He visto muchas presentaciones de coches. Algunas, sin alharacas. En otras muchas, el espectáculo de la presentación supone un gran esfuerzo de la marca para disfrute del periodista (no siempre se consigue). Nunca había visto nada parecido a lo que Fiat demostró ayer.
Empiezo por el final. La foto del Fiat Punto Evo en la cubierta del portaaviones Cavour, de la marina italiana.
Un instante antes, el Punto Evo había descendido de la panza de un helicóptero posado sobre el Cavour.
Todo eso ocurrió al final de la presentación, que había empezado, como es tradicional, en una rueda de prensa, con pantalla al fondo. El comandante del Cavour, Gianluigi Reversi, nos da la bienvenida.
Lorenzo Sistino, Consejero Delegado de Fiat Auto, habla de los cambios estéticos del coche, da paso a los técnicos que hablan de los nuevos motores y cuando acaban las preguntas nos pide que no nos movamos de nuestros asientos.
No moverse de los asientos significa habitualmente que vamos a ver un video. Miramos a la pantalla y aparece esto.
Un traqueteo en el suelo al final de la cuenta atrás confirma la sospecha. Calculo a ojo que seremos más de 200 las personas sentadas en la plataforma. Unas 20 toneladas. Subimos. Miro al techo. Parece que hay hueco para nuestras cabezas. Hago una foto del techo, pero sale completamente negra. Todos los periodistas se levantan y sacan la cámara de fotos. Se ven las primeras luces. Es la cubierta.
En la rampa de despegue, los Punto Evo dan vueltas vertiginosamente. Es un espectáculo magnífico. La plataforma que utilizan para subir y viajar aviones y helicópteros nos ha llevado hasta la cubierta.
Avanzo entre las sillas y me deslumbra la luz. A la cámara también.
Avanzo más y hago las fotos del principio. Estoy perplejo de la capacidad de Fiat para conseguir un montaje como éste. Complimenti. Felicidades.
(Escribo esto en el hangar del Portaaviones Cavour. Son las 7:23 de la mañana según mi ordenador. Hace frío. Las grandes compuertas están abiertas y entra humedad. Un helicóptero enorme con las aspas plegadas está parado a mi lado. Me recuerda a la mili. Los soldados que debían estar de guardia cuando he llegado a este lugar a trabajar a las 4:30 de la mañana estaban sentados, en camisa de manga corta (yo tengo puesto un jersey) y navegaban por internet en los ordenadores que Fiat ha puesto a disposición de los periodistas. Cuando yo hice la mili no había internet que yo supiera. Y el único ordenador que había visto fue en la Escuela de Ingeniería, que funcionaba con lector de tarjetas perforadas. Me hago mayor. Snif.)