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La Casa del pleonasmo

Lo llaman Casa Real como si fueran posibles las casa irreales. Todas son reales, incluso la Real, aunque no lo parezca. Fíjense en los nombres utilizados para denominar a las personas que viven en ella: alteza, majestad, princesa, rey, reina, infanta, príncipe… todos nombres de cuento, de historias que pueblan nuestra infancia. Es una Casa de Cuento, casi irreal.

Cuesta asumir que un país de ciudadanos adultos utilice nombres de libros de cuentos infantiles para denominar a su Jefe de Estado y familia.

Casas reales son las de todos los demás. Casas en  las que no hacemos esas fotos de sacarina ensobrada que han llenado toda la prensa con ocasión del 40 cumpleaños de Letizia. Entiendo que en la casa de cuentos hagan esas fotos de sobre y que intenten que los medios las publiquen. Pero ¿por qué las publican todos? ¿No hay ni un solo medio que se dirija a un público diferente?

Lo más doloroso de todo esto es que los señores del cuento han conseguido que todos los ciudadanos reales utilicemos los nombres del cuento, sigamos utilizando ese lenguaje propio de los niños, de los Reyes Magos, y llamemos rey al Jefe del Estado, príncipe a su hijo, infantas a sus hijas y no sé qué más a las personas de su familia y de su entorno.

Ya está bien de fotos edulcoradas y de nombres de historieta infantil, aunque alguno de ellos aparezca en La Constitución. Nuestro país real, el país de las dificultades económicas, de las exigencias de autodeterminación, de los compromisos solidarios, de la igualdad ante la ley, de la exigencia de transparencia de nuestros recursos públicos no puede tener una constitución que comparte nombres con Cenicienta y Blancanieves.

(La foto de Letizia arrobada, enseñando el anillo de esposada, en la primera página de un periódico de tirada nacional es una risa. Su 40 cumpleaños no puede ser noticia. Ni siquiera con esa foto, que casi merece serlo ella misma por el mal gusto. Esos anillos pueden ser una esposa para todo el que se la quiera poner, pero es indigno de una sociedad adulta que mediante esas esposas estemos atados todos los ciudadanos, generación tras generación, a un Jefe de Estado con nombre de Pulgarcito)

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