En el curso acelerado de asistente personal que he hecho en el viaje a las auroras boreales no le he cambiado el támpax a nadie. Podía haberlo hecho. Muy probablemente lo hubiera hecho si en lugar de ir con un hombre hubiera venido conmigo una mujer.
A muchas de las personas que me escribieron para venir conmigo de viaje les preocupaban detalles de la higiene íntima. Por ejemplo, las personas que no tienen control de esfínteres se preocupan de las incomodidades que genera para ellos y, presumiblemente para la persona que les asiste, actividades tan humanas como limpiar un culo después de cagar.
Prácticamente todas las ayudas que pueda requerir un hombre me las he hecho yo a mí mismo en alguna o en muchas ocasiones. Es posible que no haya hecho alguna. Pero estoy seguro de que soy capaz de aprender.
Nunca he cambiado un támpax. Pero ya le he pedido cita a una amiga para aprender a hacerlo. Estoy seguro de que será fácil. No quiero que razones tan pequeñas como un cuidado que se practican a sí mismas «todas» las mujeres del mundo suponga una barrera que me impida ir de viaje un mes con una persona potencialmente maravillosa.
De todos los trabajos que he realizado con Víctor en este viaje, los únicos penosos son los que requieren esfuerzo físico o mental. Subir y bajar a Víctor de la cama y estar pendiente de todos los enseres necesarios para el día a día de Víctor puede ser un gran esfuerzo para una persona sin fuerza y que tenga poca memoria y alto despiste. Vestirlo, incluso, puede ser un esfuerzo físico notable.
Las cuestiones de higiene quizá requieran mayor concentración. Poner un támpax puede requerir mucha atención, pero si todas las mujeres se lo hacen a sí mismas, estoy seguro de que todos los hombres podemos hacerlo.
El mecanismo del aplicador es más fácil que el de un aro. Yo, a mis 53 años, nunca lo había probado. Con 14 años desmonté los platinos del coche de mi madre, puse a punto el encendido a ojímetro, desmonté y monté el motor de la moto de mi hermana… De mayor, he comprendido (más o menos) cómo funciona un catalizador, de qué va la teoría de cuerdas, qué es la fisión nuclear, me he preguntado por qué puentes cruzaba el correo de Felipe el Hermoso para ir desde Granada hasta Gante para anunciar la muerte del primo de Carlos V…, pero, nunca nunca había visto el aplicador de un tampón, cuyas cajas he visto por mi casa desde que tengo uso de razón. Ni siquiera me atrevía abrirlas para ver cómo era lo que había dentro.
Soy capaz (más o menos) de entender cualquier máquina y no me había acercado nunca a despellejar un tampón, ni a mirar el mecanismo del aplicador, ni mucho menos a ponerlo.
Recuerdo la fase oral y anal de Freud. No sé si fui yo el que me quedé atrapado en alguna de ellas o es el resto de la humanidad la que se quedó atrapada. Hay cosas de las que no hablamos. Son tabúes irredentos.
En la buena literatura, el núcleo, el asunto profundo sobre el que versa una novela, no se menciona explícitamente en ningún lugar. Parece que en la vida nos sucede algo parecido. De lo que no hablamos es de lo que más presente tenemos en nuestro cerebro.
Los masajes anales para facilitar la evacuación atormentan a muchas personas con problemas espinales. ¿Cuál es el problema? ¿Cuál es el problema de limpiar las mierdas de una persona desconocida? La mayoría de padres han limpiado el culo a sus hijos y los hijos recién nacidos son tan desconocidos para los padres como cualquier otro ser del planeta.
No sé dónde estamos atrapados los seres humanos. No sé por qué ponemos barreras entre nosotros donde no hay nada más que cuerpos que funcionan de formas diversas. No sé por qué es más glamuroso un vestido de seda verde que limpiarle el culo a quien lo lleva.
Vivimos rodeados de estereotipos. De mierda.
* * * *
*Escribí esta historia antes de la muerte de Víctor, en febrero de 2015. No la publiqué. Hoy, el revuelo que ha causado la muerte de un niño me la ha recordado. ¿Por qué la foto de un niño muerto genera tanto revuelo y las imágenes de miles y miles de adultos muertos sobre las aguas, en las playas, en las esquinas no nos causan la misma reacción? ¿Por qué sólo digerimos la mierda de los niños?
A día de hoy, ya he cambiado un támpax. Más de uno, de hecho. Efectivamente, no presenta ninguna dificultad. La primera vez, casi me cargo el aplicador al sacar el tampón de la caja. Esa fue la mayor dificultad. El resto, chupao.
Sé que támpax es nombre comercial. Pero para suerte de quien tiene registrada la marca, lo uso como genérico y le pongo tilde. De hecho, la RAE debiera admitirlo. (Ejem, está admitido. Acabo de mirarlo)