Hace dos noches fui a cenar a un restaurante japonés – peruano, caro, de Madrid. Se llama Nikkei 225. Nos costó 160 Euros (dos personas) con vino blanco de 30 Euros. Salimos felices de los sabores, de los hallazgos que nos presentaron en la mesa y de las recomendaciones que nos dieron para elegir. A mi juicio, sólo le falta (aparte de precios más bajos, pero en eso entiendo que se impone la oferta y la demanda y estaba lleno) una carta con champanes menos costosos. Existen buenos champanes sin necesidad de que sólo el champán cueste más que el resto de la comida de los dos. Lo demás, delicioso e impecable.
Pero (no es pero, pero vale), por encima de los sabores, de la decoración, de la carta y los vinos estuvo Marjoli, que nos atendió a la mesa. Mi pareja en la cena (mujer) y yo (hombre) nos hubiéramos casado los dos con ella. Un trato delicado, respetuoso y tierno, ilustrando nuestra ignorancia con dulzura.
Si no le pedimos que se casara con nosotros fue porque hubiéramos tenido pelea para ver quién de los dos se la quedaba para siempre.
Gracias Marjoli, por convertir una cena deliciosa en una cena excepcional. Le dedico esta entrada de Navidad a usted, que pasa estos días lejos de su tierra y probablemente de parte de su familia. No sé su apellido. Espero que tenga aquí en Madrid a quien la cuide bien. Si no, nosotros la adoptamos. Se lo aseguro. Mil gracias y Feliz Navidad.