Soy ignorante de casi todo. No sé nada de coches, ni de economía, ni de literatura, ni de gestionar una empresa y a las personas que trabajan en ella. Esas son las cosas de las que sé más. Tengo las neuronas demasiado sobadas para mi capacidad y me cuesta leer, noto el esfuerzo, llego a casa cansado y soy incapaz de realizar trabajos que antes realizaba con menos dificultad. En suma: Soy un hombre embrutecido, cada vez más alejado de la cultura y del conocimiento. Me entristece y no sé ponerle solución.
Mi capacidad para memorizar siempre ha sido escasa. Soy incapaz de recordar los libros que he leído y los nombres de sus autores. Recuerdo fragmentos o frases sueltas o ideas, pero nunca sé de dónde provienen.
Tengo alguna capacidad mental, de eso soy consciente. Soy capaz de elaborar argumentos sobre algunas ideas básicas y busco soluciones a algunos problemas con cierta lógica y en ocasiones con buen resultado. Pero no soy capaz de entender en qué parte de mi cerebro se basa esa capacidad, dado que mi memoria y capacidad de retención roza el cero absoluto.
Con todo, en mi vida, ha habido siempre dos materias para las que he estado menos dotado que para el resto: la música y el dibujo artístico. No soy capaz de entonar, de afinar, de recordar una música (salvo las canciones «protesta» de cantautores antifranquistas que escuchaba a los quince años). No sé si la culpa la tiene el material genético o la educación recibida.
Mi profesora de música se desesperaba conmigo y yo me ponía muy nervioso en los exámenes de solfeo, porque quería hacerlo bien y no daba pie con nota. Recuerdo, sin embargo, un día soleado de primavera, con las amapolas revoloteando en el patio del colegio, en el que no sé por qué motivo no me puse nervioso, noté que lo estaba haciendo bien y lo hice bien. La profe no se lo creía. Me puso un seis. El dos era mi nota habitual en las clases de solfeo. (Qué capricho de memoria anciana, que tan bien recuerda la niñez)
De las clases de dibujo no voy a dar más detalles. Todavía dibujo como un niño de 5 años. Soy incapaz para el trazo recto y el curvo. Para captar la realidad y plasmarla. En fin. ¿Genes, educación, desgana, pereza? Qué sé yo.
La cosa es que ayer fui a un concierto invitado por Audi para celebrar el lanzamiento en España del A7. Tocaba Jamie Cullum, un músico del que no tenía noticia, como de la mayoría de ellos. Audi invitaba con acompañante y llamé a la mujer de mi vida por si quería acompañarme. Es la primera vez que voy acompañado a un acto al que me invita una marca. Pero en esta ocasión o iba acompañado o no iba, porque me daba pereza asistir a un concierto de jazz. Un concierto exclusivo para invitados de Audi.
¡Qué error hubiera cometido! Jamie Cullum me dejó desnudo desde el primer gesto. Antes de que sonara la primera nota sonaba todo a música. Su desparpajo con una materia a la que sólo puede amar profundamente para tratarla como un juguete. Play the music. Pensé en ustedes. Pensé en este blog, en las ganas de jugar, y en la soltura con que él juega delante del público, el escenario, de lo feliz que es con sus juguetes. Se ríe de él y de la música, o de los músicos y su parafernalia, o de la música y los músicos, pero hay música en cada poro de su tiempo. No toca, y hace música. Se ríe del juguete que adora, y hace música. Lo descabala todo, y suena a rebato, a refundación, a experimento, a danza, a ganas de jugar, a amor, a placer y a ritmo. Su banda es suya. Mima y admira a cada músico que le acompaña, porque están llenos de sonido y revientan en cada nota. Cada vez que revientan, se ríe con su juego. Su música, su capacidad para sentirla y hacerla sentir. Un hallazgo. Así de joven, sin prejuicios o cargado con todos a la vez. Sin poner límite a la exploración, a las ganas. Agarra la música, la destroza, le da la vuelta y la hace música de nuevo. Rompe el juguete y lo hace otro.
Gracias Jamie.
Ayer regresé a aquella clase en la que no sé qué edad tenía, cuando las amapolas brillaban en el patio y la profe de música me puso un seis. Ayer. Ayer entendí la música como juego, creo que por primera vez en mi vida. Muchas veces me he emocionado con una melodía, con una letra musicada. No tiene nada que ver con lo de ayer. Era sencillo, lo parecía. Nada extravagante. Sonaba a nuevo y se me quedó enroscada en el estómago.
Gracias amor, por acompañarme y agarrarme de la mano.