La bocina es un elemento inútil. Proclamo. Bueno no. La bocina sí que sirve, a veces. Para molestar.
Miento. En alguna rara ocasión es incluso útil. Cuando uno está parado en un semáforo y el avispado conductor del coche que tiene delante pone la marcha atrás en lugar de la primera, o se queda leyendo los mensajes que recibe en el teléfono, entonces, la bocina sirve, para con un pequeño golpecito sonoro avisar al distraído. Pero, salvo raras ocasiones, la bocina es un artefacto inútil.
Cuando más lo noto es en la moto, pero también me ocurre en el coche.
En la moto, cuando un coche me corta el paso sin mirar el retrovisor, o cuando me lo corta despiadadamente como me ha ocurrido hoy para atravesar tres carriles y salirse por una perpendicular situada al otro lado de la calle por la que circula (el muy c____´n), mi único recurso es gritar desesperadamente, con todas mis fuerzas.
Hoy, intuyo que el incrúspito ha oído el alarido que he pegado a la vez que utilizaba las dos manos sobre el manillar para frenar y girar, y eso que llevaba las ventanillas subidas, porque ha abortado la maniobra y ha seguido calle abajo. Quizá me haya visto en el último instante y haya pensado que el riesgo era mucho. En esta ocasión, como en la del Clase E, el día de «El accidente«, ni siquiera he pensado en tocar la bocina. Cada décima de segundo es preciosa para maniobrar, corregir e intentar minimizar los daños. ¿Cómo voy a pensar en la bocina y mucho menos, cómo voy a dedicarle ni una milésima de segundo a accionarla?
Sería maravilloso que la bocina estuviera asociada al cerebro y que en lugar de salirme un alarido de tarzán saliera un bocinazo de esos de barco que dejan paralizado a quien los escucha. Bueno, tanto no, aunque apetece. Pero habría que encontrar un sistema que en esos momentos de apuro hiciera que la bocina sonara de forma automática, sin requerir atención del conductor.
Cuando alguien pita en una situación de emergencia lo único que me queda claro es que la situación no es de emergencia, porque cuando de verdad hay peligro no hay tiempo de pensar en el pito, por muy refleja que sea para algunos la maniobra del bocinazo. Alguna excepción hay, pero pocas.