Supongo que a estas alturas conocen perfectamente el caso del concejal madrileño de cultura que escribió en su cuenta de Twitter unos chistes horrendos y por los que dimitió pocos días después de que se publicaran fuera de su cuenta de Twitter.
Este asunto me hace gracia. Quienes aparentemente más escandalizados y aterrados están con la gravedad de los chistes son los que más se esfuerzan porque esos chistes se publiquen y sean conocidos por todos. «Te culpo de contar un chiste racista y para culparte me voy a encargar de que todo el mundo lea ese chiste racista». ¿No es un contrasentido? No lo es porque sabemos perfectamente los intereses que hay detrás de esa propagación, pero hoy no quiero hablar de ese asunto.
A mi juicio, entendemos mal el significado de Twitter y de otras formas de comunicación. Una cuenta de Twitter forma parte del ámbito privado. A mí, por ejemplo, quien me lee en Twitter, me lee porque quiere, porque voluntariamente decide seguirme o decide seguir a quien retuitea lo que yo escribo. No estamos en los tiempos de la única televisión estatal en la que todos los niños veíamos «Un globo, dos globos, tres globos», porque no había otra cosa que ver por la tele.
Yo escribo, yo tengo que poder escribir, lo que me dé la gana, sin miedo a que alguien se escandalice y me arrastre de los pelos por subvertir el orden celestial. Si le ponemos una coraza a las herramientas que tenemos para decir tonterías, para equivocarnos, para jugar, perdemos toda la capacidad que nos da la herramienta de hacernos ricos. Perdemos todos. ¿Por qué no voy a poder decir yo en mi ámbito privado que habría que matar a todos los periodistas del motor, empezando por mí? ¿Por qué alguien se empeña en sacar consecuencias de eso? Estoy en mi casa y si alguien deduce que estoy en lo cierto y compra una pistola para matarlos, vayan contra él, o no le dejen leer nunca más.
He leído que los tuits de Guillermo Zapata pueden causar dolor. Y claro que pueden. Pero las personas a las que puede causarles dolor tienen la responsabilidad de no leerlos. Igual que yo tengo la responsabilidad de no entrar en una jaula de tigres. El resto de seres humanos no podemos dejar de jugar con las palabras y con el humor porque haya algunas personas a las que les duelan esos chistes.
A mí me duelen profundamente muchos tipos de chistes. Es mi responsabilidad no mezclarme con las personas que los cuentan. O luchar para que entiendan que esos chistes responden a una visión del mundo sesgada, mezquina, cicatera o palaganera que no les beneficia en nada. ¿Pero que los chistes tengan consecuencias, castigos, penas? Eso sí es empobrecedor.
Tenemos que aprender que las opiniones e ideas de los demás no tienen ninguna importancia. Sólo tienen la importancia que queramos darles nosotros. Tenemos que aprender a vivir en una sociedad en la que es imposible limitar la libertad de expresión. Porque siempre lo ha sido. En mi cuarto de estar y con la mujer de mi vida nadie puede limitar mi capacidad de contar chistes penosos. En Twitter, y con los seguidores de mi vida, nadie debiera conseguirlo, porque perdemos todos.
Dice Umberto Eco, (citado por Quim Monzó): «Los medios sociales dan derecho a opinar a legiones de imbéciles que antes sólo hablaban en el bar tras un vaso de vino. Enseguida se les hacía callar, mientras que ahora tienen el mismo derecho a opinar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles».
Los imbéciles siempre hemos tenido el mismo derecho a opinar que un premio Nobel. Lo único que ha ocurrido es que ha crecido la barra del bar. Pero te hacen callar igual que antes. O más. El problema de Umberto Eco debe ser que otorga mayor credibilidad a la palabra escrita que a la hablada y tenemos que aprender que eso ya no es así. Ahora escribimos en la barra del bar y antes solo hablábamos, pero lo que decimos tiene la misma relevancia y tus seguidores en Twitter son igual que el grupo de amigos con los que te tomas una caña en un bar: están ahí contigo por su voluntad y porque les les apetece debatir contigo.
Una de las ventajas de que esto sea así es que aprendemos a eliminar autoridades. Con el diálogo y el debate aprendemos que ni el Papa, ni los premios nobeles, ni Umberto Eco, son autoridad. Lo que dice cualquiera de ellos lo debatimos en público, inmediatamente, sin ninguna veneración. Con el espíritu crítico imprescindible que necesitamos para sacar mejor provecho de la energía disponible. Cuando el Papa tenía todas las iglesias a sus disposición, los fieles tenían menor posibilidad de cuestionar sus afirmaciones, porque no tenían barras de bar de la misma dimensión. Que eso cambie es un regalo del cielo.
Entender esta nueva situación y asumirla nos permite crecer. Recuerdo los inicios de km77.com. Recuerdo a periodistas de esta casa quejarse de los comentarios de los lectores. «Qué sabrán ellos» era una afirmación que se utilizaba siempre en las revistas de papel, tan alejadas de los lectores. «Si sabemos más que ellos, lo demostraremos con facilidad. Si no lo demostramos con facilidad es que quizá no sepamos tanto más que ellos» contestaba yo. En efecto y es maravilloso que sea así, muchos de los lectores de km77.com sabían y saben más de lo que sabemos nosotros de infinidad de cosas, no solo de coches. Es un placer infinito y yo estoy feliz de que sea así y de verlo con tanta claridad.
Internet lo cambia todo. Nos hará a todos más ricos. Permitirá cambiar la organización social, organizarnos entre nosotros (entre ellos, hablo de dentro de 200, 300 o mil años) sin necesidad de líderes, con datos filtrados y con herramientas para filtrarlos con facilidad y operar con ellos y sacar conclusiones de diferentes escenarios con diferentes parámetros. Por ejemplo, herramientas que permitan jugar con los presupuestos del Estado a cualquier ciudadano. Eso no es nada difícil y eso quizá lo vea. Con internet los ciudadanos tendrán que asumir sus responsabilidades y quien no las asuma lo notará, porque vivirá peor. La responsabilidad de cada individuo con su propia calidad de vida será mayor, no me cabe duda. Y eso será difícil de gestionar y requiere de un largo aprendizaje.
Seguro que Internet permite organizaciones que no estén pegadas al territorio, permitirá crear Estados virtuales, organizaciones supra e infraestatales, transfronterizas. Internet, la capacidad de comunicarse todos con todos a la vez, y su capacidad de desarrollo, obligará a muchos cambios de organización social. Ahora sólo estamos viendo los primeros movimientos.
Por todo esto, me parece cortoplacista, mezquino y estrecho de miras meterse en la conversación privada, de barra de bar de unos cuantos, para extrapolarla y forzar la situación, propagar sus mensajes fuera del ámbito privado para hacer pagar consecuencias a uno de ellos como si su chiste fuera de escucha obligatoria. Tenemos que aprender todos, quienes escribimos y quienes leemos, a no sobrevalorar la importancia de las opiniones. Criticar lo escrito por unos y por otros es imprescindible. Forzar la situación para que afecte a aspectos de la vida que nada tienen que ver con lo que allí está escrito, para sacarlo fuera del ámbito privado y llevarlo al espacio público, me parece pernicioso para todos.
Tenemos que aprender a gestionar estas interacciones a las que no estamos acostumbrados.
Si perdemos la espontaneidad, la capacidad de decir disparates en nuestra casa, de jugar, el proceso evolutivo será mucho más lento. Esto es imparable, pero si nos ponemos frenos, tardaremos mucho más. Lo importante es saber si alguien va a imponer políticas racistas o no. Si ha engañado a sus votantes o si solo era un chiste. O un pensamiento rompedor que resquebraja los cimientos mismos de la tortuga que sostiene el mundo. Todo vale de palabra para pensar mejor, para explorar límites, para jugar con los amigos, para crear el ambiente propicio que permita pensar sin miedo. Los equivocaciones y los errores son maravillosos. Permiten aprender mucho.
Vivamos en libertad, intentemos debatir sin tapujos que es la forma de pensar más y mejor, no frenemos la capacidad de los otros de expresarse abiertamente. Es mejor para todos conocerse mejor. Twitter es una ventana de tu sala de estar, en la que están asomados hacia adentro quienes quieren mirar en tu habitación y tú les dejas. Se ponen allí voluntariamente. Lo que digamos por este canal no debiera tener ninguna consecuencia excepcional. Es parte del ámbito privado.
Sé que llevará décadas hasta que nos desprendamos de nuestros atavismos. Hasta que aprendamos que lo que leemos es responsabilidad nuestra y no de quien lo escribe. Leemos lo que nos da la gana de quien nos da la gana. Con la llegada de internet no hay forma de limitar la libertad de expresión a las cuatro paredes de tu sala de estar. Tenemos que aprender a vivir con esa realidad y aprender significa asumir nuestra responsabilidad de lectores. No leer lo que no queremos y no dar importancia a lo que no queramos dársela. Lo diga quien lo diga, porque quién haya dicho una cosa u otra es irrelevante. Lo importante es si la idea se sostiene o si no se sostiene. Y qué somos capaces de construir con ellas.