(La grafía que utilizo en este artículo pretende a veces imitar el sonido del hablar asturiano. No pretende escribir asturiano correctamente. Tampoco español. Es un intento de reproducir lo que sucedía en nuestro coche. Una de las «boyus» es asturiana. Y acabamos todos (sí, yo también padre) haciendo el estúpido con el «o», las «es», el «ye» y el «boyu». En fin. Empezamos de nuevo.)
El día de Las Nenes (o)
Amanece en Boumalne. Me levanto pronto y trabajo con las fotos de hace dos días. Tengo buena conexión a internet. Subo el primer artículo. Me asomo para ver el tiempo. Hoy no llueve.
De la cama a la carretera. Las chicas me han esperado casi una hora. Ha habido confusión con la hora. Yo tengo una hora para Rabat (la que aparece en internet) y la organización me dice que es otra. Soy el único que llega tarde. Las chicas esperan. Nos unimos al grupo en el primer pueblo.
Hoy no llueve, pero todavía hay agua. Cielo de nubes, poco habitual en Marruecos.
Mercado en Achbarou. Compramos fruta.
Poco después de Achbarou empieza la pista. Le pregunto al campeón del mundo si puedo dejar conducir a las chicas. Me dice que sí, que la pista es fácil, que hoy o nunca. Allá que vamos.
La tensión sube rápidamente dentro del coche. Al principio, en los primeros kilómetros, el terreno es completamente llano, con piedras pequeñas. Le pido a la conductora que deje más distancia para que las piedras que lanza el coche de delante no impacten en el cristal y para que llegue aire limpio a la admisión. A la cuarta vez (quizá era la tercera) lo digo con más determinación todavía que las anteriores. (Mal rollo)
«Pues los otros van más cerca que nosotros«. Acabáramos. Como si a mí tuviera que importarme que los otros tengan que hacer el resto del viaje con el cristal rajado. Yo quiero devolver mi coche impoluto, si es posible.
A los pocos kilómetros, la distancia con los de delante deja de ser la cuestión. La pista se llena de curvas y socavones y ahora el problema es seguirles y no perderse. Los brazos y la piel de la conductora empiezan a acumular tensión. El sudor aflora. No es por el calor. El aire acondicionado funciona bien y fuera hace frío para el estándar de Marruecos. Conducir por campo un aparato de más de dos toneladas, cargado hasta arriba, con una distancia entre ejes larga y voladizos no es sencillo. Arrastramos la bola del remolque en una hondonada. Desde dentro no parece muy grave. Por fin llega una pista ancha y lisa. La tensión ya ha hecho mella y no hay forma de apretar el acelerador ni en condiciones favorables. Lo cierto es que ha aprendido rápido y en los últimos kilómetros lo ha hecho muy bien. Pero ya tiene ración suficiente.
Yo voy relajado y hago fotos.
Paramos. El coche 38 es un almacén de regalos para los niños. Todos se llevan algo. Sus ocupantes, un encanto.
Seguimos con nueva conductora. El coche se cala en una rampa. Se queda inclinado. La situación es imposible. Nos vamos a caer despeñados. De aquí no salimos ni que venga un helicóptero a rescatarnos. Lo veo en su cara.
Le digo que no pasa nada, que arranque. Me sigue mirando. No entiende la palabra arranca. «Arranca«. Me sigue mirando. «Arranca«. Algo falla. El verbo arrancar no existe. «Arranca«. Yo soy tonto. Si la palabra no sirve, es inútil repetirla 8 veces. Habrá que buscar otra. Mientras hago la reflexión, el milagro ocurre. Gira la llave y arranca. «Dale a ese botón, (…) pon primera (…), suelta el embrague (…)». «Ay va, qué fácil«.
Boyu, que eres un boyu.
Superada la cuestecita, se viene arriba. También aprende rápido. Muy bien. Y además está la copi, que es lo mejor de lo mejor. Nos perdemos y nos volvemos a encontrar. Como quien no quiere la cosa. Las mejores conductoras y la mejor copi nos llevan al waypoint. Perfecto.
Con todo, el ritmo de los de delante es excesivo y a los 10 kilómetros no hay ningún motivo para seguir sufriendo.
A la vista de este árbol…
el aperitivo se monta en uno gemelo.
Y aunque el desierto transmite mucha calma…
Las Nenes tienen mucha tensión acumulada y necesitan trepar a lo más alto para relajarse. Las cerveces a buen recaudo.
Les robo una foto.
Cinco palabras acabades en «es» y cuatro (os) después, nos volvemos a poner en marcha. La tensión y les culpes purgades, el camino sigue y nosotros con él. Así es como esto «ye». Sólo que ahora el que acelera soy yo. Todas felices, yo incluido.
Hemos tomado el aperitivo a la hora de la comida (yo tengo la culpa del retraso de todo el grupo) y pararemos a comer en la siguiente sombra. Una hora después estamos parados de nuevo. No hace calor y se está bien bajo las nubes.
Aprovecho y le hago una foto a nuestro coche. Le empiezo a coger cariño. Nos ha traído a un grupo de asturianus que no nos conocíamos de nada hasta el desierto y todo marcha razonablemente bien. Ha cabido el equipaje infinito que traíamos en ese enorme maletero que a ratos parece más un vertedero de bolsas semiatadas. Algunas de las bolsas son gigantes, pero han cabido todas. Y aquí estamos, bajo la sombra de las nubes, hablando nuestra lengua y tan felices.
Unos bocados después, que a pesar de nuestro enorme almacén nos suministra básicamente «la avanzadilla», la pista sigue.
Hasta que un pinchazo nos detiene. La rueda de repuesto que se ve no es la que trae el Touareg pinchado, sino la de nuestro Amarok. No es de la misma medida, pero probamos porque la preferimos a la que trae el Touareg. No encaja.
El «campeón del mundo» y «la avanzadilla» de ayer (director y redactor jefe de Autoverde 4×4) analizan la situación y piensan alternativas. Han intentado tapar el pinchazo con un parche exterior. No ha funcionado. La rueda de nuestro Amarok tampoco sirve. Caras de pocos amigos.
Al final no hay solución mejor. Tenemos que intentar llegar con la rueda de galleta hasta la carretera. Son 14 kilómetros que haremos despacio.
Pasan los kilómetros y la rueda de galleta aguanta bien.
Quienes no aguantan en el coche a ese ritmo son Las Nenes. Necesitan bailar. Es así. No les basta con bailar dentro del coche. Tienen que salir.
Priscilla, Queen of the Desert.
Que yo sepa, no habíamos visto camellos antes. Pero no puedo estar seguro. Ahora tampoco soy capaz de asegurar de qué tipo de animal se trata. Lo único que sé es que ya estamos al lado de la carretera.
El Touareg ha llegado felizmente al asfalto. Al ritmo adecuado se puede casi todo. Como quedaban pocos kilómetros no ha sido ningún problema. Si hubiera ocurrido en una zona alejada del asfalto, el «campeón del mundo» y «la avanzadilla» hubieran tenido que pensar mucho para encontrar soluciones. Qué bueno es ser el chófer de Las Nenes, aunque una me preguntara: «¿Aquí tenemos que subir nosotros?». Se lo quería perder. La Montaña Momia.
Desde la Montaña Momia, los niños del Desierto de los niños son entrevistados en directo desde una radio española.
Y Priscilla, Reina del Desierto, ha encontrado pareja.
Al pie de la Montaña Momia para a nuestro lado otro campeón. Este del Dakar. Con tanta estrella, no consigo que triunfen Las Nenes. El «campeón del Dakar» va con su esposa. Ellos se encargan de guiar al grupo de los mayores que vienen sin niños. El próximo año me voy con ellos. O me traigo niños.
La Montaña Momia está cerca del hotel. A unos 40 kilómetros.
En Rissani hay muchísmas bicicletas. Da mucho gusto cruzar despacio este pueblo a esta hora, porque hay cientos de jóvenes que salen del colegio, con sus mochilas de ir a clase y van a pie, en bicicleta y en bicicleta compartida. Ver que salen de clase me hace sentir muy bien.
Tal como yo lo entiendo, la única esperanza de todos estos países es tener ciudadanos bien alfabetizados, capaces de leer y entender, de ver más allá de sus velos y tradiciones, de construir su propia historia, de construir su futuro y no de dejarse llevar por la inercia de las costumbres. Necesitan cariño, ayuda y sobre todo mucho esfuerzo propio. Ver a los jóvenes, chicos y chicas, salir del cole es reconfortante. Claro que yo pienso en mi cole. A saber lo que les enseñan. O a saber qué me enseñaron a mí. En fin. Qué complicado.
Lo único que tengo claro es que nadie me ha enseñado a ir en coche entre tanta bicicleta que gira, frena y se tira contra el coche sin el más mínimo cuidado. Tendré que ir a su colegio.
Llegamos a nuestro destino. Las Nenes posan por última vez. Los faros de Priscilla las iluminan. Entramos en el hotel Xaluca Tomboctou. En Merzouga.
Ha sido un día precioso. Otro más. Ahora les toca jugar a los niños. Durante el día, quienes jugamos somos los mayores. Con un volante entre las manos y pistas. Mañana tocan dunas. Se van a enterar.
Interesante, muy interesante Sr. Moltó.
Aquí se ha visto mi inciso de montar mejores neumáticos y como no, de llevar repuestos en condiciones y al menos otra rueda más.
Saludos y siga disfrutando y relatando.
Pero hombre como se les ocurre!!! el zapato de Priscila no le vale al rey del desierto….asfaltado.
Qué tranquilo se va al volante. Cuando dicen descansa y conduzco yo un rato, prefiero parar y descansamos todos…manías.
Ala, ala, que ya la cosa va bien, y veremos a las nenes poniendo gafitas que es lo suyo no?.
Le llevo siguiendo todo el viaje, no crea que no 🙂 Pero no tengo nada que decir, sólo que me gusta mucho. Aguardaré a las próximas entregas cuando la tecnología se lo permita.
Disfrute!
Mucho campeón y mucha historia y se van con una rueda de galleta. Ains…
Por lo demás, genial.
Manda güe… tirar hasta el sur con una rueda de galleta….
Yo no sé qué es la rueda de galleta. No me suena nada a coche, me suena a dulce delicioso. Como delicioso es lo que nos va contando. Predomina lo buenísimo. Está muy requetebién. Seguimos.
Me falta un acento. Lo siento. ¿Lo podrá poner usted Sr. Moltó? El primer qué. Gracias.
@6
La rueda estrechita que se pone de recambio cuando pinchamos.
Por eso se le llama comunmente «galleta».
Sonrisa. No le faltaba ningún acento. Yo lo veo bien.
Ahora, sí. Gracias. Las teclas, que nos sonríen.