Una de las ocupaciones que más tiempo ocupa en mi vida es la de asesorar la compra de coches nuevos. Amigos, lectores, vecinos, familiares, proveedores… muchas personas me piden consejo para la compra de coche. Cada mes, vendo muchos coches. A cada persona que me pide consejo, le interrogo sobre cuestiones diversas. Una de esas cuestiones es entre qué coches duda, qué coches prefiere.
Por un motivo que no alcanzo a entender, los modelos de Ford no suelen estar entre los coches preferidos por mis interlocutores. Me sorprende porque de los muchos coches que pruebo, los Ford siempre me parece que tienen una de las mejores relaciones entre calidad general de acabados y ajustes, respuesta de los motores, sujeción y respuesta en carretera para el precio que cuestan.
En las dos últimas semanas he probado dos Ford. Un Fiesta, con el motor de gasolina de EcoBoost de 125 caballos, y un Focus con el motor turbodiésel de 150 caballos. He hecho más de 1000 kilómetros en los fines de semana con cada uno de ellos. En los dos casos he quedado encantado de cómo funcionaban los motores, de su respuesta a bajas revoluciones y de su consumo. De la comodidad de las suspensiones y de su respuesta en apoyos fuertes y cambios de apoyo. De cómo entran en las curvas, del ruido percibido en el habitáculo, de los asientos, del tacto de los mandos y del ajuste de los componentes del interior.
Es cierto que hoy en día todos los coches van muy bien y que las decisiones de compra se toman por factores particulares como una línea que parece bonita, o un maletero que se adecue a las necesidades de cada uno. Y quizá los Ford no tengan ni una línea que seduzca a muchas personas y ni un espacio interior sobresaliente. No lo sé. Sin embargo, el motor de tres cilindros de gasolina funciona espectacularmente bien, además de que he conseguido un cosumo bajo en mis recorridos, a pesar de no ir despacio. Los desarrollos del cambio son largos, pero la palanca se maneja con facilidad y resulta precisa.
Con todo, de los dos, el que más me ha gustado ha sido el Focus que, al igual que el Fiesta, lo he conducido mucho bajo el agua. El Fiesta, con su menor distancia entre ejes, como ocurre habitualmente con los coches pequeños, tiene unas reacciones menos progresivas cuando cambias rápidamente de apoyo. El Focus, en cambio, parece una alfombra voladora en vuelo rasante. Le hagas las perrerías que le hagas, responde a la perfección. El motor tira con fuerza desde pocas revoluciones, acelera con rapidez a velocidades elevadas sin aparente esfuerzo y con un consumo comedido a ritmos legales.
¿Por qué no entra Ford habitualmente en la lista de los coches preferidos de los compradores? Soy incapaz de saberlo. Yo me quedaría con este Focus para siempre y pasaría el día conduciendo alrededor del mundo. No necesito más para ser feliz. En Alemania, volaría con él a 200 km/h cada vez que el tráfico me lo permitiera y en el resto del mundo me dedicaría a disfrutar del tacto, la suavidad y el paisaje.
En los próximos meses llegará a España el nuevo Focus. Es posible que durante algunos meses haya unidades del Focus actual con descuentos superlativos. Si conocen a alguien que busque un coche de esas características, quizá le hagan un favor si le hacen pensar en el Focus. Yo todavía siento en los dedos el placer de haberlo conducido.
Con el Fiesta me acerqué una vez más a recorrer las curvas de las Costas del Garraf. Una carretera que como he contado otras veces ya no es lo que era, con ese muro infame que han construido entre el asfalto y la luz. Me acerqué para disfrutar del coche y del mar. Había demasiado tráfico para disfrutar del coche, de la conducción y del paisaje, pero había que intentarlo.