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El chófer de… Andy Murray

El pasado martes 24 de abril hice de chófer de Andy Murray, un excelente jugador de tenis, situado en la cuarta posición del ranking mundial. Por delante de él están los inaccesibles Djokovic, Nadal y Federer. Inaccesibles para mí.

Como Volkswagen patrocina el torneo de tenis Conde de Godó, les propuse hace un tiempo la posibilidad de hacer de chófer de un tenista. (Me entiendo muy bien con la gente que trabaja en Volkswagen. Yo les propongo ideas o ellos me las proponen a mí y al final siempre hacemos cosas juntos. Muchas gracias). El torneo se iba acercando y yo no tenía noticias. Daba por hecho que no iba a poder ser chófer de ningún tenista. No pasa nada. Intento cientos de cosas y sale una. o ninguna. Pero…

El lunes 23 por la mañana recibo una llamada mientras voy en la moto. Me paro, bajo de la moto, me quito el casco y después de responder oigo: «Hola Javier. No sé si te acuerdas de la propuesta que nos hiciste para hacer una entrevista en el coche en el Godó. Pues que sepas que nos la han aceptado. Ya tenemos contratadas las cámaras. Es mañana. Se la harás a Murray».

— ¿Mañana? ¿Entrevista? ¿Cámaras? Mañana tengo una reunión todo el día. Es una reunión en Barcelona (donde se juega el Godó), pero estoy todo el día ocupado. Pero, además, mi propuesta era hacer de chófer. ¿Queréis que le haga una entrevista a Murray en el coche, en inglés? Pero si mi inglés es patatero y no sé si conseguiré entenderle todo lo que diga. Además no sé nada de tenis. ¿Qué le pregunto? No tengo tiempo de prepararme nada.

— No te preocupes, te buscamos preguntas.

— … — (Preparar una entrevista no se parece ni por asomo a tener una lista de preguntas. Al menos no una entrevista como las que yo quiero hacer)

— ¿Y no puedes a ninguna hora?

— Voy a intentar cambiar la reunión. Pero no os garantizo nada. No sé de dónde sale esta confianza en mí. A mí me gusta el riesgo, pero es muy posible que esta aventura no alcance el nivel mínimo de calidad que vosotros esperáis.

— Que sí, que sí. Ya verás. Te ayudamos entre todos. Tú estate tranquilo.

— Estoy muy tranquilo. Si sale bien, sale bien. Si sale mal, lo siento por la oportunidad perdida y por el dinero que os vaya a costar todo esto. Lo haré lo mejor que sepa y me apetece mucho intentarlo. Pero el riesgo de que salga mal es muy alto.

Al día siguiente llego al Tenis Barcelona con tiempo suficiente para ver el partido. Son las tres de la tarde. Me interesa verlo porque puedo sacar información para comentar con Murray. Cuando acaba el partido voy hacia el coche, pongo a mi gusto el asiento, el volante, los espejos y el reposacabezas y hablo con la persona de realización:

— Lo que vamos a hacer —me dice— es que tú le haces una pregunta, te la grabamos, y él se espera a contestar a que cambiemos el ángulo de la cámara. Cuando estemos listos, que empiece a contestar. Cuando él termine, esperas un rato, cambiamos la cámara y cuando estemos contigo le haces la siguiente pregunta.

Me asusto.

— Imposible. Yo voy a estar conduciendo. Hago de chófer. No puedo leer las preguntas y no puedo tener una lista de preguntas en la cabeza. Tengo que estar pendiente del tráfico, de los otros coches, de los semáforos, de los retrovisores, de Murray… no puedo tener una lista de preguntas y soltarlas como un papagayo. Yo creo que esto será como una conversación. No se me ocurre otra posibilidad.

No quedaba más remedio que cambiar de estrategia. La previsión inicial de la realización había que modificarla. Yo quería tener a Murray en el lado derecho para verle bien a través del retrovisor, pero no podía ser porque no había forma de grabarlo a él y a mí a la vez. Murray iba a sentarse detrás de mí. A la derecha las cámaras. Preparamos todo para cuando llegara.

Siempre digo, cuando preparo estos reportajes, que soy mejor chófer que periodista. No revelo ni una sola palabra de lo que ocurre en el coche sin permiso de las personas que estaban. Cuando hago de chófer, quiero ser el mejor chófer del mundo. Hoy va a ser difícil, tengo que compaginar las dos funciones. No sé si sabré.

Durante el tiempo de espera, Mariona, de la empresa IMG, que ha conseguido que Murray participe en esta entrevista a través de la ATP, me va contando cosas de Murray, que por suerte se retrasa. Mariona sabe mucho de tenis y es un encanto. A mí me gusta el tenis. Me gustaba mucho jugar y jugué casi cada tarde con doce y trece años, pero no sé nada de los tenistas actuales.

Por fin llega Murrray que parece despistado y no se dirige hacia el coche. Voy hacia él y lo traigo. Como otros muchos tenistas, viene con unas zapatillas de deporte en la mano. (¿Por qué las llevan en la mano y no en una bolsa? Tuve la oportunidad, pero no se lo pregunté. Deja su enorme bolsa de raquetas en el maletero del Volkswagen CC y le abro la puerta para que se siente en el interior del coche. Le pregunto si tiene espacio para las piernas (es muy alto) y si está cómodo y me dice que sí. Estamos casi listos para empezar.

Aunque todo está preparado, le hacemos esperar mucho en el coche mientras le ponen el micrófono y ajustan las cámaras. Veo la cara de sufrimiento de Mariona que me pide con los ojos, sin moverlos, que arranque ya. No puede ser. El micrófono se resiste. Hay que cambiarlo un par de veces de sitio. Murray lleva un suéter que no es adecuado para sujetarle el micrófono de corbata. Mariona sufre al otro lado. La miro a ella y a Murray. A Murray se le ve muy tranquilo. Mariona ya no puede más y me hace un gesto con la cabeza. Imperceptible pero indudable.

— Arranco ya, despacio. Seguid poniéndole el micro. Voy muy despacio, pero no puedo estar más tiempo parado que me da miedo que se enfade.

Durante uno o dos minutos más los cámaras se siguen pegando con el micro de Murray y con las cámaras. Murray no dice nada. Yo tampoco salvo mi frase para los cámaras. El silencio, que tanto me gusta, es tentador. Parece que él está muy tranquilo así en silencio. ¿Y si no digo nada durante todo el recorrido? Seguro que lo agradece. Sonrío por dentro y empiezo dándole las gracias por su paciencia. Suena tranquilo y con voz cordial, aunque, a través del espejo, parece desganado. Tengo suerte por dos motivos. El primero, es escocés, pero se le entiende perfectamente. Habla un inglés clarísimo. Entiendo cada palabra con facilidad. El segundo: el coche es automático. No me tengo que preocupar del cambio en todo el recorrido. Con la cámara casi apoyada encima de la palanca de cambios, sería imposible cambiar de marcha.

Comienza a hablar mirando por su ventanilla o cabizbajo, pero con una cantidad de información y con un detalle que agradezco. Me habla del rival de hoy con detenimiento, sin monosílabos, explicando su juego. Después me habla de las superficies que prefiere, de por qué disfruta más al jugar sobre tierra que en otras superficies que quizá se adaptan mejor a su juego, de lo mucho que está trabajando para mejorar su juego sobre arcilla, de lo bien que le trata el público en España, de sus próximos torneos, de fútbol, del Barcelona y del Madrid, de que esta noche va a ir al campo del Barcelona, de cómo influyen la condiciones naturales, la genética, para jugar mejor en unas u otras superficies… con una cordialidad y atención cada vez mayor. Finalmente, a mitad del recorrido, me desarma:

— Do you play tennis? —me pregunta mirándome a través del retrovisor.

Y a continuación me pregunta si trabajo para Volkswagen o para la ATP. Le digo que no, que soy periodista de coches y le pregunto si le gustan los coches. Es entonces cuando me cuenta una historia deliciosa:

— Me gustan los coches y me gusta mucho Volkswagen. Yo tenía un Golf GTI que me encantaba. Es un coche muy divertido de conducir y yo disfrutaba mucho con él. Pero mi novia lo vendió. Desde entonces sigo con un Polo, que es mi primer coche y no lo quiero vender, porque le tengo mucho cariño, porque el primer coche es el primer coche. Así que tengo un Polo, pero me quiero comprar otro Golf GTI, porque adoro el GTI.

Lo veo sonreír a través del retrovisor y me siento feliz. Llegamos al hotel y le pido que se espere para que pueda abrirle la puerta y lo puedan grabar con la cámara. Obedece a todo con mucha amabilidad. Luego oigo decir a alguien de la productora de vídeo: «El Moltó se ha enamorado de Murray». No lo descarten.

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