Me lo dicen todos en la redacción: «Javier, te has enamorado». También me lo dice Álvaro (no C6) y que yo sepa no me conoce, ni yo a él. Todos tienen razón. Mi estado natural es «enamorado». Enamorado siempre. De quién no lo voy a contar ahora. De qué, tampoco, salvo excepciones.
En la redacción me dicen que me he enamorado del BMW 320d EfficientDynamics. No sé si me he enamorado, porque lo he devuelto y de inmediato me he montado en otro coche y en otro más y no me ha dolido. No lo echo de menos. Na. No estoy enamorado, pero…
Recuerdo el placer de conducirlo con suavidad por la carretera habitual en la que conduzco por curvas y disfruto con el recuerdo. Un coche con ese desarrollo tan largo, ese consumo tan bajo y que da ese placer de conducir, con ruedas de gran balón, que se pueden llevar con mucha mayor suavidad que las ruedas con perfiles de competición que nos meten ahora en un coche tras otro.
El 320d EfficientDynamics es la racionalidad hecha máquina. Potencia sobrada para viajar a cualquier velocidad, respuesta maravillosa del motor a cualquier régimen, hasta casi por debajo del régimen del ralentí, suavidad, tacto delicioso en curvas y un consumo inexistente.
He hecho muchos kilómetros con el 320d EfficientDynamics. Unos 1.500. Más de 1.100 en dos días con un solo depósito, a ritmo normal de autovía y sin apurar la reserva. Al día siguiente de los 1.100 kilómetros por autovía, del placer del bajo consumo y de una sexta larguísima que el motor mueve con soltura, me fui a medir aceleraciones y a probar en curvas.
No hace falta ir rápido. Casi en cualquier curva media se disfruta del 320d EffcientDynamics, con ese tacto insuperable en la dirección que tienen algunos coches de tracción trasera. Sublime. Quizá sólo comparable a una buena copa de champán. Sosegado y excelso.
Precisamente, lo que me enamora del 320d es que me puede enamorar. Una tautología inversa que me ha dejado prendado. Así es el amor, que no tiene quien le escriba.