He leído desde siempre muchas críticas referidas al juez Baltasar Garzón. La primera de ellas, muy frecuente, es que instruye mal los sumarios. La segunda, que es un juez estrella, que le pierden el afán de figurar, de protagonismo, las ganas de aparecer en los medios.
Estas críticas provienen de personas de la izquierda y la derecha política. Desconozco la veracidad de las dos afirmaciones: No tengo capacidad para analizar y emitir valoraciones sobre las instrucciones del juez ni tampoco sobre si actúa como actúa por afán de protagonismo o por afán de que se cumpla la ley en todos los casos en los que considera que no se cumple.
Del mismo modo que he oído críticas a izquierda y derecha, también he oído alabanzas: juez trabajador, riguroso, serio, incorruptible, espada del terrorismo. Estas alabanzas también provienen de izquierda y derecha.
Ahora Garzón se enfrenta a tres acusaciones abiertas en el Tribunal Supremo: una por investigar delitos cometidos durante la Guerra Civil y el franquismo, otra por ordenar la grabación de las comunicaciones en prisión entre los abogados y los presos de la trama Gürtel y una tercera por recibir dinero del Banco de Santander con ocasión de unas conferencias en Nueva York y tratar posteriormente asuntos judiciales relacionados con el Banco.
Yo no tengo opinión formada como juez de Baltasar Garzón. Como persona, sé que defiende muchas ideas que yo también defiendo. De todas las acusaciones que afronta, existe una que me resulta inverosímil. Le acusan de prevaricador, de mentir a sabiendas, por abrir diligencias para investigar los delitos de la Guerra Civil y del franquismo, con el argumento de que la amnistía dictada (equivalente a la ley de punto final argentina) los deja sin efecto.
Yo no sé si Baltasar Garzón se equivoca o no. No tengo suficientes conocimientos de derecho como para saberlo. Pero soy incapaz de creerme que sea prevaricador. No me lo creo y estaré muy atento a las pruebas, por si acaso mi confianza en Garzón es injustificada.
Que coincidan en el tiempo tres acusaciones contra él parece una campaña orquestada. Mi pregunta es si no se trata de una campaña organizada porque molesta que Garzón esté continuamente metiendo el dedo en el ojo de la corrupción, en el ojo de la laxitud en la interpretación de las normas y en el ojo de la necesidad de una justicia universal.
Sé que me puedo equivocar y que Garzón no sea como yo lo veo. Pero de lo que sí estoy seguro es de que hacen falta personas intransigentes, que no cedan ni un milímetro con lo legal y lo ilegal, que busquen la verdad jurídica, que no consientan ni un gramo de corrupción ni en los demás (aunque sean sus compañeros), ni en ellos mismos.
Garzón es odiado, me da la impresión, porque no es corporativista, porque no respeta ni esconde los chanchullos habituales que se dan en muchas profesiones.
Todos deberíamos denunciar a nuestro hermano o a nuestro amigo si supiéramos que defrauda a la Hacienda Pública. Pero no creo que haya nadie en España que haga eso.
No sé si Garzón se acerca a ese tipo de persona que no disculpa un fraude ni a su vecino de mesa. En cualquier caso, de lo que sí estoy seguro es de que ese tipo de personas son cada vez más necesarias. Y si Garzón no cumple con ese papel, tendremos que buscar a otros que lo cumplan.
Me da miedo que las acusaciones contra Garzón sean motivadas por lo molesto que resulta tener continuamente al lado a un Pepito Grillo que te recuerda constantemente que no se puede condescender nunca con la corrupción, por pequeña que sea. Me da miedo que las acusaciones contra Garzón sean un acto más de corrupción, de defensa de una forma de hacer las cosas que muchos quieren que no cambie.
El corporativismo es el primer paso de la corrupción y en este país existe el sentimiento generalizado de que el corporativismo es bueno. Periodistas, cineastas, políticos, jueces, médicos, abogados, funcionarios, taxistas, pilotos, controladores… prácticamente cualquier gremio salta en defensa de sus compañeros, los compadece cuando son puestos en cuestión y esconde sus errores.
Para reducir la corrupción política, los ciudadanos tenemos que reducir la corrupción ciudadana.
Si yo supiera que mi mujer defrauda a Hacienda, dejaría de quererla y me dejaría absolutamente decepcionado. Cuando veo corporativismo en mis colegas me quedo perplejo, decepcionado y enfurecido. Cuando veo corporativismo en otros gremios me quedo abatido y cabreado.
No tengo la certeza de que el juez Garzón sea limpio, honesto y justo. Si se demuestra que no lo es, me decepcionará y me enfureceré con él. Pero tengo la confianza en que lo sea, porque necesitamos personas públicas que sean un ejemplo de honestidad e intransigencia.
Lo que me da miedo es que sea atacado desde tantos frentes precisamente por eso, porque hay muchas personas interesadas en mantener un cierto grado de corrupción y en borrar del mapa a los ciudadanos que no transigen con «esas pequeños trapos sucios que nos hacen más fácil a todos la vida y que es mejor limpiar en casa»
¿Por qué hay que lavar los trapos sucios en casa? ¿Por qué? ¿A quién beneficia? Esa expresión que todos creemos tan sensata. ¿Por qué? Aireemos los trapos sucios. Esa es la única forma de limpiarlos y de que no se vuelvan a manchar.