El viaje desde Madrid a Bilbao en coche eléctrico tenía un único propósito verdadero. Participar en el IX Eco Rallye Vasco Navarro. Mi objetivo era claro. Ganar. Lo dejé escrito. Todo el mundo me decía que era imposible. Y yo me lo creía. Pero ¿qué más me da que todo el mundo me diga que es imposible? Mi objetivo es ganar.
Para conseguir el objetivo, es imprescindible participar. Me presenté en Bilbao, ante el edificio donde Ibil tiene sus oficinas. Como venía con la inercia del viaje, le hacía fotos a todo. A las oficinas, desde la ventanilla del coche.
Al edificio, con el coche en primer plano.
Y por supuesto a las ruedas del coche. Las ruedas son fundamentales para ganar un rally. Con estas Bridgestone Ecopia EP500, en medida 155/60 en llanta de 20 pulgadas, teníamos que ganar. Para que no hubiera dudas, también les hice la foto, para poder presumir después de neumáticos ganadores. Ahora sé que les iba a exigir en serio en algunas curvas. En estos rallies de regularidad por algunas curvas hay que pasar desvencijado.
Para la regularidad, el factor primordial que juegan los neumáticos es que determinan el error del cuentakilómetros. Nosotros no llevábamos sonda (que son unos medidores de vuelta de los neumáticos) pero quienes llevan sonda necesitan medir exactamente el perímetro real del neumático, para que todos sus elementos de medición midan siempre la distancia exacta y no se produzcan errores. Nosotros no llevábamos sonda (algunos equipos llevan dos, en dos ruedas diferentes) por lo que nuestro medidor de distancia es el cuentakilómetros. Con él, calibramos el coche, para ver el error del cuentakilómetros con relación a las distancias medidas por la organización. De memoria recuerdo que nos dio un error de unos 30 metros en una distancia de 5,368 kilómetros. Más o menos. En definitiva, un error mínimo, de 6 metros por kilómetro. Ese pequeño error nos iba a ayudar luego en la prueba en algún tramo.
De camino hacia la zona de calibración, oh casualidad, nos encontramos con un Zoe. ¿A dónde iría?
Aquí. Como nosotros.
Claro que nuestro principal problema en ese momento no era de calibración. Era que no habíamos «echado» electricidad después del viaje de Lerma a Bilbao y la reserva de combustible era de sólo 10 kilómetros. Tener poca carga en compañía de Ibil es un problema menor. Tienen los puntos de recarga bien controlados. Pero hay que tener reserva para llegar.
«Vamos a darle un chute», me dice José Ignacio, mi colpiloto, con quien he calibrado el coche y mi acompañante desde que he llegado a Bilbao hace media hora.
No hago fotos de la pantalla del cargador, pero por lo que vi luego en Vitoria, mientras yo le hacía la foto al coche debía de estar cargando a una potencia de 40 kW. Un chute para poner los pelos de punta, a unos 400 voltios y 100 amperios.
Después de este chute, llevamos el coche al parque cerrado y mis amigos de Ibil (en aquel momento todavía no eran amigos, ni conocidos, siquiera) no me dejaron trabajar más. Dejamos el coche cargando en los tinglados del Arenal de Bilbao y de allí me fui al hotel. No más fotos. Una noche con ruta de pintxos por el casco viejo de Bilbao. De pintxos y de cervezas. Un rallye es lo mejor para la resaca.
Mi objetivo era ganar, pero ganar significa sobre todo pasárselo bien. Todos los componentes del equipo de Ibil, los participantes de los cinco coches, éramos novatos en regularidad. Íbamos a hacerlo lo mejor posible, pero disfrutar era el primer objetivo. Ninguno de nosotros teníamos idea de casi nada con relación a este tipo de rallies. Y aprender es ganar mucho.
Así que, a la mañana siguiente estábamos de los primeros para las verificaciones.
Que la oficina estuviera en el mismo hotel en el que dormíamos ayudó a llegar pronto.
Esta caja llamó mi atención. El rutómetro, todavía desconocido para nosotros, ¿no estaría escondido por ahí en algún sitio? A mí no me iba a servir de mucho, pero a mi copi sí.
José Ignacio, mi copi, realizando las labores administrativas, que resolvió con rapidez.
De camino al parque cerrado, Bilbao resplandecía.
En el parque cerrado, que estaba muy abierto, nos apuramos y pusimos todos los adhesivos reglamentarios. Nuestro BMW i3 94 Ah pasó satisfactoriamente la verificación técnica.
Estábamos impacientes por salir, pero el rally empezaba tarde. Hasta las 14:30 no salía el primer concursante. El coche ya estaba totalmente cargado pero seguía enchufado.
Cochazo de carreras sin caídas negativas pero asimétrico.
En cuanto nos dieron el rutómetro, los copilotos se pusieron a trabajar. José Ignacio Marcos, mi copi, y Aitor Basterretxea compañero de trabajo de José Ignacio estudiaban juntos los papeles que acababan de darles. Yo seguía haciendo fotos para mi reportaje de sociedad.
Estos eran cuatro de los cinco de los coches del equipo Ibil.
Prueba de agudeza visual. ¿Quiénes serán los conductores y quiénes los copilotos?
El objetivo de nuestro equipo estaba claro. Ganar. Incluso si es la primera vez que te enfrentas a un rutómetro.
Este perro imitaba a los coches. Tumbado, quieto y aparentemente enchufado.
Biodramina preventiva para quienes no conducen. Zaira Unzue a la izquierda y Amaia Angulo, ambas de Ibil.
Raquel Cardador, de Ibil, se ponía a los mandos del Zoe. A Susana Caparros, de la agencia de comunicación, le correspondía la estrategia del equipo femenino.
Amaia Angulo y Javier López Tazón, periodista de El Mundo. Javier le atribuia toda la responsabilidad con el dedo. Amaia la asumía con tranquilidad. Al final, fueron los mejor clasificados del equipo Ibil.
Aitor Basterretxea a la izquierda, que tenía mucha ventaja con el rutómetro porque conocía bien la zona, y Javier López responsable de conducir este Zoe. Los dos de Ibil. Único equipo monoempresa.
Zaira Unzue de Ibil y Koldo Marcilla de Motorpress. Éramos muchos.
Se ganaron una segunda foto por tener medio coche al sol.
Cinco equipos participábamos con el respaldo de Ibil. No sé si estábamos nerviosos. Pero algo parecido. Expectantes por lo que nos íbamos a encontrar.
A nosotros también nos hicieron la foto jugando a campeones.
A partir de este momento ya no hubo más fotos. Conducir y estar concentrado en el rally y hacer fotos, todo a la vez, es imposible. Nos pusimos muy serios. En un rally de este tipo se combinan dos elementos: pasar por los controles de paso en el segundo y décima exacto que marca la organización en función del promedio marcado para cada tramo y obtener el menor consumo posible.
En la anterior ocasión que participé en este Rallye, sólo disputamos la prueba de consumo. Nos olvidamos de la regularidad. Entre otras cosas porque no sabíamos nada de cómo se medía la regularidad. Yo, de hecho, pensaba que sólo se medía al final del tramo. Es decir, que hacía las subidas muy despacio y las bajadas muy deprisa, para consumir poco y para cuadrar el tiempo promedio en la línea de llegada. Al ver las clasificaciones comprendí que no era así, pero ya era tarde.
En esta ocasión, cinco años más tarde, decidimos jugar en serio. Queríamos luchar por la clasificación buena, la de regularidad, y también por la de consumo. Para intentarlo, aunque no llevábamos sonda y sin sonda por lo visto no hay nada que hacer, José Ignacio, mi copiloto, se bajó una aplicación denominada Rabbit Rally. Era nuestra arma para ganar.
Con esta aplicación dependes de la precisión del GPS y de que no falle nada. Si funciona correctamente, sólo tienes que obedecer al copiloto y acelerar o frenar cuando te dice, si vas retrasado o adelantado. Hay que tener en cuenta otro factor y es que no sabemos exactamente cómo miden los metros de cuerda de la carretera. Probablemente sea por uno de los laterales o por el centro. Lo que ocurre, cuando necesitas ir deprisa, es que resulta imprescindible trazar en las curvas para no salirse de la carretera y entonces acortas metros, con un error que acumulas para el resto del tramo. Si midieran por mi trazada, sería más fácil, pero me temo que no. Me contaron que lo ideal es seguir siempre a la misma distancia de la línea lateral de la carretera. Antes de salir parece que va a ser fácil. No lo es. A 50 km/h, algunas curvas de algunas carreteras son imposibles ni trazando. Todo esto lo aprendí con el paso de los tramos.
De momento, llegamos al primero. El tramo de enlace desde la salida en Bilbao lo hemos recorrido sin problemas. No nos hemos perdido, he intentado consumir poco y hemos llegado al control horario con tiempo suficiente como para no penalizar. De hecho, como no estamos familiarizados, paramos el coche entre las dos señales de control, porque no vemos que el coche que va por delante de nosotros nos tapa la señal. Visto aquí en el rutómetro, con tantas explicaciones (junto a la farola), parece imposible perderse.
«
La realidad hace la vida más difícil. Los comisarios, que nos miman, nos perdonan el error y nos explican dónde tenemos que parar y qué tenemos que hacer con la hoja de ruta. Nos cuentan los tiempos de entrada y de salida y cómo tenemos que sumar tiempos para no penalizar. Nos tratan bien, pero el aprendizaje no es inmediato. Son demasiadas novedades en poco tiempo y nuestro cerebro, el mío al menos, cada día que pasa es más refractario a retener información.
El primer tramo es en teoría fácil. Tenemos que mantener la misma velocidad media durante todo el tramo. No parece que haya demasiados cruces. Salimos.
Salimos, sí. Pero salimos sin señal de GPS en la tableta en la que tenemos instalada el Rabbit Rally. Tampoco tenemos a mano la hoja con los tiempos de paso que da la organización para distancias de 200 metros ni un cronómetro puesto a cero. Esta hoja se llama «Tabla de regularidad» y luce así.
Cada 200 metros te va indicando el tiempo teórico de paso. Si el cuentakilómetros parcial del coche midiera de forma idéntica al utilizado por la organización sería relativamente fácil acertar. El nuestro tenía poco error, más o menos un 0,6 por ciento. Mejor utilizar esa referencia que ninguna. Pero en ese momento, ya en el tramo, no sabíamos dónde estaban las «tablas de regularidad». Salgo a ojo. Intento llevar el velocímetro sobre 50 km/h constantemente. Cuando por fin conseguimos señal del GPs nos indica que habíamos ido muy rápido. ¿Nos fiamos? Nos fiamos. Freno. Vamos mucho más despacio. Llegamos al final del tramo. ¿Resultado? Incógnita. No sabremos los resultados hasta el fin de la etapa.
El segundo tramo es mucho más complicado. Tenemos muchos cambios de velocidad intermedia. La tableta está conectada al GPS desde el principio y en la aplicación tenemos introducidos todos los cambios de velocidad. Esta vez nada puede fallar. La tabla de regularidad del segundo tramo indica todos los cambios de velocidad. Una locura.
Salimos bien. Voy demasiado rápido. Levanto, freno. Vamos bien y… la tableta se apaga. Esta vez la tabla de regularidad nos va a salvar pero… no he puesto el cuentakilómetros a cero en la salida. No tenemos referencias. Además, hay muchos cambios de velocidad. Intento ajustarme con el velocímetro a cada velocidad. Buff. José Ignacio no consigue que funcione la tableta. ¿Será la pila? Tenemos mucha electricidad almacenada en el coche. Al no tener la indicación del cuentakilómetros, saber los puntos de cambio de velocidad es casi imposible. Lo ponemos a cero en un punto que identificamos y a partir de ahí hacemos restas y sumas para intentar ajustarnos a los tiempos de paso. Grrr. Ir a ciegas genera mucha tensión.
Acabamos el tramo lo mejor que podemos. Sin referencias. Nos ponemos nerviosos, porque a la falta de referencias del tramo sumamos que seguimos sin tener claro en qué minuto tenemos que entrar en el siguiente control horario. Por suerte, en la zona de espera para el tercer tramo, Raquel pierde el móvil y la preocupación de todos se desvía a encontrar el móvil de Raquel. Falta medio minuto para que penalicemos, pero seguimos buscando el móvil de Raquel. Aparece. Susana lo encuentra debajo de no sé qué. Ya estamos contentos. Tenemos móvil. Vamos a por el tercer tramo.
En el tercer tramo nos olvidamos de la aplicación. Yo digo «ya» cuando en el indicador del cuenta kilómetros salta el número para que indica cada 200 metros de recorrido y José Ignacio dice «ya» cuando es el tiempo de paso. Si yo digo «ya» antes que él es que vamos demasiado deprisa. Si es al contrario, vamos despacio. Sorprendentemente, decimos ya a la vez en muchas ocasiones. No tenemos ni idea de si lo hemos hecho bien o no, pero si funciona este parece un buen sistema.
Volvemos a Bilbao ahorrando electricidad. Por la noche nos esperan más tramos, a partir de las 22:00. A las 20:09, José Ignacio manda un mensaje al grupo: «Javier, primeros sin sonda» y envía esta clasificación:
A la vista de esta clasificación, los puntos que hemos sumado en el último tramo (116) son claramente inferiores a los puntos de los primeros tramos. En este último tramo sólo hemos triplicado la puntuación de los mejores y en cambio en el global del rally multiplicamos el resultado casi por 50. A falta de confirmación, parece que la táctica de ir avisando cada vez que salta un número par de centenares de metros funciona. Sin embargo, no es un buen método, porque me obliga a ir mirando continuamente el indicador. Tengo que avisar justo en el momento que salta. No sirve de nada avisar más tarde y los ojos tienen que estar puestos en la carretera. En más de una curva lo he pasado mal por ir mirando la instrumentación del coche esperando el momento exacto en el que pasara del 1 al 2. Grrr. El sistema parece que funciona, pero no es recomendable.
Sea como sea, ha llegado la hora de ir a cenar. En Ibil han reservado un menú cerrado y nos corresponde una cena opípara. No sé si nos la hemos ganado, pero devoramos todo. Por la noche, con el sobrepeso, seguro que no ganamos en consumo. Pero compensa por lo bien que nos lo pasamos en la cena. De los tramos de la noche ya hablaremos en otro momento. Lo que sí sé es que por la noche necesito estar mucho más pendiente de la carretera, por lo que la táctica de ir cantando cada 200 metros no es recomendable. Bueno, toca cenar.
(Continúa aquí, con el análisis de las penalizaciones en los diferentes tramos de la jornada)