Los humanos damos mucho valor a la inteligencia. A saber por qué. Utilizamos la inteligencia de forma primitiva, animal. Utilizamos la inteligencia para ganar, del mismo modo que siempre se ha utilizado la fuerza. ¿Qué legitimidad tiene la inteligencia sobre la fuerza, si la utilizamos para lo mismo? ¿Por qué es más legítimo comer gracias a un razonamiento que a un puñetazo? ¿No es la legitimidad de la mayoría, la legitimidad que impone esas leyes, la legitimidad de la fuerza?
Los seres humanos nos llamamos racionales e inteligentes, pero no somos capaces de utilizar la inteligencia para cambiar los valores. ¿Por qué queremos ganar? ¿Qué tiene de mejor ganar que perder? Perder es fácil, sí, y ganar es difícil. Pero, aparte de la dificultad, ¿por qué ganar es un valor intrínseco?
Utilizamos la democracia, el sistema de elección de la democracia, para ganar. Lo utilizamos igual que han utilizado siempre los ejércitos la fuerza. Antes ganaba quien tenía más lanzas. Ahora quien tiene más votos. Hemos sustituido, las lanzas, las flechas y las balas, por votos. El ejército más numeroso vence al menor. Hemos dado un paso. Ganamos sin matar. Pero el objetivo es siempre el mismo. Ganar.
La inteligencia, que a mi juicio debiera servir para mitigar estas ansias animales de conseguir la victoria, de marcar territorio, de vivir como bestias, no va en esa dirección. La inteligencia fomenta esta lucha, porque los más inteligentes tienen posibilidades de imponerse a los menos inteligentes. El ego de los inteligentes, el ansia por ser reconocidos como vencedores. Que sean los tontos a los que menosprecias los que te nombren vencedor es irrelevante. En fin.
¿Es más inteligente utilizar la inteligencia para conseguir la victoria o utilizar la inteligencia para fomentar una sociedad sin vencedores ni vencidos? ¿Es posible o tenemos que renunciar a esa posibilidad? ¿Marx tenía razón y la lucha de clases es inevitable o tenemos alguna alternativa? ¿Es imprescindible una organización por mayorías y minorías o debemos buscar otras soluciones?
La inteligencia es un factor de discriminación. Utilizamos la palabra «tonto» como insulto, como un menosprecio. Quizá debiéramos empezar a despreciar la victoria y no a los débiles y tontos que no saben conseguirla. ¿Qué significa vencer?
Nos podemos empeñar en fomentar la lucha de clases. En celebrar las victorias de los nuestros y en aborrecer las victorias de los otros. Pero nuestros vecinos no cambian, las personas con las que tenemos que convivir todos los días son las mismas, los dolores de unos y las alegrías de otros son contingentes. La alegría y la pena cambia de bando periódicamente. ¿Es la mejor solución de la que somos capaces?
Los humanos nos autollamamos inteligentes, pero ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo para convivir en paz. Le llamamos civilización a algo tan pobre como ser capaces de asimilar el sentimiento de derrota cada cierto periodo y de vanagloriarnos de las victorias.
No digo que sea fácil. Entiendo perfectamente que ante la escasez de recursos quizá no haya más remedio que pelear como leones. Pero seamos conscientes de que si utilizamos la inteligencia para acaparar esos recursos escasos, legitimamos a quienes sólo tienen la fuerza para utilizarla con el mismo objetivo. Porque eso de que la fuerza es un monopolio del Estado resulta difícil de comprender si no eres parte del grupo que se beneficia de ese principio interesado. ¿O ponemos ambos, fuerza e inteligencia, como monopolio del Estado? ¿Acaso no son armas las dos y armas destinadas a conseguir los mismos objetivos?
La inteligencia nunca es criticada. Parece un bien en sí misma. Yo no estoy tan seguro. Especialmente cuando se utiliza para imponerse sin que se note.
Javier, lo que dices está perfectamente alineado con el Sermón de la Montaña. Es más, lo que dices es profundamente cristiano en el sentido estricto…
E. del Arco. Iba a decir que lo sé, pero me parece excesivo. Lo intuyo. Cuando lo escribía, he tenido un fogonazo con esa idea.
OMG! D. Javier ha vivido una revelación cristiana.
Ver para creer.
:-p
E. del Arco, a usted le ha sonado a sermón de la montaña, pero a mí me ha dado un cruce entre el quinto elemento y la princesa Mononoke.
Sr. Moltó, dele más caña al aire acondicionado que se le está sobrecalentando la neurona 🙂
JM
Ser inteligente, poseer inteligencia, sí es un valor en sí mismo, entendiendo «inteligencia» como la capacidad de utilizar el entorno de forma apropiada para conseguir un propósito. Un ser humano sin un propósito parece menos humano. Otra cosa será la utilidad que ese propósito depare al propio individuo. Y distingo entre propósito y objetivo, considerando lo primero como voluntario, humano, y lo segundo como necesario o instintivo, animal.
Que los demás valoren nuestra inteligencia, que nos consideren inteligentes, es una circunstancia que no tiene por qué coincidir con la posesión de la inteligencia. Yo diría que lo importante no es la inteligencia, que es una mera herramienta, sino el propósito perseguido.
Habrá personas objetivamente inteligentes que consigan fácilmente propósitos peregrinos, y personas tontas que tarden toda una vida en alcanzar un propósito que los realice de verdad y les dé plenitud. Yo prefiero pensar que soy de los segundos.
AL hilo (..) de sus reflexiones.
Debo ser muy tonto.
Ya he contado por aquí en otras ocasiones que no entiendo por qué a alguien le llamas tonto y se enfada.
Nunca me ha preocupado la opinión de quien pretende hacerme daño precisamente con ella.
Tampoco entiendo por qué le gritas (se gritan) «hijo de puta» a alguien y se enfada, item más si ese alguien no te conoce de nada.
Tal vez me falta el «gen del insulto».
Cómo puede nadie enfadarse por algo que diga otro?
Cómo puede (anímicamente) afectarme la opinión de nadie, más que la de mi propia gente?
Esto nunca lo he entendido.
Por otro lado sus fundamentos a la hora de basar las reflexiones me parecen falaces.
No se puede usar la inteligencia de forma animal es una contradicción en los términos.
Comer gracias a la inteligencia es legítimo sienmpre que no utilicemos nuestra inteligencia para hacer daño, esto es, para dar puñetazos o que los den otros menos inteligentes en nuestro beneficio.
La inteligencia nos agrada y satisface en la medida que nos aporta bienestar (y a los nuestros).
Con inteligencia podremos mitigar nuestra hambre y lo que es mucho mejor la de otros muchos.
Nos permite por tanto dar miles de puñetazos sin dar uno solo.
Para proponer y fomentar una sociedad de iguales, tiene primero que imponer su criterio, y por tanto ya está en la lucha.
Y despues está la peliaguda cuestión de qué hacer con los seres inferiores, porque no vale negar las diferencias entre individuos para que estas desaparezcan.
Cierto, el sermón de la montaña.
Pero ustedes que viajan tanto por esos mundos de Dios, cuando pasen por Astorga acérquense a la puerta de la catedral y observen con detenimiento la escena bíblica representada a la derecha de la puerta principal.
Es el Mesías expulsando a los mercaderes del templo. A latigazos.
¿Manso Jesús? Ni por asomo.
En definitiva, Ud. piensa que imponerse no es bueno. Y que no hay mayor o menor perjuicio en hacerlo mediante la fuerza que mediante la inteligencia.
Pues ya está. Entonces le han ganado. 😉
@8 Yo no he concluido eso sobre la entrada del señor Moltó, no deduzco que sugiera que «imponerse no es bueno». Yo entiendo que él cuestiona en sí la necesidad de imponerse. No veo tanto un juicio de valor. Hay una parte considerable de personas que pretenden, con mayor o menor éxito, imponer sus posturas sobre las de los demás, como fin inevitable de la conducta humana. Yo tampoco entiendo por qué es necesario. Yo analizo y saco conclusiones, y procuro no hacerme trampas a mí mismo. Que la conclusión a la que llego coincida con la opinión mayoritaria tiene el mismo valor que si soy minoría. Lo que me importa es que la conclusión me sea útil a mí. Es posible que la mayoría de ustedes hayan interpretado mejor que yo la entrada del señor Moltó. Es posible que mi interpretación sea errónea y esté en minoría. ¿Qué más da? Que ustedes me demostraran tener mejor comprensión lectora no haría que mejorara la mía. Una conclusión fundamentada no necesita ser reforzada con adhesiones externas.
Sr. Moltó, en esta época y en esta parte del mundo conocido en la que ud. y un servidor llevamos una existencia prácticamente regalada, con las necesidades básicas cubiertas hasta tal punto, que podemos dedicarnos a estas cuestiones que en otros lugares o en otras épocas nadie se plantearía por puro instinto de supervivencia, que aunque a ud. no se lo parezca es el más fuerte de los instintos en la mayoría de los seres humanos y es, cómo no, un instinto netamente «ganador».
Durante milenios al ser humano le ha ido el sustento y la propia vida en el acto de ganar, entonces no tenía ningún sentido plantearse que «ganar» podía ser igual de bueno que «perder», porque esta última contigencia representaba perder la vida.
Pero hoy mismo, váyase ud. a Melilla y dígale a uno de esos africanos que se la ha jugado atravesando medio continente -incluyendo uno de los desiertos más inhóspitos del planeta- y saltando una valla de 6 metros erizada de cuchillas; a ése, vaya y dígale que lo mismo da «ganar» que «perder»…
Ganar o perder solo da lo mismo cuando uno está ahíto de todo, en otro caso tal disquisición ni se plantea. En última instancia este tipo de elucubraciones son las que prueban lo maduros que estamos para ser barridos por aquellos a quienes ni se les pasan por la cabeza tales melonadas, dicho sea con todss mis respetos.
Saludos.
Yo no estoy nada seguro de nuestra «inteligencia». Siempre me ha parecido muy petulante y exageradísimo lo de autocalificarnos de «animal racional».
Somos instintivos (lo que nos salva en muchas ocasiones de nuestra supuesta inteligencia) y gregarios. Creo que son dos notas que nos caracterizan mucho más como especie.
También estoy convencido de que esa «inteligencia» nuestra es la que nos va a llevar a extinguirnos mucho antes de haber acabado con el planeta, como tan optimistamente temen los ecologistas.
En efecto, en lo sustancial nos comportamos más o menos igual que muchos otros animales. No hemos evolucionado apenas nada (en Roma los ciudadanos ya vivían muy bien, a costa de los esclavos y los territorios conquistados).
Y la sustitución de la fuerza por la inteligencia es sólo aparente y en ámbitos reducidos. Ni siquiera se extiende a lo que llamamos «primer mundo», como nos habíamos llegado a creer.
Seguimos siendo un rebaño con pastores aspirando a manejarlo, por las inteligencias o por las fuerzas.