La presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha anunciado que en Madrid se va a aprobar la plena libertad de horarios para el comercio. Cada propietario podrá cerrar y abrir cuando le parezca oportuno. Previsiblemente, la medida se aprobará por el parlamento de la comunidad el próximo mes de mayo, según dicen los noticiarios.
Las opiniones que he oído en contra de la medida son básicamente las siguientes:
– Destruye posibilidad de negocios pequeños y medianos y puestos de trabajo. (Es posible que sea cierto)
– Impide la conciliación familiar (Es posible que sea cierto en algunos caso)
– Habrá horarios más exigentes (También es posible que sea cierto, pero es posible que sea lo contrario)
– No debemos competir con los colmados de los chinos porque los chinos tienen otras aspiraciones y sólo trabajan para comer. (Una opinión como otra cualquiera sobre los deberes)
Las opiniones a favor:
– Creará puestos de trabajo (Es posible que sea cierto)
– Aumentará la posibilidad del consumidor para comprar cuando más le convenga. (Posiblemente cierto, aunque no tiene por qué ser así en todas las zonas)
– Aumenta la libertad de oferta y demanda de ajustarse libremente una y otra a sus intereses (Cierto indiscutiblemente)
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En mi opinión, el concepto que subyace a la aprobación de esta medida es la piedra clave de una economía capitalista competitiva.
¿Es posible que se destruya empleo? Pues sí. ¿Es posible que algunas personas no puedan aceptar este puesto de trabajo porque no serían incapaces de conciliarlos con sus vidas familiares? Pues claro que es posible.
Es posible que perjudique a los consumidores de algunas zonas porque haya colmados pequeños que cierren porque no puedan competir en un entorno de horarios libres. Todos los cambios generan inconvenientes a unos y ventajas para otros.
Dicho esto, es un suicidio a largo plazo empobrecer toda la economía y limitar la posibilidad de ofrecer mejores servicios para la mayoría para proteger a un grupo de personas cuyos puestos de trabajo no resultan competitivos.
Si basamos la economía en la protección de unos pocos y no en el crecimiento y las mejores para la mayoría tendríamos que prohibir internet, las neveras, los ordenadores y los hospitales.
El mayor beneficio del consumidor es una tendencia imparable. No se puede prohibir internet, no se pueden prohibir los billetes electrónicos para favorecer que haya más operarios en los mostradores de los aeropuertos, no se puede prohibir la televisión para que vaya más gente a los teatros… no podemos fastidiar a la mayoría para beneficiar a una minoría.
Habrá comercios que tengan que cerrar. Toda la vida ha ocurrido que hay empresas que desaparecen. Y toda la vida han desaparecido puestos de trabajo. Lo grave no es que desaparezca. Lo grave no es que no podamos atornillarnos todos a la mesa. Estamos tan preocupados por atornillarnos todos a la mesa, dedicamos tantas energías a defender nuestros puestos de trabajo obsoletos, que no nos queda tiempo a pensar en alternativas para las que pueda haber demanda.
Es posible que la libertad de horarios para el comercio dé multitud de posibilidades de crear puestos de trabajo. Pero si no fuera así, que es posible que no lo sea, tiene que darnos igual. Tenemos que mirar al futuro, buscar oportunidades de negocio en éste o en otros campos. Abrir las puertas para que corra el aire en nuestra economía.
Hay mil excusas que podemos utilizar para intentar proteger nuestro chiringuito. Las utilizamos los periodistas, las utilizan los tenderos, las utilizan los mineros, las utilizan los notarios, los músicos, los reyes, los políticos, los abogados, los médicos, ingenieros y farmacéuticos y también las grandes superficies. Las utilizan los grupos de presión de todas las calañas.
Nos parece mal que los ricos defiendan sus privilegios (controladores aéreos, pilotos, notarios…) y nos parece muy bien que los defiendan la clase media. Es un error grave esa discriminación. La defensa de privilegios es un error económico que nos perjudica a todos, aunque creamos que nos beneficia. Al final, todos somos más pobres cuando la economía no es eficiente. Y esa protección que creemos que nos beneficia, en realidad nos empobrece a largo plazo.
Nuestra economía necesita libertades y no frenos que pretenden salvar unos puestos de trabajo a cambio de perjudicar a la mayoría. La legislación laboral es un claro ejemplo.
Vivimos acomplejados, temerosos de perder nuestro puesto de trabajo en lugar de generar condiciones para crear nuevos empleos y abrir los horizontes. No se trata de proteger, sino de crear.
De una situación como la nuestra no se sale defendiendo el pozo, porque el pozo ya está seco. La idea es muy sencilla. Quizá por eso se rechaza habitualmente y se buscan excusas para proteger los privilegios de unos y otros a base de entorpecer el crecimiento y el bienestar general. Es un comportamiento cortoplacista y ruinoso.