El amor verdadero no se paga con dinero, dice la sabiduría popular.
«No se paga con dinero» significa, entiendo yo, que el dinero no es la herramienta adecuada para medir el amor. ¿Cuál es la herramienta adecuada para medir el amor?
Uno podría decir que los besos son, quizá, herramienta de medida para el amor. Pero los besos también pueden ser sucedáneo del amor. Los besos sí se pueden comprar con dinero y pueden fingir. Los besos pueden ser dinero verdadero y dinero falso del amor. Cuidado con ellos.
En los años del trueque, que quizá vuelvan, se perfeccionó el intercambio mediante la utilización de productos con elevada densidad de valor (fácilmente transportables), que no se estropearan, fácilmente divisibles. El azúcar, por ejemplo, puede ser un buen elemento para ser utilizado como «dinero», como herramienta de cambio. Esa misma función, añadía valor al azúcar. Además de su poder edulcorante y energético, el azúcar tenía un valor añadido por ser herramienta de intercambio.
Ése, en principio, es el único valor del papel moneda. Ese diferencial de valor entre el azúcar como bien de consumo y el azúcar que da el valor añadido de su densidad, fácil división y perdurabilidad.
¿Se puede pagar el amor con azúcar? Tampoco, o quizá tampoco, pero se le aproxima más. Quizá con azúcar exclusivamente, no, pero con nata y besos, quizá la cosa ya se aproxime más a la correspondencia del amor.
¿Podemos corresponder los celos, el resquemor, la compasión, la piedad, el ánimo de venganza, el menosprecio, la desazón, la envidia, la desesperación, la incomprensión, el prestigio a un equivalente de dinero?
¿Podemos corresponder los buenos modales, el trato servicial, la compañía, el consuelo y otros servicios con un equivalente de dinero?
¿Puede tener ese dinero el mismo valor (no en cantidad, sino en calidad) que el dinero que pagamos por un plátano para alimentarnos?
¿Tiene el dinero calidad? ¿Debiera tenerla?
De pequeños nos han enseñado que no se pueden sumar peras con manzanas. No se pueden sumar cantidades heterogéneas.
Creo que uno de los problemas actuales de la economía es que mediante el dinero sumamos cantidades heterogéneas. Utilizamos dinero de la misma especie para sumar peras que besos.
En el momento del intercambio no hay ningún problema. Yo te doy un beso a cambio de tres cucharadas de azúcar. Perfecto. El problema viene con el ahorro.
Ese dinero que he conseguido a cambio de un beso lo puedo ahorrar del mismo modo que puedo ahorrarel dinero que consigo al construir una casa.
Con el dinero cometemos barbaridades aritméticas. Desde muy pequeños sabemos que dos peras más tres manzanas no suman cinco. ¿Necesitamos diferentes calidades de dinero? Probablemente sí. Yo me quedo con el dinero del amor, que no existe, pero qué lindo es.
«Con el dinero cometemos barbaridades aritméticas. Desde muy pequeños sabemos que dos peras más tres manzanas no suman cinco.»
Me ha encantado esta frase (soy profesor de Matemáticas). Pero sí, suman cinco. Cinco piezas de fruta. Lo que falla es la unidad.
Por ejemplo, cuando a los alumnos se les olvida poner la unidad en la solución (km, €, s, …), siempre les digo: ¿30 qué? ¿lechugas o peras?
Y en relación a su artículo, decir que me ha encantado. Es algo que nunca me había planteado.
Chandler, tiene razón. Suman cinco. Cinco piezas de fruta. Pero entonces no sumamos ni peras ni manzanas, sino piezas de fruta.
Dos piezas de fruta más tres piezas de fruta suman cinco piezas de fruta. Dos peras más dos manzanas, no se pueden sumar. Por tanto, ni suma cinco ni suma nada.
Usted hace trampa y busca una unidad homogénea que abarque a las dos 🙂 (Eso no vale)
Llevo mucho tiempo diciendo que no sabemos qué significa el dinero (el dinero como elemento que mide el ahorro) y mucho tiempo pensando cómo explicarlo. Sigo dándole vueltas. No lo tengo claro, pero esto que se me ocurrió en una noche de perseverancia creo que es una buena pista.
Gracias por hacerme compañía en estas divagaciones.
Jajajaja, claro que hago trampa, para eso soy el profe 😀
Hace cosa de un mes o dos, me dio por ver las tres temporadas de la serie original de Star Trek, que se emitió por primera vez en los 60. Seguro que todos se acuerdan de aquel genial Sr. Spock, de origen vulcano, y caracterizado por su absoluta falta de emociones y sentimientos, y su lógica como única guía.
Aquella teleserie portaba muchos mensajes. La mayoría hoy son moralina, pero hay que reconocerles mucho mérito en aquellos tiempos. Uno de los más evidentes y placenteros, es que ser humano es lo mejor que se puede ser en la galaxia. Porque solo los humanos sienten. Sentimos.
Yo paso mucho tiempo lejos de mi casa y de las personas a las que quiero. Cuando vuelvo a casa, sé ciertamente que hay muy pocas personas que sean más felices que yo. Y no cambiaría esa sensación por nada del mundo, jamás. Tampoco podría medirla de ninguna forma.
No hay bienes o riquezas que puedan medir el amor, porque el amor no se puede medir. ¿No les parece?
Tengo una amiga que ama a un amigo, y mi amigo ama a mi amiga. Ahora están separados por un charco enorme, y en su penúltima conversación él le ha dicho a ella que tiene el síndrome del bombín. Cuando mi amiga me dice lo del bombín, yo le pregunto con los ojos como platos, que qué eso del bombín. Y ella me responde que es el sentimiento que te sobreviene cuando él mete la llave en la cerradura y entra en casa, y viceversa.
Desde entonces las llaves, cerraduras y bombines no lo son lo mismo para mí. Así es que sin saber cuál es la medida del amor, ni qué es el amor, creo que quiero ser cerrajera y cotizar en bolsa, eso y ser natera.
Claro que se puede medir el amor.
Si yo quisiera un huevo a Puri, me gustaría estar junto a Puri; si Puri me cayera como vinagre en almorrana, querría que a Puri la arrollase un mercancías o-en su defecto- que se quedara en casa de su mamá.
JM
es el amor el que mueve todo