En la última presentación de un coche a la que he acudido, en la cena, se generó una discusión entre los periodistas. Alguno estaba molesto porque Maribel Verdú, actriz, expresara sus opiniones en la gala de entrega de los premios Goya.
— No le niego el derecho a dar su opinión, porque lo tiene, pero no debiera utilizar una gala de cine para hablar de política cuando le dan un premio. Que hable de cine que será de lo que sepa. Y no debiera hablar de política sobre todo porque trabaja en películas subvencionadas, pagadas con el dinero de todos.
Este asunto me causa varias sorpresas.
Me sorprende que alguien pretenda limitar la capacidad de los demás para opinar. ¿Por qué no va a poder opinar Maribel Verdú en una gala, rodeada de profesionales del cine, de lo que le dé la gana? ¿No opina cualquiera de nosotros, rodeado de quien sea, de lo que le da la gana?
Me sorprende que haya quien le dé más importancia a lo que dice Maribel Verdú que a lo que escucha decir a su madre o que lo que escucha decir a un premio Nobel o al Papa. Ni Maribel Verdú, ni un premio Nobel, ni siquiera la madre de cada uno y tampoco el Papa tienen ninguna autoridad en sus opiniones. Las opiniones en sí no valen nada, las diga quien las diga. Los único que vale es el análisis y ese análisis es independiente de quién lo firme.
Me sorprende que alguien vea una gala de entrega de unos premios de unos profesionales que no tienen nada que ver con uno. ¿Por qué le interesa a alguien, salvo a los profesionales del gremio, si a Maribel Verdú le dan un premio sus colegas?
También me sorprende que la televisión pública retransmita una gala de profesionales del cine y no retransmita una gala de profesionales de la fontanería, o de los premios nacionales de maquinista de tren, si existieran. ¿Queremos la televisión pública para retransmitir estas patochadas?
Que opine Maribel Verdú tiene tanta trascendencia como que opine yo o como que opine Krugman, el premio Nobel. Si las opiniones de Krugman ayudan a pensar y permiten analizar y conocer mejor cualquier asunto tendrán mucho valor. Si lo único que hacen es impartir doctrina sin dar las claves que permitan saber por qué esa doctrina es mejor que otra, tienen tanto valor como la afirmación de cualquier otro.
No tengo ni idea de qué dijo Maribel Verdú en la gala de los Goya. Lo he leído en un par de sitios, pero lo he olvidado. Es un comentario irrelevante, lo diga quien lo diga, que cualquiera de nosotros puede oír cada día un par de veces en el autobús municipal.
Mi pregunta es ¿Quién es Maribel Verdú? ¿Por qué no va a poder hablar donde quiera como el resto de ciudadanos iguales que ella? ¿Por qué molesta que diga su opinión cuando esa opinión se oye a todas horas en todos lados? ¿Por qué atribuimos a los famosos esa capacidad para que sus opiniones tengan un valor diferente que la del resto?
¿Consideramos que todos los ciudadanos son estúpidos, salvo nosotros, y que si lo dice Maribel Verdú, o Krugman, se va a convertir en dogma de fe?
Si así pensamos, será contra esa ciudadanía que consideramos boba contra lo que tendremos que luchar y no contra que la gente opine, porque entonces perpetuaremos el problema.
La libertad de opinión es imprescindible porque cuando alguien habla, los otros sabemos lo que piensa. Lo peligroso es no saber lo que piensa el otro.