de día o de noche, cada vez que paro hago algunos estiramientos y me refresco la cara. Apenas como, o no como nada, y sigo el viaje. No me cansa conducir, o no lo noto, pero sí me da sueño en autovía y autopista. Más de día que de noche, pero de noche también. Si tengo sueño y nadie puede sustituirme al volante, me detengo lo antes posible. Normalmente para dormir. En un hotel o en el coche.

En ocasiones, lavándome la cara, haciendo estiramientos y echando unas carreras, consigo que el sueño desaparezca. En ese caso prosigo. Me conozco bien y sé cuándo puedo seguir y cuándo no. En ocasiones, el sueño desaparece absolutamente y la noche se vuelve apacible y deliciosa para viajar, casi en solitario.