Hace unas semanas despedí a una persona en km77.com. No cumplía con nuestras expectativas. Para su puesto necesitábamos a un trabajador con mayor compromiso por aprender. Necesitábamos a una persona que dedicara más esfuerzo a ser el mejor en su puesto. Competir en internet nos obliga a todos a ser muy exigentes con nosotros mismos y con nuestros compañeros de trabajo. Para ser buenos periodistas necesitamos saber idiomas, tener sólidos conocimientos de química, física y gramática, tenemos que saber de economía para entender qué pasa en las empresas, tenemos que saber de mecánica para poder explicar qué sucede en los coches, tenemos que conocer las tecnologías que se utilizan para el desarrollo de los sistemas de ayuda a la conducción. Es imposible saber todo de todo, pero es imperativo que nos esforcemos mucho por entender cómo funciona un diferencial Torsen, qué reacciones tienen lugar en un catalizador de reducción, qué características tienen los radares empleados en los coches, qué implica que un verbo sea transitivo, distinguir entre un adverbio y un adjetivo, conocer las normas de ortografía, qué es una amortización y una inversión y tener la capacidad para expresarnos por lo menos en inglés con la tranquilidad de que podremos entrevistar al ingeniero de turno que nos explica cómo va el coche.
Trabajar en km77.com no es tarea sencilla, pero si queremos dar la mejor información a nuestros lectores todos los que trabajamos aquí tenemos que esforzarnos porque nuestro trabajo sea cada día mejor. De lo contrario vendrá alguien que lo hará mejor y nos dejará sin trabajo.
Esta exigencia, que se la he contado muchas veces a todos los trabajadores de esta casa, afecta también a la empresa y a su forma de gestión. Tenemos que mejorar la gestión todos los días para que todos los trabajadores tengamos lo mejores medios que seamos capaces de poner a disposición para hacer nuestro trabajo de la mejor forma posible y esa exigencia implica que todos estemos inquietos, que todos conozcamos la exigencia, pero que a la vez sepamos que si nos esforzamos la empresa apuesta por nosotros y que nuestro puesto de trabajo no corre peligro.
No es un equilibrio fácil y no estoy seguro de que lo consigamos nunca, pero no por ello vamos dejar de intentarlo. Para no afrontar estos problemas se puede rebajar el listón de exigencia con los demás y así nadie te exige tanto. Podríamos buscar procesos menos exigentes con todos, procesos menos ambiciosos, en los que todos estuviéramos más cómodos. No va conmigo. Mi ambición es hacer las cosas de la mejor forma posible, aunque suponga una mayor riesgo para la empresa y para los responsables, aunque nuestra situación sea menos cómoda, aunque me tenga que enfrentar a todos y a mí mismo para abandonar posiciones de comodidad y obligarnos a solucionar problemas inesperados. Queremos ser los mejores y conseguirlo es muy difícil. Pero sólo si estamos siempre incómodos podremos conseguirlo.
En este empeño por ser la mejor empresa tengo una gran frustración. La cuento públicamente para ver si tiene efecto dentro de mi casa. En todas las empresas por las que he pasado me ha parecido que había falta de comunicación interna, no había canales para que los jefes comunicaran sus objetivos, sus dudas y sus anhelos a los trabajadores y mucho menos que los trabajadores pudieran explicar sus cuitas a los jefes. Me gustaría que km77.com fuera diferente, pero no lo consigo.
Durante la reunión en la que le confirmé el despido al periodista al que me refiero arriba, después de reunirme con él muchísimas veces en estos años, le dije que el motivo principal era su falta esfuerzo por aprender. En un momento dado él me puso una objeción sobre el proceso del despido y le contesté: «No jodas. Eso no puede ser así. Eso lo estamos haciendo mal». Y me contestó algo así como: «Pues sí, como casi todo en esta empresa».
En ese momento me cabreé. «¿Cómo que ‘como casi todo en esta empresa’? ¿Y lo dices ahora? ¿Qué cosas hacemos mal, dímelas, por favor?»
Se desdijo. «No no es cierto, he sido injusto», me dijo, y no me dio ni un solo ejemplo de algo que hiciéramos mal. A mí lo que me parece injusto es que alguien no diga las cosas que hacemos mal. A continuación me habló de algo muy raro para mí y que sé que es una mentira enorme: «Yo hay cosas que no puedo decirle a los jefes, por respeto a su cargo».
Mentira gorda. Si respetas a tu jefe, si de verdad lo respetas, le tienes que contar la verdad y tus opiniones. Al igual que si respetas a tu subordinado. Cuando respetas a alguien le tienes que decir las cosas con absoluta claridad. Llenar las opiniones de subterfugios, eufemismos, palabras imprecisas y biensonantes es una falta de respeto hacia tu interlocutor. Ser condescendiente con el otro supone considerarlo débil, considerar que no va a poder encajar la verdad, que necesita ser tratado como un paciente con poca salud mental, en lugar de como una persona sana y adulta. Ese «por respeto» lo que significa en realidad es «no voy a abandonar mi zona de comodidad, para no enfrentarme a situaciones que me hagan esforzarme».
Sigo cabreado porque es obvio que hay miles de cosas que hacemos mal, que cualquier trabajador desde su puesto de trabajo ve mucho mejor que yo que hacemos mal, y de las que yo no me entero. Sin embargo, no consigo tener esa información.
En una de las empresas en las que trabajé hace algunos años todos los trabajadores cuchicheaban a todas horas sobre un jefe. Cuchicheaban sobre él porque olía mal. No hablaban sobre sus cualidades o defectos como jefe, sino sobre el olor que desprendía. No me planteé que su olor pudiera suponer un problema profesional hasta que me encontré a casi todos mis compañeros cuchicheando sobre él.
Yo tenía poco trato con aquel jefe, porque trabajábamos en turnos diferentes. Era mi jefe, pero no estaba casi nunca cerca de él. Sin embargo, me pareció imprescindible afrontar aquella situación y decírselo. Le pedí hablar con él y se lo dije así: «Espero que entiendas que lo que te digo lo hago a tu favor, no en tu contra. Jefe, hueles mal. No es una cuestión mía. Todos los trabajadores hablan de eso en la empresa. No sé cuál puede ser el origen, pero intenta ponerle remedio».
Yo sé que me lo agradeció. Le molestó mucho que se lo dijera, porque a todos nos molesta hacer algo mal, y cuando lo dices el otro toma consciencia.
Yo quiero que alguien me lo diga. Quiero que alguien me diga que huelo mal si huelo mal. Quiero que alguien me diga que este o aquel proceso es un disparate, que alguien me diga por qué esta o aquella estrategia están equivocadas, que alguien me presente dudas sobre mi trabajo o el de cualquier otro. Por respeto profesional.
Los eufemismos, los rodeos, la falta de claridad, las comunicaciones yuxtapuestas son una tristeza diaria y un disparate empresarial. Tener respeto a los jefes y a los trabajadores y a cualquier persona significa esforzarse por ellos, generar tensión, asumir riesgos y decir lo que uno piensa. ¿Cómo va a ser malo decir lo que uno piensa? ¿Nos dan miedo nuestros pensamientos?
Los pensamientos claros y al cuello. Que entren por vena. La única muestra de respeto hacia el otro es considerarlo capaz de asimilarlos, entenderlos y devolvértelos reelaborados. También en el trabajo. Por una razón sencilla. Ningún jefe en el mundo es adivino. Las cosas hay que decírselas y con la mayor claridad posible, por favor. Yo, por si sirve de algo saberlo, no me cabreo cuando me las dicen. Al contrario. Me cabreo cuando no me las dicen. (Grrr)