Javier Castañeda Bernal
Periodista y locutor de informativos
KBS WORLD Radio
Seúl, 27 de marzo de 2020
Este es un post un tanto atípico, pero los tiempos que corren también lo son.
En realidad es más un testimonio, una crónica de primera mano de un periodista español que lleva casi diez años viviendo en Seúl. Surge a petición de Javier Moltó, periodista al que admiro personal y profesionalmente. No busca comparar, ni juzgar, ni dar lecciones. No tiene ánimo de lucro, ningún tinte político, ni mayor fin que reflejar, tras un mes de confinamiento voluntario, cómo se vivió en Corea del Sur la llegada del COVID-19. Es un poco largo (no apto para los que amen la inmediatez del tuit) pero espero merezca la pena a quien tenga la paciencia de leerlo entero.
Un mes después
Hace un mes Corea del Sur entró en «alerta máxima» por COVID-19 y como regalo “de cumplemes», el 23 de marzo los datos nos dieron un respiro. “Tan solo» se registraron 64 nuevos contagios, la menor cifra desde el 20 de enero, cuando fue confirmado el primer caso. También alegró el día la «Mención Especial Halmoni (abuela)», el caso de una señora de 93 años que ha vencido al virus, está totalmente recuperada y ha podido volver a su casa.
Cuando todo empezó, las previsiones (aunque nadie sabía bien cómo podría evolucionar la situación) apuntaban a un total de 10.000 contagios en el país. A 23 de marzo, un mes después de entrar en alerta máxima, el total acumulado sumaba 8.961 casos. Ojalá la gente mantenga la precaución y esa cifra no suba mucho más, aunque el riesgo persiste y es latente. El país no cerró, tampoco cerraron sus fronteras, no se decretó confinamiento obligatorio (la gente se quedó en casa voluntariamente) y las tiendas, el transporte y los servicios en general siguieron funcionando (en algunos casos a mínimos), aunque durante unas semanas los enclaves más concurridos mostraban una apariencia casi fantasmagórica y apenas sin gente.
Me he animado a escribir este post solo para dejar constancia, como decía antes, nunca por “presumir, aleccionar o decir a nadie cómo hay que hacer las cosas”: cada país es muy distinto y tiene sus peculiaridades. Estamos ante una situación gravísima y ahora solo toca colaborar. Quien piense que «no le va a tocar» o que «la película no va con él», quizá no haya entendido la magnitud del problema. Primero porque a estas alturas, quien más o quien menos tiene amigos, parientes o familiares afectados, en su país o en otros. Por ejemplo, en mi caso, mi alegría por la mejora de datos en Corea siempre queda empañada por la crudeza de la situación en otros países del mundo, como España, donde habitan un alto porcentaje de mis afectos.
Un dicho budista recuerda que «solo aquél que ha sufrido puede entender a los que sufren», y la empatía es clave en esta situación – tan paradójica como kafkiana- que devora nuestros días. Hace falta empatía pero también actuar sabiamente, porque estamos ante una poliédrica ecuación de múltiples derivadas, y al que no le afecte el ámbito sanitario directamente, lo hará el laboral, el económico, etc. Cuando esto pase, probablemente veremos grandes cambios en el orden mundial.
Entre virus y Parásitos
Pero en vez de usar “la bola de cristal”, os invito a mirar por el retrovisor. Volviendo a Corea, el contagio comenzó como un problema local, pasó a ser nacional, luego regional, después internacional y ahora es una pandemia global que a 27 de marzo acumula más de medio millón de contagios y 24.000 muertes. Desde que comenzó esta pesadilla he ido haciendo actualizaciones (intentando aportar datos y no opiniones) con la mejor intención: por el mero ánimo de informar y dar a conocer de primera mano lo que estaba pasando en Corea. Ahora las cosas en Corea están mejor, pero aún no se puede bajar la guardia, y nada me gustaría menos que «provocar espejismos happy-flower power» o invitar a pensar que «todo se arreglará por sí solo o sin esfuerzo». Como ya imaginaréis por la experiencia propia: aquí se ha peleado y se sigue peleando mucho.
El nuevo año llegó a Seúl con el bullicio habitual de una trepidante mega ciudad donde, incluyendo el cinturón metropolitano, convivimos unos 25 millones de almas. Es cierto que desde enero sonaba el incesante runrún del brote de un “nuevo virus” en China y, aunque solo fuera por la proximidad geográfica, la gente seguía por el rabillo del ojo ese “algo” todavía sin bautizar. El círculo se estrechaba por pura cercanía y pronto descubriríamos que al virus le encantaba viajar. Así, el 20 de enero fue confirmado el primer caso en el país. Entonces la gente ya levantó las cejas y se puso medio en guardia, pero en general todo transcurría con la “habitual tranquilidad” de una megalópolis conocida por estar abierta 24/7 y que recibe el sobrenombre de “la ciudad que nunca duerme”.
Pese a todo, y aunque se intuía que podía ser grave, el virus aquí aún no había mostrado los colmillos. El país seguía con fruición todo lo relacionado con el éxito de Parásitos, producción cinematográfica que al lograr nada menos que cuatro Premios Óscar, incluido el Óscar a la Mejor Película, llevó a Corea a hacer historia no solo en las postrimerías del centenario del cine coreano, que fue en 2019, sino a nivel mundial. Era la primera vez que una película de habla no inglesa lograba el más alto de reconocimiento por parte de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas estadounidenses, toda una gesta para los surcoreanos, que llevan en su ADN “el gen de la competición”. El país entero se preparaba para festejar por todo lo alto tan inconmensurable hazaña con un gran despliegue, al igual que celebra cada triunfo de BTS, el archi-popular grupo de K-pop, o cada gol de Son Heung-min. A Corea le gusta ganar.
Como he sido invitado a compartir esta experiencia por todo un experto en el mundo del motor, usaré otro símil automovilístico. El país puso la directa y la euforia en el ambiente auguraba una celebración masiva del éxito de Parásitos cuando el elenco regresara al país, pero… cuando iba en quinta y a toda velocidad, alguien (o mejor algo), algo diminuto y microscópico, tiró del freno de mano llevando a hacer varios trompos y dar un vuelco a toda la sociedad. Obviamente, el nuevo virus desplazó a Parásitos a todos los niveles informativos, y junto con el triunfo en los Óscar llegaba la trágica noticia de un contagio masivo en la ciudad de Daegu, cuando la paciente Nº31 (aka super-spreader), y fiel seguidora de Sincheonji, la secta Iglesia de Jesús del Templo del Tabernáculo del Testimonio, fue un importante vector de contagio, pues al acudir a unos servicios religiosos multitudinarios, aún sin saber que portaba el virus, entró en contacto con unas 30 o 40 personas y fue clave para una multiplicación exponencial de contagios, pasando de un ratio de 2/3 personas por paciente hasta más de 20, cadena que en total generó más de mil contagios.
Como no podía ser de otro modo, ese hecho provocó un total cambio de ritmo en el país, sustituyendo esa ceja alzada de desconfianza y algunas medidas que fueron adoptadas desde el inicio, como controles de temperatura y un protocolo de entrada en el aeropuerto, por un rictus de extrema preocupación. Unas cuarenta y ocho horas después, el país decretaba la alerta máxima.
Respuesta al coronavirus (making-of)
Poco más tarde los contagios subían y el día 23 de febrero publiqué este mensaje en las redes:
Black Sunday for Covid-19 in Korea: 602? & 5 ? * Red Alert ?
Y al día siguiente, el lunes 24, observando la gravedad de la situación, publiqué este otro texto con la mera intención de informar. Fue como una pulsión innata, una necesidad de contar al mundo con datos lo que estaba pasando en Corea, y las implicaciones que a simple vista parecía que el nuevo virus podría tener por su novedad y su explosiva trayectoria de contagios:
February 24 at 10:51 PM
“Sin alarmismo: Corea del Sur está en ‘Alerta Máxima’ por coronavirus. Tras pasar en cuatro días de unos 100 a más de 800 contagios, llevar mes y medio en alerta y tener que usar mascarilla hasta en el trabajo, tras estar informando al respecto a diario y haber visto la evolución en la zona, os aseguro (sin ser un experto) que el potencial de contagio y consecuencias no son las de una gripe común. Eso sin entrar en las pérdidas económicas ni en el estrés psicológico del confinamiento (no quiero ni imaginar lo que debe ser China, sobre todo en las zonas de mayor incidencia).
No se trata solo del número de muertes (por ahora no parece tan letal como otros virus previos). Se trata de como un virus real con un potencial de contagio altamente veloz y masivo puede paralizar una ciudad, una zona o hasta un país, empezando por bloquear los servicios sanitarios, pues ninguna nación dispone de tantas camas o unidades de aislamiento como para atender tantos contagios de golpe, y siguiendo por la parálisis social en sí, al cancelar todo tipo de eventos públicos y privados, clases, cerrar edificios públicos etc.
En “tiempos líquidos” como los que vivimos, al igual que las empresas no se miden por su valor real sino por su cotización en bolsa, esta pandemia no solo debería medirse por el número de muertes, sino también por el terrible caos que puede generar a nivel mundial, algo que jamás provocaría una simple gripe.
Hablamos de incertidumbre y de gestión del riesgo, algo que poquísimos países podrían afrontar con solvencia ante tan esquivo virus, que a veces opera como un auténtico “fantasma”, pues según los expertos, lo transmiten hasta aquellos que no presentan síntomas. Entiendo que a muchos Asia les queda lejos, física y mentalmente, pero los virus no entienden de fronteras.
Por si a alguien le interesa, acabo de toparme con este interesante artículo que da algunas claves para entender por qué ahora hay que extremar las precauciones y cuándo podrá empezarse a bajar la guardia. ¡Salud a todos!”
El vigía mudo
Confieso que en esos días me sentí muy frustrado al intentar dar la “voz de alarma” y ver que nadie escuchaba. Algún día hasta llegué a llorar de impotencia: me sentía “como un vigía mudo”. Como periodista tenía la necesidad de informar, pero como habitante del este planeta me preocupaba que la gente supiera lo que podía llegar a otras zonas, no por alarmar pero sí para prevenir. Entonces publiqué este mensaje:
“Para los que me preguntan sobre la situación del COVID-19 en Corea del Sur. Desde el jueves llevamos una media de entre 500 y 600 nuevos casos diarios. A las 9 a.m. del día 1 de marzo el total acumulado es de 3.526 contagios (hace 10 días teníamos solo 51). Más de 90.000 personas ya han pasado el test y seguimos en alerta máxima para intentar frenar la propagación del virus (están realizando unas 10.000 pruebas al día y quieren subir a 20.000).
Han fallecido 17 personas. El Gobierno surcoreano recomienda a la gente quedarse en casa, han retrasado el inicio del curso escolar y las universidades están cerradas hasta nueva orden. Han cancelado conciertos, ferias y espectáculos y toda actividad masiva en espacios públicos.
Grandes fábricas han tenido que suspender la producción por falta de repuestos de China. Por ahora 78 países restringen o vetan totalmente la entrada a viajeros de Corea del Sur. La gente sale a la calle solo lo imprescindible. Apenas van a los centros comerciales y compran todo online (por suerte esto es el «paraíso del delivery»). Por ahora no falta comida en el súper y existe una «relativa calma» ante posibles desabastecimientos.
A partir de ahora y durante dos semanas, los empleados de grandes empresas trabajaremos desde casa (en mi caso solo iré a la radio a dar el informativo y grabar algún otro programa, y el resto tele-trabajo). Otra variable inesperada es que gente que se había curado, ha vuelto a dar positivo en el test. Y hasta aquí puedo contar: ¡Buenos días!”
A nada que hayáis leído la prensa o visto las noticias los últimos días, ya sabréis perfectamente cómo reaccionó Corea del Sur ante el problema, con una respuesta coordinada en sanidad, tecnología y creatividad para intentar frenar los contagios. Pero quizá os apetezca leer algunas pinceladas costumbristas sobre cómo es la vida aquí, y sobre otros factores que en mi opinión fueron clave para atajar el problema.
Principios de acción y reacción
Me llevaría meses condensar la casi una década que llevo en este país, aunque como resumen diré que no ha dejado de sorprenderme. Nunca. Desde que llegué no he parado de aprender. Mucho y de todo. Constantemente. A todos los niveles.
Por simplificar, recurriré a dos conceptos de física que creo priman en la sociedad coreana: acción y reacción. Por naturaleza el coreano actúa. Es pura acción. No solo cuando ya hay un problema, sino que en general se anticipa: prevé, se prepara, repite una y otra vez, mil si hace falta, siempre para mejorar. El otro principio es el de reacción: son inquietos por naturaleza, eléctricos, puro nervio, de respuesta ágil… como un resorte. Tanto es así que una de las cinco expresiones más escuchadas en Corea es el famoso “pali-pali (빨리빨리)” literalmente “deprisa-deprisa” o “¡apúrate!”. Ya que estamos en una web de motor, esa particularidad al conducir puede suponer un problema si no controlas las variables que te rodean… pero ante una situación así, es toda una ventaja que te lleva a “casi anticiparte”.
Cuando desde aquí (estamos prácticamente enfrente de Hubei) veíamos la tragedia que estaba viviendo China, todos empezamos a seguir el tema con mucha atención, pero sin alarmas. A decir verdad, el tema empezó a cobrar fuerza porque en 2020 el Año Nuevo Lunar (Festividad de Seollal en Corea) es una festividad muy señalada en toda Asia y especialmente en China, donde los ciudadanos tienen bastantes días de vacaciones y aprovechan para viajar. Pero a Corea llegaban muchos menos turistas chinos que otros años, porque antes de las vacaciones ya comenzó a dispararse la tan famosa “curva de contagios” en el país vecino y también a saltar a otros países, impidiendo que muchos turistas chinos pudieran salir de viaje. A otros les pilló todo fuera, comenzaron las cancelaciones, etc. Era solo el principio.
Pero en cuanto confirmaron los primeros contagios, saltaron como un puma. No esperaron a que los enfermos fueran a los hospitales, no: las autoridades sanitarias fueron a buscar a los primeros enfermos, los aislaron, rastrearon todos sus movimientos con el GPS del móvil, y aislaron a todos y cada uno de aquellos con los que habían entrado en contacto. Imaginad todos los movimientos que puede hacer una persona cualquiera en un simple día. Solo seguir la pista de uno ya sería difícil. Ahora empieza a localizar a todos aquellos con los que, aposta o de modo fortuito, esa persona ha entrado en contacto. Luego aíslalos también para hacerles las pruebas, y busca y aísla a sus familiares, amigos, parejas… Para quien todavía no se haga una idea del esfuerzo que eso supone, este gráfico refleja perfectamente la dificultad y complejidad del rastreo.
Además, en paralelo adoptaron otras mil medidas. Muchas “casi las inventaron” de la noche a la mañana, pero algunas decisiones – al mirar por nuestro retrovisor y echar la vista atrás- fueron sumamente inteligentes, como designar algunos hospitales solo para coronavirus (para no contagiar al resto de enfermos ni colapsar la sanidad), o sacar los test de los centros sanitarios (para agilizar, pero sobre todo por economía y profilaxis). Uno de esos ejemplos son los ya conocidos «centros drive-thru«, inspirados en los McAuto, que luego derivaron en el «walk-thru«, las recientes cabinas de presión negativa individuales, que permiten reducir el proceso de testeo a solo 7 minutos.
Al principio algunas voces reclamaban al gobierno que cerrara las fronteras a cal y canto a viajeros procedentes de zonas de riesgo, como hicieron otras naciones, pero Corea optó por otros protocolos especiales de entrada (como una app de seguridad, que ofrece gratuitamente a aquellos países que la soliciten, y cuya misión principal es tener información constante del estado de salud de todos los que entran al país y permitir rastrear el itinerario de los usuarios si hay contagio).
Como muchos extranjeros, turistas o residentes por una temporada, no tienen una dirección fija, necesitan su consentimiento para rastrear sus movimientos en caso de dar positivo al test de COVID-19. Por eso optaron por una app y no por una web normal, pues aquí nueve de cada diez ciudadanos usan smartphone y hay apps para todo. En Corea las apps son mil veces más efectivas porque todo (literal) se hace por el móvil. Sin ir más lejos, en plena crisis de coronavirus, unos alumnos de instituto con conocimientos de informática y aprovechando los datos que publica el gobierno, crearon una app para saber qué farmacias tenían stock de mascarillas y cuales no en tiempo real, para evitar desplazamientos innecesarios. Todo gratis, solo para ayudar.
Entre otras medidas, las autoridades también habilitaron un acceso especial en el aeropuerto, solo para aquellos que venían de zonas de riesgo, para separarles del resto y someterles a estrictos controles sanitarios, conscientes de que con los millones de desplazamientos diarios que hay en el mundo (o al menos había hasta hace poco), frenar solo a los de una zona no sería de gran utilidad. Un virus no es un baúl, y este además este presenta la peculiaridad de no manifestarse hasta dos semanas después del contagio.
Todos a una
Desde que empezó esta pandemia he visto gestos increíbles en Corea, pero si tuviera que destacar algo, diría que me maravilló la actitud de la gente ante un problema de este calado: nada de «yo hago lo que quiero», nada de debates estériles sobre si mata a muchos o a pocos, ni de gente opinando si es gripe o un catarro común, ninguna queja ante clausura de eventos, ferias, congregaciones masivas, etc. Con su drástico confinamiento China “regaló” un tiempo precioso al mundo, pero lamentablemente casi ningún país lo aprovechó. Es más, muchos se burlaron. Ver esa inacción y esas burlas mientras aquí estábamos en “zafarrancho de combate” me hizo «anticipar» la debacle que podía desatarse en España y en muchos otros países si el virus llegaba, aunque es la típica previsión que nunca me hubiera gustado acertar. En cualquier caso y lamentablemente, la realidad es mucho, muchísimo peor de lo que podía imaginarse entonces…
En esencia, quería destacar que al margen de los avances tecnológicos o del elefantiásico volumen de test realizados, entre otras muchas medidas, a diario se me saltaban las lágrimas al ver el civismo y el respeto de la gente ante un problemón así, gracias a un ejercicio colectivo de humildad y de «contención ciudadana». No sé si es por la herencia del confucianismo, por las omnipresentes cámaras de circuito cerrado o por una extremada conciencia cívica, pero lo cierto es que a la primera de cambio, la gente agachó la cabeza, se puso la mascarilla como recomendaban las autoridades y se guardó en su casa durante un mes, no porque no les guste salir, que les encanta, sino porque sabían que las consecuencias de salir y no frenar el contagio serían mucho peores. Además, un factor clave fue la experiencia previa con el MERS en 2015, que sirvió como “ensayo general” para adoptar medidas ante posibles epidemias.
Pero en estas líneas quería destacar la importancia de ese “Todos a una, Fuenteovejuna” cuando se trata de temas que afectan al país, ese anteponer el bien común al individual ante situaciones así, te pone los pelos como escarpias. Sin una réplica, sin un rechistar, sin una trifulca, sin un desorden.
Resiliencia extrema
Para terminar, no quiero que nadie piense que «esto es Wonderland». Como dije antes, todos los países tienen cosas buenas y otras a mejorar, y la vida aquí no siempre es fácil para los coreanos. Pero son muy luchadores: su vida es una batalla constante. Hay que sortear los caprichos del clima, combatir el esmog, aprender a convivir con infinidad de condicionantes como las amenazas del Norte, con los atascos del tránsito, con los horarios infinitos, con estar conectado y operativo 24/7, con una exacerbada competencia desde la etapa escolar… mil cosas. Un coreano promedio debe sortear muchas dificultades diarias casi desde la infancia, pero ese duro entrenamiento les hace ser extremadamente resilientes ante las dificultades. No en vano otra de las expresiones más populares del país para insuflar ánimo es “Fighting!” (¡lucha!), que se escribe 파이팅 y se pronuncia [faitiŋ]) o también “Hwaiting!!, que se escribe 화이팅 y se pronuncia [ɸwaitiŋ]). Ese “eslogan” se usa a diario porque la realidad del día a día no siempre es fácil pero, tal vez por eso, cuando “se presenta alguna batalla” dan un salto, se ponen en pie y se unen codo con codo por el bien del país.
Un dato que seguro muchos ya conocerán es que después de la guerra, y en solo unas décadas, Corea pasó de la extrema pobreza y de recibir fondos de ayuda humanitaria a ser uno de los principales donantes a nivel mundial en los programas de ayuda oficial al desarrollo (AOD), hecho que algunos achacan a su capital humano. Sin duda algo así imprime carácter, al tiempo que ayuda a entender el trasfondo del país.
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