Hoy escribo a favor de que potenciemos la posibilidad de defender la homofobia, el machismo, el racismo y todo tipo de discriminación sin ambages.
¿Cuál es el problema de creer y defender sin tapujos que los blancos son más estúpidos que los negros? ¿Cuál es el problema de creer y defender con libertad que los heterosexuales son unos enfermos mentales y unos degenerados? ¿Cuál es el problema de creer y defender que las mujeres somos menos brillantes intelectualmente que los monos? ¿Cuál es el problema de creer y defender que el ser humano está creado por un Dios omnipotente y que algunos seres humanos realizan milagros gracias a su relación privilegiada con él? ¿Cuál es el problema de creer y defender que la violencia es el mejor instrumento para alcanzar la paz social, incluso con sus contradicciones intrínsecas? ¿Cuál es el problema de creer y defender la pena de muerte como método de castigo o de solución económica?
Nos llamamos a nosotros mismos el más inteligente de los seres vivos y nos reprimimos la capacidad de expresar lo que creemos y pensamos.
Cuando nos reprimimos esa capacidad nos discriminamos a nosotros mismos. Somos tan estúpidos o débiles que no podemos escuchar determinadas cosas, porque nos pueden apartar del camino correcto.
A Galileo lo condenaron por decir barbaridades. Se atrevió a expresar un anatema.
Sí sí, ya lo sé. Galileo tenía razón. Pero, ¿estamos seguros de qué significa tener razón?
¿La razón te la da la estadística, la interpretación histórica, la demostración matemática o la realidad empírica que medimos y analizamos bajo nuestro punto de vista, ya que no podemos salir de él? No está nada claro qué significa tener razón. En casi ningún campo.
A un aficionado de un campo de fútbol lo han denostado y lo han despedido como socio de un club por lanzarle un plátano a un jugador. El club puede hacer lo que quiera con sus socios, supongo que el club tendrá sus reglas. Pero, ¿se han planteado en ese club o en algún otro club del mundo hacer lo mismo con todo el mundo que llama maricones a los futbolistas cuando fallan o a quienes llaman hijos de puta a los árbitros?
¿No son las putas y los homosexuales igual de defendibles que los colores de las pieles? ¿Podemos todos opinar y expresar que ser puta e hijo de puta es equivalente a algo despreciable y ruin, pero no podemos pensar y decir que la homosexualidad proviene de una enfermedad o que los negros nos asemejamos a los monos? (Es paradójico que cuando uno llama hijo de puta a otro se considere un grave insulto para el otro)
No nos conviene discriminar a nadie por lo que piensa. Nos perjudica como sociedad. Y si limitamos la posibilidad de expresar lo que uno piensa, discriminamos a quienes piensan de forma diferente a quienes tienen el poder de legislar.
Discriminar a alguien por lo que piensa, reprimir la posibilidad de contarlo, nos convierte en una sociedad débil, en la que existen anatemas, una sociedad que piensa que carece de argumentos para rebatir opiniones personales y prefiere que no se expresen.
La evolución no se puede conseguir mediante la opresión de quienes piensan de forma diferente, sino mediante el convencimiento. La evolución no consiste en convertirnos todos parte de la misma secta, sino en aprender a convivir con quienes creen, piensan y sienten de forma diferente sin que tengan que reprimir sus pensamientos y su expresión.
Conozco a personas que se niegan a decir en público algunas de las cosas que piensan. Saben que está mal visto socialmente.
Personas que «por educación» no dicen lo que piensan. Personas hipócritas, que mienten, sólo para que no les juzgue la sociedad. Que sólo dicen lo que piensan ante su pequeño grupo de amigos. ¿Nos conviene?
Vivimos en una sociedad débil, en la que lo que llamamos educación y corrección nos hace vulnerables ante las opiniones de otros. Una sociedad en la que decir lo que uno piensa es recibido por los otros como una agresión.
Personas que se escandalizan porque el Papa recomiende no utilizar preservativos, porque en Estados Unidos exista la pena de muerte y libertad de portar armas, porque haya partidarios de la colectivización de los bienes, porque hay quienes reclaman el derecho al aborto, otros porque los llamen asesinos…
Que me llamen asesino por defender mis ideas no tiene por qué generar crispación social. Es una afirmación que no merece ninguna atención. Yo no soy más o menos asesino porque lo diga mi vecina del quinto o el Papa de Roma.
¿Somos las mujeres más o menos tontas porque yo piense y diga que las mujeres somos más o menos tontas? ¿Son los blancos más o menos espabilados porque yo piense y diga que los blancos somos más o menos espabilados? ¿Somos las putas más o menos deleznables porque yo piense o diga que ser puta es deleznable?
Las opiniones de los demás no tienen más valor que el de mejorar el debate, cuando son de calado. En cambio, promover la mentira, es muy perjudicial, porque de la noche a la mañana esas personas que decían una cosa expresan con su voto secreto lo que de verdad piensan y te pillan desprevenido.
Yo intento expresarme siempre con claridad absoluta, para que nadie pueda tener dudas de lo que digo. No siempre lo consigo, pero lo intento. Para algunas personas esa claridad es recibida como una agresión. «¿Cómo es posible que equipares la creencia en Dios y en los milagros con el racismo?» me dirán. «Lo hago porque lo hago, sin necesidad de mayor justificación. Si te parece que podemos obtener conocimiento de esa equiparación, debatimos. Si no, lo dejamos.»
Me gustaría que mis opiniones no causaran malestar a nadie, que sólo sirvieran para debatir y aprender. Pero hay personas a las que les duelen. ¿Tengo que ser yo el que me reprima y convertirme en un hipócrita o tiene que ser la sociedad la que aumente su nivel de tolerancia y comprenda que mi pensamiento es rebatible siempre y que no afecta a la realidad sino sólo a mi visión del mundo?
Yo abogo por una sociedad y unos ciudadanos a los que no les duelan las críticas y lo que ellos consideran insultos, que sepan entender cuándo son fundadas o no y que las desprecien cuando les parezcan infundadas y las tomen en cuenta cuando les sirvan para su propio beneficio.
Una sociedad en la que todos podamos opinar con claridad, a favor y en contra de absolutamente todo, sin anatemas ni muros de contención que limitan los campos de investigación y pensamiento. Una sociedad en la que se pueda defender la dictadura del proletariado, la democracia, el anarquismo, el fascismo, la discriminación por cualquier tipo de condición o creencia, la violencia, la tortura, los derechos humanos y la pena de muerte con la misma legitimidad. Sin prejuicios.
Una sociedad en la que no impongamos la mentira y la hipocresía como método de convivencia.