No sé si soy empresario. No sé qué soy. Sé que empecé un proyecto en el comedor de mi casa trabajando en una base de datos para tener fichas técnicas de todos los coches. Hace de eso 15 años. Empecé solo, sin experiencia, con cinco millones de pesetas (30 000 euros) y la certeza de que internet iba a cambiar la forma de presentar y de distribuir los artículos periodísticos.
Conocí internet en 1994, en una rueda de prensa. Pedro Schwartz presentaba una plataforma (Servicom) que servía para conectar entre sí los ordenadores de todos los suscriptores, para enviarse correos electrónicos y para mostrar información unos a otros mediante un «browser», creo recordar que lo llamaban.
En aquella misma presentación pregunté si se podían poner fotos en esas «páginas» de información que se podían mostrar unos a otros y me dijeron que sí. Entonces pregunté si se podía hacer como una revista, subir textos y fotos, y Pedro Schwartz me dijo que sí, que claro que sí, que de eso se trataba.
Siempre había querido hacer revistas en papel, diarios en papel, información en papel. Pero el papel suponía una barrera imposible para mis ahorros. No quería buscar capital, no quería hipotecarme, no quería tener socios que llegado el caso me impusieran una línea editorial, unas servidumbres. Yo quería hacer, siempre he querido hacer, periodismo absolutamente independiente, sin ataduras, sin deudas. Informando según mi criterio.
Pasaron muchos años y seguí trabajando con nómina en diferentes empresas, hasta que por fin, en 1999, después de irme una vez más de una empresa, decidí empezar por mi cuenta.
Han pasado quince años de aquello. Empecé solo. Absolutamente solo en el salón de mi casa (garaje madrileño). David Gómez, amigo que conocí mientras trabajábamos los dos en Londres, me ayudó desde Estados Unidos con el desarrollo técnico de la web en sus inicios y, poco a poco, con un contrato de un año con EresMas que me permitió contratar a un tres personas y deudas infinitas después (no estaba solo, Rosalía me prestó dinero) salimos adelante. En ese proceso fue pilar fundamental un grupo de lectores que, sin conocerme de nada, absolutamente de nada, se fiaron de mí, me enviaron dinero a la cuenta corriente de la empresa (ese mes no hubiera podido pagar las nóminas si no llegan a enviar el dinero) y pudimos seguir adelante tras una ampliación de capital. En aquella época, para esa ampliación de capital, valoré la empresa en 100 millones de pesetas. Se fiaron de mí. No sé cuánto valía, pero, por resultados, infinitamente menos. Por suerte, varios años después, valía mucho más y pudieron llevarse unas buenas plusvalías. Nunca hubo dividendos (ni creo que los haya).
Ahora, quince años después, somos 27 trabajadores en la empresa (un disparate). Somos muchos porque nuestro objetivo es hacer las cosas con calidad. El dinero me importa poco, pero la calidad de los que hacemos me importa mucho. Y, de momento, para el tipo de calidad que buscamos, la tecnología no nos permite sustituir a las personas. Es posible que seamos malos utilizando la tecnología.
Ahora tengo más o menos el 75% de las acciones de una empresa que fundé yo, que paga 27 nóminas, 27 contratos indefinidos (En km77.com sólo contratamos con contratos indefinidos, aunque yo sea partidario de despedir con flexibilidad. No es incompatible, aunque estoy convencido de que en España habría más y mejor trabajo con mayor facilidad para despedir. Ya lo he contado muchas veces y algún día de estos incidiré de nuevo, con más motivos para reforzar mi tesis).
Reniego de la idea de que son los empresarios quienes crean puestos de trabajo. Los puestos de trabajo los creamos entre todos los trabajadores de una empresa, cuando conseguimos hacer un producto de calidad, que somos capaces de vender a un tercero y generar recursos. Entre todos generamos riqueza y puestos de trabajo. Todos los trabajadores que trabajan bien participan en ese proceso. Los propietarios de las acciones arriesgan capital y los trabajadores arriesgan su tiempo, su carrera. También existe para ellos el coste de oportunidad, las alternativas. En km77.com, sin una larga lista de excelentes trabajadores, yo no hubiera creado ni un puesto de trabajo a largo plazo.
Contaba que tengo el 75% de las acciones de una empresa en la que trabajan 27 personas en la que partí de cero porque supongo yo que con esa propiedad me queda adjudicado automáticamente el título de empresario. Yo no quiero ser empresario. Yo lo que quiero es poder enfocar una empresa a mí manera y buscar a personas adecuadas para llevar un proyecto a cabo. Yo no me siento diferente ahora de cuando trabajaba con una nómina y la empresa que pagaba mi sueldo era propiedad de otros. Intentaba hacerlo tan bien como intento hacerlo ahora.
Muchos propietarios de las acciones de una empresa son como yo. Han abierto tiendas, han creado negocios en internet, han inventado procesos para dar un mejor servicio a unos clientes, desarrollan software para otros. Muchos como yo, que cuestionamos la dialéctica capital – trabajo, porque también cuestionamos la forma de propiedad de las empresas. Capital arriesgamos todos en una empresa, aunque no todos pongamos dinero inicialmente. Tenemos que buscar formas de que todos seamos propietarios.
La cuestión es que alguien me cataloga como empresario y por tanto estoy clasificado en la misma casilla que quienes figuran en asociaciones empresariales que «representan» a los empresarios. El otro día oí en una radio que «los empresarios madrileños confiaban» en no sé quién. Me recorrió un escalofrío. Una cosa es que un señor sea directivo de una organización empresarial y otra que los «empresarios madrileños» confíen en él.
Ni yo ni muchísimos otros propietarios de participaciones en empresas somos miembros de organización empresarial alguna. Ni pagamos cuotas, ni votamos, ni tenemos la más mínima relación con estos señores de copa y puro. No nos identificamos con lo que dicen y mucho menos con sus forma de actuar. Ni los conocemos, ni confiamos en ellos ni tenemos la más mínima intención de pertenecer a esa organización social que algunos dicen que representa a los empresarios.
No señor. Como dice Fernando Savater, el problema es que sí nos representan legalmente. Sé, porque los conozco y porque me lo dicen, que muchos otros empresarios piensan exactamente igual que yo: no nos sentimos representados, ni remotamente, por estas organizaciones empresariales.
Son un grupito pequeño de empresarios, asociados, los que organizan y dirigen esas asociaciones. No sé si esos empresarios gestionan bien o no las organizaciones empresariales (no he dedicado ni un minuto a preocuparme por ellas, porque me resultan totalmente ajenas) y tampoco sé si las utilizan o no en favor de sus intereses. De los que sí estoy seguro es de que yo ni confío en ellos ni me siento representado por ellos.