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¡Compartir es ganar! 24 Horas Ford (1)

En la entrega de los premios de las 24 horas Ford, Mari Paz, un encanto de camarera que me dio litros y mas litros de agua durante las 24 Horas Ford, me preguntó en qué posición habíamos quedado.

— Hemos quedado los novenos.

— Y quién ha ganado?

— La Fundación Gomaespuma.

— !Pero esos ya ganaron el año pasado!

— Sí, son unos abusones.
,
— Pues tendrían que compartir porque compartir…

— Es ganar. ¡Claro que sí. Compartir es ganar!

Y le puse la mano en forma de «choca esos cinco» y los chocó.

¡Compartir es ganar! Decidí titular así, con este titular trabajado entre Mari Paz y yo. (Gracias Mari Paz por ser tan amable, darme tanta agua a cualquier hora, y por sonreír cuando me acercaba a por más)

Equipo Fundación Lydia Cacho – BP

En las 24 Horas Ford compartimos tiempo, más de 24 Horas, todos los participantes, compartimos emociones y ganas. También compartimos premios, porque todas las fundaciones seleccionadas reciben una buena cantidad de dinero sólo por participar, dinero que deben destinar a un proyecto concreto bien especificado.

En los equipos compartimos responsabilidad. De nada sirve esforzarse mucho e intentar hacerlo muy bien si para algún miembro del equipo todo el único afán es pasarlo bien mientras conduce, gastar sin medida y mentir al coordinador del equipo con el consumo que estás haciendo. Entre otras cosas porque al final se descubre. Fastidias a todo el equipo y a la ONG. En fin. Absurdo.

Equipo número 1. Fundación Lydia Cacho – BP

Este año participábamos diez equipos, todos con Ford Focus 1.0 Ecoboost de 125 caballos. En nuestro equipo, el de la Fundación Lydia Cacho, empezamos despacio, con Cristina Almeida de embajadora, que se portó divinamente con todos, con el equipo y con el coche, aunque lo suyo no sea ir rápido. «¡Pero qué deprisa van!» dijo al bajar del coche. ¡Claro que sí, Cristina! ¡A dónde se creerán que van!

Tras ella se subió Ramón Arangüena, nuestro segundo embajador, que también lo hizo muy bien, y después todo el equipo. Todos los hicimos medianamente bien, en la medida de nuestras posibilidades, y uno lo hizo rematadamente mal, a propósito, a saber por qué.

El relevo que más disfruté fue el último, el único que hice completo de día y en el que fui más despacio. Cuando subí al coche quedaban cincuenta minutos de carrera y hacía ya media hora que el indicador de autonomía marcaba cero.

Salí dispuesto a quedarme tirado en una curva en cualquier momento, pero también salí dispuesto a conducir lo mejor posible para que no me adelantara el único coche que nos podía adelantar y para llegar hasta la meta. Por intentarlo que no fuera.

Daba las vueltas en unos 2′ 55″ con un consumo medio de unos 7,0 litros cada 100 km, de ordenador. Prácticamente todo el Jarama en sexta velocidad, muy despacio en la recta, todo lo rápido posible en las curvas pero sin frenar el coche con la dirección. De madrugada di las vueltas en 2′ 38″ con un consumo de ordenador de 9,8 litros. El consumo incrementa con mucha mayor rapidez que la velocidad. Un 15% más de velocidad supone un incremento de consumo del 30%, con este coche y en el circuito del Jarama entre 70 y 80 km/h de velocidad media por vuelta.

Con Tomás Rosón, de la Fundación Lydia Cacho, sólo bajar del coche.

Finalmente crucé la meta, a mi ritmito, feliz de llegar. Conduje casi una hora con muchísimo calor, feliz por bailar en cada curva con dod dedos en el volante para sentir bien la dirección, con tiempos prácticamente idénticos salvo cuando me tenía que apartar para que me doblaran o cuando tenía que acelerar para que el que me doblaba no me pillara en medio de la curva. Fui feliz, intentando ver bajar el consumo que me habían pasado de los dos relevos anteriores vuelta a vuelta. Empecé con el ordenador en 8,2 y terminé con 7,7 l/100km. Lo bajé 5 décimas, pero hice poco más de la mitad de kilómetros de los que habían hecho antes ellos para ese consumo. Dejar correr el coche, frenar con mucha suavidad para colocar el coche cuando conviniera, no acelerar a la salida de las curvas… Placer.

En el muro, vuelta tras vuelta, estaban los patronos de la Fundación Lydia Cacho animando. Algunos coches se empezaban a parar. Al número 3, cuando peleaba por ganar, lo vi dar volantazos desesperadamente en la recta para intentar que llegara algo de gasolina al motor. Se quedó. El 8 también. Alguno más. Otros me adelantaban como exhalaciones por cualquier lugar. En una ocasión me pasó uno por fuera y otro por dentro. Yo intentaba dejarles sitio a todos, pero no podía desaparecer. Iban, de promedio, por los tiempos que me contaban, unos 15 km/h más rápido que yo. En las curvas pasábamos a velocidad parecida, pero en las rectas me levantaban el sombrero.

Se cumplió la hora, crucé la meta, pero no había bandera. Di otra vuelta más, a mi ritmito. Ni un tirón del coche. El depósito parecía infinito. No tenía a nadie por delante para adelantar. Los que iban por delante ya se habían quedado parados. No me servía de nada correr más, porque no iba a dar tantas vueltas como ellos por mucho que corriera. A rebufo del viento, hasta cruzar la meta.

Conductores y miembros de la Fundación al acabar la carrera. Foto hecha por Miguel Ángel Uriondo (@uriondo), embajador del equipo en redes sociales

Llegó la bandera de cuadros. Toqué el claxon al pasar por el box como si hubiéramos ganado. En el muro, el equipo y los patronos de la fundación. Al bajar del coche, todos contentos. Quedamos los penúltimos, pero cruzamos la meta, que es muy gratificante. Besos y abrazos y felicidad. Otro año lo volveremos a intentar.

Ya lo decía Mari Paz. Compartir es ganar y, para ganar, hay que compartir. En esta ocasión lo que había que compartir era combustible. Gastar un 50% más del que te corresponde durante tus turnos es… En fin. (Pa matarlo). ¿Saben por qué se lo cuento? Porque compartir es ganar 🙂

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