Soy toda tuya
Quiero ser el mejor chófer del mundo, pero soy uno de los peores. Me dicen que tengo que recoger a Belinda Washington a la 1:15 y llego un cuarto de hora tarde. El navegador me lleva bien, pero en la urbanización en la que me encuentro hay una pared que corta la calle. Un cartero me indica amablemente. La casa de Belinda está justo al otro lado de la pared y el cartero me recomienda que me acerque a pie. ¿Cómo voy a recoger a Belinda a pie? ¿Cómo voy a llegar y decirle que tiene que caminar cien metros hasta llegar al coche? Lo dudo un instante. Me imagino la situación. «Soy el chófer que viene a recogerla para llevarla al Jarama. No he podido traer el coche hasta aquí. Está detrás de aquella pared de allí.»
Entreveo la cara de Belinda, que ni siquiera sé qué cara tiene. He buscado una foto suya en internet, pero soy un desastre para las caras y no soy capaz de reconocerlas y mucho menos de imaginarlas. No no puedo ir a pie. Es mejor que llegue tarde pero que llegue hasta la puerta de su casa. El cartero me ve la cara y adivina lo que pienso: «No queda muy bien eso de ir a buscar a alguien a pie». El cartero se pone en mi papel de chófer. Entiende mi situación.
Para dar la vuelta a la pared hay que recorrer muchos kilómetros. Es una pared estratégica. No basta con dar la vuelta a la manzana. Hay que salir de nuevo a la carretera, pasar por tres rotondas, dos puentes, encarar otra carretera, meterse en otra urbanización. Mucho tiempo y además me pierdo porque el navegador huele la casa al otro lado de la pared y no me da alternativas. Voy a ojo y al final llego.
— ¿Qué te ha pasado? —dice Belinda mientras sale de su casa y se acerca hacia mí. Me da un beso.
No consigo ser un chófer normal. No hay chófer en el mundo que reciba un beso de la persona desconocida que va a buscar a su casa. Belinda rechaza la mano que le tiendo.
— Me he perdido. He encontrado una pared en el camino y he tenido que dar una vuelta enorme.
— Ah, claro, has entrado por … (no recuerdo por dónde me dice)
En cuanto se sube al Ford C-Max empieza a decir cuánto le gusta y lo mono que es.
— ¿Quieres llevarlo? —El usted que planifico previamente queda otra vez más inadecuado.
— Vale.
No sé si le apetece llevarlo o no o si estaría más cómoda en el asiento de al lado. No sé si me dice que sí por ser amable, por ser natural o porque le apetece conducir.
— ¿Cómo se mueve el asiento?
— No lo sé— le contesto sin pensar, pero es verdad. He puesto el asiento a mi medida hace menos de media hora, pero lo he hecho de forma automática, sin fijarme. Ni siquiera sé si es un asiento manual o eléctrico.
— ¿Cómo que no lo sabes? ¿No conoces el coche?
En el tiempo en el que ella habla me da tiempo a pensar qué me está diciendo y de recordar que era asiento eléctrico. Le indico donde están los botones de ajuste y se pone el asiento a su gusto.
— Me gusta mucho conducir, viajo a menudo a Galicia, pero vamos en un coche automático. Conduzco poco coches manuales —me dice justo antes de arrancar.
Sufro un instante hasta que arranca con suavidad y cambia de marchas con soltura. Está enfadada porque una mujer iba muy pegada a ella hace un rato cuando iba en su coche y se lo ha reprochado a la entrada de su urbanización. La otra mujer la ha insultado. Ma da la impresión de que a alguien le pasan estas cosas cuando es conocido. Quizá sea más fácil insultar a una cara conocida, porque hay una especie de confianza unidireccional. Belinda está molesta por la mala educación.
No conocía a Belinda Washington de nada. Nunca la había visto en la tele ni en revistas ni había oído su nombre. Precisamente su nombre, que me gustó, ayudó a que me decidiera a hacerle de chófer. Es una mujer educada y agradable.
— ¿En qué consiste lo que vamos a hacer en el Jarama? —No sé si lo pregunta porque le interesa de verdad o por ser amable y mantener la conversación. Yo, por el papel que me toca, soy callado cuando hago de chófer, pero en este caso, como la que conduce es ella, todos los papeles se cambian .
Le cuento de qué se trata, de que conviene conducir con marchas largas para consumir poco. A Belinda le gusta conducir con marchas cortas. En la autovía reduce y cambia con frecuencia y va a velocidades que rozan el límite superior de la legalidad. (Mientras ella conduce y yo voy de copiloto cuento en directo que voy a su lado. Son las 13:43 del viernes día 1 de abril. En el blog queda constancia)
Cuando llegamos al Jarama intento hacer de chófer útil. Le digo que se quede en el coche mientras intento resolver los trámites inherentes a un famoso. No me dejan. Los organizadores van a buscarla inmediatamente al coche. Hay cámaras de televisión por todos lados. Se despide de mí con un par de besos entre las cámaras que nos rodean. No sé a quién llamar pare decirle que grabe la tele, que voy a salir.
Después de su participación en la prueba «Me ha gustado mucho, pero a quien le gustaría de verdad es a mí marido» voy a recogerla a su box. La cirujana de la Fundación Barraquer (para la que ha corrido Belinda) que vive en Barcelona, se queda a dormir en su casa.
— ¿Cuándo quieres que os lleve, Belinda?
— Cuando tú quieras. Soy toda tuya.
De vuelta a casa conversan la doctora y Belinda. Soy buen chófer y no escucho. Van las dos cómodamente en el asiento de atrás, o eso creo, porque cuando las dejo en casa me doy cuenta de que en los pies de Belinda me he dejado el ordenador portátil en el suelo y seguramente no ha tenido un lugar cómodo para apoyar los pies. Ya no hay nada que hacer.
A pesar de su conversación, Belinda está pendiente de mí y me va diciendo cosas de vez en cuando. Es elegante, estilosa, simpática y está pendiente. Colabora con la Fundación Barraquer en Mozambique: «a veces la doctora me deja entrar en el quirófano y soy útil porque me entiendo en francés con todos». En pocos días, durante las estancias en Mozambique, los cirujanos de la Fudación realizan centenares de operaciones, principalmente de cataratas.
Al llegar a su casa, en la garita de entrada de la urbanización, el guardia de seguridad le pide que espere un momento:
— Nos han dejado aquí un regalo para usted.
— ¡Flores! ¿Para mí? ¿Por qué? ¿No habrás sido tú?
— No. —Lo siento mucho. En ese momento me hubiera encantado que se me hubiera ocurrido.
— ¿De quién serán? Son mis flores preferidas ¿Quién sabe cuáles son mis flores preferidas? Tienen que ser de mi marido, pero no viene nombre…