Escribía Flaubert en las primeras páginas de Madame Bovary que a los ídolos no hay que tocarlos porque parte de la púrpura que los envuelve se te queda pegada en los dedos.
Nada mejor que la muerte para que nada te desbarate la idolatría. Maradona ha muerto y el furor idolátrico se ha desatado en el mundo. Me duele. Me duele porque la idolatría hace más daño a las personas con menos recursos, a las más desfavorecidas. Porque quizá esté equivocado, pero estoy convencido de que la idolatría hace daño y perjudica a los idólatras. Sucede así con las religiones y en todos los ámbitos de la vida.
¿Porque si dios existiera, si algún dios existiera, qué mérito tendría? Su capacidad le habría venido dada. Nadie puede convertirse en dios a sí mismo. El mismo mérito que Maradona, que Pavarotti, que Karl Lewis, que Einstein, que Faulkner, que Flaubert, que Steve Jobs, que Bill Gates, que Victoria de las Ángeles, que Newton, que Amancio Ortega, que Picasso, que Rembrandt, que Rafa Nadal… Ninguno. Nadie puede convertirse en ninguno de ellos a sí mismo. No. Nadie se hace a sí mismo. Eso es mentira.
Seguro que todos ellos se esforzaron o se esfuerzan en mayor o menor grado. Pero estoy seguro de que el esfuerzo de ninguno de ellos es superior al de las personas que se levantan todos los días a las cinco de la mañana para ir a limpiar escaleras que pronto serán pisoteadas. ¿Por qué iba a serlo?
¿Cuál es esfuerzo inhumano de un estudiante de notarías que pasa 10 horas al día sentado delante de libros intentando recordarlo todo? ¿Por qué va a ser más penoso su esfuerzo que el de una persona que transporta muebles 10 horas al día, o que trabaja en el campo diez horas al día, o que recoge las basuras por la noche?
¿Por qué todas esas personas encumbradas merecen más reconocimiento que tantas y tantas personas a las que no conozco pero trabajan duramente todos los días o no trabajan porque no consiguen un trabajo?
Unos amigos a los que les gusta el fútbol me decían que sí (algo sí como lo que tú quieras, no me des el coñazo), pero que Maradona ha sido único en la historia del fútbol.
Entiendo que eso pueda dar envidia, más o menos sana dependerá de cada uno, pero envidia. Pues claro. A mí me dan envidia muchas personas. Todas las personas que son amigas mías me dan envidia. Desde por su capacidad de amar a por su capacidad mental a por una mezcla incombustible de ellas. Einstein me da mucha envidia, las personas con buena memoria me dan mucha envidia, quienes cantan bien me dan mucha envidia. Si pudiese elegir tener una capacidad sería la de cantar como Victoria de la Ángeles. Nada me haría más feliz. Me esforzaría mucho por ensayar y alcanzar los matices más sublimes, pero sería un esfuerzo pequeño frente al de quien por mucho que se esfuerce nunca llegará ni a acercarse a la orilla de ese placer.
Yo sé que por mucho que me esfuerce,hay cosas que nunca entenderé. Me seguiré esforzando. Quien las entiende no tiene más mérito que yo, no tiene más mérito que nadie. Sus circunstancias se lo permiten.
No hay seres superiores, lo que implica que tampoco los hay inferiores. Todos somos discapacitados y todos tenemos capacidades distintas. Idolatrar y venerar nos perjudica, porque nos confunde.
Hay niños que se esfuerzan mucho y que juegan cinco horas diarias al tenis, van a clase siete horas más y además estudian solfeo, piano y artes marciales. Alguno de ellos tendrá capacidades inusitadas y podrá sacar todo eso adelante. Otros, en cambio, estudiarán física cinco horas al día después de clase y no serán capaces de asir, por mucho que se lo expliquen, qué significa la densidad o por qué la suma de los infinitos términos de una serie puede tener límite.
Maradona hacía con los pies y un balón algo que nadie más en el mundo era capaz. Estoy seguro de ello. Felicidades.
No conocí a Maradona. Lo vi jugar por la tele y me enteré de sus desventuras con las drogas y otras sustancias y seres. Me hubiera gustado que entre todos hubiéramos tenido la capacidad de cuidarlo. Que él hubiera aquilatado la importancia de pegar patadas a un balón, por mucho que rugieran las muchedumbres en el campo, y que la muchedumbre comprendiera que aquel malabarista del balón es igual, como aptitud dada, que el malabarista de las canicas, del billar, del trial, de cantar como los ángeles o de no equivocarse ni una vez en contabilizar todas las facturas y albaranes.
Si existiera un dios omnipotente que amara a los seres humanos, su primer esfuerzo (¿Los seres omnipotentes tienen posibilidad de esforzarse?) debiera consistir en quitar de los seres humanos las ganas y la necesidad de venerar a los seres omnipotentes.