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Auroras77. Etapa11. El frío y la luna.

24 de diciembre de 2014

La decimoprimera etapa de nuestro viaje iba a ser la última en la que circuláramos casi continuamente sobre el hielo. Era la víspera de Navidad. En Noruega todo seguía cerrado o muy cerrado, salvo las gasolineras, en las que se paga automáticamente mediante tarjeta de crédito y no es necesario que haya nadie que las atienda.

Nuestro destino era Trondheim. Salíamos desde el Hotel Milano, en Mosjoen.

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En dirección al sur, predominaban el blanco y el frío. En todo el viaje, nunca al arrancar el coche por la mañana el termómetro había marcado una temperatura tan baja. El Active Tourer durmió a la intemperie como todos los días, salvo en Tromso. A menos 17 grados también arrancó sin pestañear. Primero arranqué el coche para que se fuera calentando mientras cargábamos todas nuestras maletas, bolsas y utensilios. Todos los días subíamos y bajábamos muchas bolsas del coche. Mientras cargábamos, antes de meter a Víctor en el coche, el motor estaba en marcha y la calefacción de los asientos conectada.

 

Después de varios días, por fin, la luz dejó de ser oscura y se veía reflejada en la loma de una montaña.

Antes de la una del mediodía, la luz vuelve a oscurecerse y la temperatura baja a menos 24,5 grados. En esa etapa, cada vez que la temperatura marcaba un récord, yo bajaba del coche y parte de mi cuerpo se transformaba en líquido que fundía la nieve. Había que experimentar. ¿Qué sucede al orinar en la intemperie a menos 24,5 grados? Nada especial. Cuando la lluvia cae, se funde el hielo.

El sol ha sido un espejismo. El hielo lo ha reflejado. Seguro

Sol y playa

Las carreteras de hielo no se acaban.

Llega un momento en el que parece increíble que alguna vez haya habido carreteras negras en mi vida.

La luz entra en el paisaje por dos frentes. Por el norte y por el sur. Se intuye por el retrovisor, pero al bajar del coche en cada momento de récord de frío, se aprecia la metonimia entre oriente y poniente. O lo que sea.

Se ponía el sol, pero uno diría que «La Aurora de azafranado velo…»

«…se esparcía por toda la tierra…»

«… cuando Júpiter, que se complace en lanzar rayos…»

«…reunió…»

«…la junta de los dioses»

Nuestros compañeros de viaje siempre cerca. ¡Cuántos kilómetros ya sobre los neumáticos de clavos!

Hasta que llegamos a un paraje único. Por el Walkie-talkie les hemos pedido que se detengan.

No les hemos pedido que se detengan por el paisaje. Sino porque queremos saber.

Queremos saber cómo se siente tanto frío. La temperatura en el exterior marca un nuevo récord. Más tarde sabremos que es el récord absoluto de frío durante todo el viaje.

Bajo del coche Tengo que comprobar varias cosas. La primera es ver si la cámara de hacer fotos funciona a esta temperatura. Comprobado, funciona. Al menos si está expuesta a esta temperatura sólo unos minutos.

Dentro del coche Víctor espera a que acabe con mis experimentos. La cámara funciona. El siguiente lo realizo y resuelvo a continuación. No hay congelación. Nada que amputar. El tercero, no es un experimento. Es una duda. ¿Qué es eso que se ve sobre el agua, como si fuera una nube, a menos 29 grados centígrados? ¿Vapor de agua congelado?

He regresado al coche sin síntomas de congelación. Mis zapatillas desgastadas que me ayudan a conducir con comodidad y buen tacto no aíslan los pies del frío más de unos minutos. Lo mismo que la camiseta de manga larga, única prenda que llevo encima en el cuerpo. Como salgo del coche muy caliente, aguanto el frío unos minutos sin síntomas desagradables. Hago fotos, hago mis necesidades y ayudo a Víctor a hacer las suyas desde fuera del coche. Unos cinco minutos en total. Se soporta bien. Y cuando regreso al coche la calefacción de los asientos me recibe y me dan escalofríos. De nuevo en casa. Fuera, el hielo. Dentro, calor. Un fino cristal nos separa y da vida.

Reanudamos la marcha. Vamos hacia el sur. Los días se alargan.

Pero la luz oscura quiere su parte de protagonismo.

 

Víctor ve unos alces. Yo intento sacarles una foto decente. Pero no se están quietos. Pasan por detrás de nuestro coche y se echan al monte.

La noche empieza a ser oscura. La luz del coche se refleja en la nieve y al final de la carretera, ilumina el cielo.

Queda menos para Trondheim. Kilómetros y kilómetros sobre la superficie blanca. Otro día que se va.

Intento una foto con todos los tonos del gris y me sale.

Hasta que Víctor y yo divisamos la luna. Quizá la luna más hermosa que haya visto nunca. Mejor. En aquel momento me pareció la luna más hermosa. No puedo hacerle fotos en movimiento. Lo intento y lo intento, pero no lo consigo. De todas formas, da igual. La luna sí que existe. No es como las auroras boreales. Nunca he visto una foto de una luna que dé una sensación ni siquiera cercana de lo que supone la luna colgada en el cielo, con su luz y su misterio. Es la antítesis de las auroras boreales.

Nieve, frío, coche, luna y ocaso.

 

Otro intento

Y otro

Y otro

 

Por fin llegamos a Trondheim. Es Nochebuena. No encontramos nada abierto y en el hotel no nos dan nada de cenar. Los dos recepcionistas celebran la noche en una esquina. Se han preparado una comida especial en la recepción. A nosotros nos consiguen una barra de pan. Estamos felices.

Aquí tienen una buena foto de esa luna. La firman Leticia Pedrosa y Julián Pérez

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