Existe un factor del que no hemos hablado, pero que seguro que pesa mucho en mí cada vez que estiro unos metros más con neumáticos de verano cuando cae una nevada.
Tengo que decir que, durante muchos años, cada noche en la que ha habido una nevada, si tenía un coche a mano, he saltado a la carretera en busca de la nieve. Siempre con neumáticos de verano. Sólo una vez me quedé tirado, en la carretera que va desde Cotos a Valdesquí. Me quedé atascado por hacer el gamberro. Eran las doce de la noche, no había ni un solo coche en miles de metros a la redonda y me dediqué a jugar y a jugar con balanceos y cruzadas y tonterías, hasta que me pasé y una rueda se me quedó atascada y no fui capaz de sacarla hasta después de mucho rato de escarbar y de remover nieve. No, no llevaba cadenas. Era un coche de pruebas y no tenía cadenas en casa para esos neumáticos. Eran otras épocas. No había teléfonos móviles, yo era joven y juguetón y no existía nada en el mundo que me gustara más (no existe nada en el mundo que me guste más) que ir a conducir sobre la nieve con neumáticos de poco agarre.
Seguro que lo he contado por aquí alguna vez. Con el Golf de la prueba de larga duración fui muchas veces. Con neumáticos de verano y con neumáticos de invierno. Voy para jugar, para hacer manos, para no dejar nunca de sentir los coches. Voy, básicamente, porque soy un vicioso y el placer de conducir cuando el coche se te va de las manos pero a la vez está entre tus manos es gustoso.
Aquel día, por suerte para mí y para los dueños del coche, ni siquiera me salí de la carretera, pero la rueda quedó en una posición incompatible con la tracción sobre la nieve. Si hubiera llevado cadenas las hubiera puesto con placer y hubiera solucionado en 10 minutos lo que me costó casi dos horas con el frío y bajo la nieve. Pero no las llevaba.
He ido muchas veces por esas carreteras. Siempre sin cadenas, siempre sin coches alrededor, siempre con mucho cuidado de no frenar más de la cuenta, de no acelerar más de la cuenta, de no balancear más de la cuenta, de no jugar más de la cuenta. Siempre con neumáticos de verano. Siempre apurando un poco más.
En contrapartida con estas experiencias tan placenteras, he puesto muchas veces cadenas en mi vida. Muchísimas. Desde mucho antes de tener el carnet de conducir. Con 15 y con 16 años siempre era yo quien ponía las cadenas. Con las manos heladas, con los pies helados, con la nieve helada metiéndoseme por el cogote. Siempre era yo. En aquel Renault 7 en el que nos metíamos cinco, y hasta seis alguna vez, con todo el equipaje para el esquí, o aun peor, en el Renault 5 de la otra amiga, donde también nos embutíamos e íbamos felices a esquiar.
Me llevaban. Yo era el pequeño, el enchufado del grupo, el que nunca conducía (qué más hubiera querido yo), pero quien siempre ponía las cadenas.
Poner las cadenas es un martirio y desplazarse con ellas mucho más. No conozco la tecnología actual de las cadenas. Ahora llevo unas en el coche, adaptables para varias medidas de neumáticos, pero juro por lo más sagrado del santuario automovilista que haré todo lo que esté en mi mano siempre más para no volver a tener que poner cadenas. Incluso, hasta quedarme en casa cuando fuera esté nevando.
Uno, al menos yo, no pone cadenas bajo techo en el garaje, antes de salir de casa. Uno, al menos yo, pone las cadenas cuando ve que es imprescindible. Y supongo que la mayoría del resto de conductores hará exactamente lo mismo. Es muy fácil pensar en que las cadenas son una buena solución cuando estás sentado calentito delante de la máquina de escribir. Pero, cuando estás en el coche sobre la nieve, con el limpiaparabrisas barriendo los copos cada dos segundos, con todos los cristales empañados por el frío de la nieve en el exterior, seguramente sin unos guantes adecuados (¿cuáles son los guantes adecuados para poner cadenas?), posiblemente sin abrigo adecuado con capucha para que no te entre la nieve machaconamente por el pescuezo estirado (para poner cadenas hay que estirar mucho el pescuezo), seguro que sin rodilleras y para poner cadenas casi seguro que hay que apoyar las rodillas en el suelo y mojártelas bien frías… cuando todo a tu alrededor es hostil, y si además no tienes la seguridad de poner las cadenas bien en medio minuto, casi prefieres pasar la noche parado con el motor en marcha y esperar a que se funda la nieve.
«¡¡Segunda, segunda, arranca en segunda y acelera poco!!»
Cuántas veces habré oído ese cántico, sólo por no bajar del coche para poner las cadenas. «Si es sólo para arrancar, una vez en marcha ya no hay problema».
Poner las cadenas es un suplicio y hacemos lo que sea para no ponerlas. Incluso subir al coche en marcha después de haberlo arrancado para que no tenga que pararse de nuevo. Más de un bofetón he visto yo del empujador que no lleva cadenas en los zapatos. No lo tenemos en cuenta. Uno las compra alegremente, pero luego, muchas veces, ni sabe ponerlas ni se imagina las condiciones en las que va a tener que ponerlas. Y cuando llega el momento busca mil excusas para seguir con ellas, tan brillantes, en el maletero.
Desconzco si en la actualidad existen cadenas mágicas que se autocolocan. De todas las que yo he conocido, las más fáciles de poner son las fundas de tela. Las cadenas metálicas tienen o tenían el inconveniente adicional de que hay que tensarlas después de recorrer unos metros. Y que muchas veces golpeaban en la chapa, con el dolor acumulado que suponía ese sonido espeluznante a cada vuelta de rueda.
Otro inconveniente gordo de las cadenas es que en las zonas en las que no hay nieve el coche funciona fatal. No agarra y no permite pasar de 30 km/h en muchas ocasiones. Las fundas de tela, además, duran dos vueltas sobre asfalto desnudo y las cadenas sobre asfalto se rompen con facilidad.
Las cadenas son un artefacto anacrónico. Cuando había muchos menos coches, cuando las vías eran peores, cuando no había autovías y autopistas, eran un buen remedio casero. Pero nunca han sido solución buena para ningún desplazamiento un poco largo, y mucho menos por autovía o autopista con nieve.
Supongo que de las cadenas nos tenemos que quitar, como de tantas cosas que ya no sirven. No me había parado a pensarlo. Las cadenas siguen siendo una buen parche en una estación de esquí o en un puerto de montaña en el que se circula imperativamente muy despacio. Pero al igual que en una vía rápida no se puede circular en bicicleta, tampoco parece posible que permitamos circular con cadenas. Si no llevamos calzado adecuado para la autopista o autovía, tendremos que circular por otras vías. El problema es que no hay alternativa a las autovías.
¿A qué me conduce todo esto? A que si quieres viajar en invierno por autovía al norte de Despeñaperros, parece que no hay alternativa a la obligación de llevar neumáticos aptos para circular con mucha seguridad y agarre sobre nieve en días con riesgo de nevada. Las cadenas no son material operativo para estas circunstancias.
(Como pueden ver todos ustedes, tengo mucha capacidad para cambiar de opinión. 🙂