Sábado por la tarde. Centro de Madrid. Plaza de Santo Domingo. Dos chiquitas jóvenes y un espectador.
No puede con su curiosidad. Se acerca.
Está fascinado. Su cabeza no admite que se puedan pintar camisetas. Cuando empiezan con la segunda, parece a punto de saltar. «Las camisetas no pueden pintarse», dice, casi imperativo. «Sí se puede, lo estamos haciendo», contesta con frialdad una de las chicas.
No puede despegarse. Ellas siguen con su trabajo como si no estuviera. El viento sopla hacia él y le llega buena parte de la pintura de los sprays. No se separa ni un centímetro.
La plaza está vacía. Sólo las tres personas alrededor del banco. En el otro extremo, la hermana del espectador y su abuelo. La niña juega feliz en los toboganes y cuerdas para niños.
La obra ha terminado. Recogen y se van. No sé si se llevan las camisetas así para que se sequen o para que se vean bien en la foto. Yo la hago, por si acaso.
—¿Para qué las pintáis?
—Para ponérnoslas. Blancas son muy feas.
—¿Os importa que os saque en mi blog?
—Nada.
—¿Os ponéis para una foto con las camisetas, para que se vean bien?
Gracias