Diario esporádico de un paciente del Servicio Madrileño de Salud.
Empiezo a escribir este texto a las 20:30 del viernes 26 de julio, más de 48 horas después de regresar a casa. «En casa, como en el hospital«, me dijo la doctora. «Reposo y tranquilidad hasta el martes 30, que nos vemos de nuevo«. Obedezco, entre otras cosas porque no me queda más remedio.
(Viene de aquí)
Justo antes de las 20:00 horas del jueves 18 de julio me traen la cena por primera vez en el hospital. Panaché de verduras y carne estofada. Especialmente la carne estofada está muy buena. El panaché, sin nada de sal, también está rico, pero muy soso. No disfruto la cena, aunque soy consciente de que está buena y es abundante. Pero los olores del hospital son fuertes y comer con esa mezcla de olores no me resulta agradable.
La comida viene siempre sin bebida y sin vaso, salvo el desayuno y la merienda, en los que te traen un vaso vacío, para que lo rellenes del grifo. Después de la cena voy a una máquina a comprar agua y me preparo para mi primera noche de hospital.
He llevado todo tipo de libros. Sesudos y ligeros, en español y en inglés. Presiento que tendré muchas horas para leer en el hospital y vengo cargado. La primera noche la paso leyendo sobre «la necesidad» de que el ser humano explore y colonice otros planetas. No me siento concernido. A mí no me busquen.
Al día siguiente me despierto pronto. Sobre las cuatro y media de la mañana ya estoy dando vueltas sobre la cama y antes de las cinco estoy paseando por los pasillos del hospital. A mi ritmo, con mis piernas perezosas, agarrado a las barandillas, paseo y paseo y es cuando se me ocurre escribir este diario esporádico. Por eso, el primer texto sobre esta enfermendad empiezo a escribirlo a las 6:39 de la mañana de este día.
Más o menos cuando he terminado de escribir el primer capítulo, viene una enfermera y me mide la tensión arterial y las pulsaciones. Poco después de las nueve de la mañana viene una celadora y me lleva en silla de ruedas para que me hagan un electromiograma, una prueba que sirve (más o menos, entiendo yo) para ver la respuesta de los nervios a los estímulos eléctricos.
Antes de ponerme los electrodos y de realizar las descargas me exploran sin electricidad. Comprueban la fuerza de mis músculos (que a mi juicio no se ha visto alterada) y mis reflejos.
Durante mis visitas a urgencias dos o tres médicos me martillearon las rodillas con profusión. Recuerdo de pequeño, que en el colegio nos hacían esa prueba durante las revisiones médicas y que cuando me golpeaban en la rodilla con el martillito, mi pie daba una patada con fuerza con un recorrido de más de un palmo. Y lugo jugábamos entre los alumnos, sentados sobre las mesas, nos dábamos golpecitos en las rodillas y aprovechábamos para jugar y darnos patadas.
Juegos aparte, cuando alguien te golpeaba en el punto preciso, era imposible mantener el pie quieto, se disparaba hacia adelante como un resorte.
Pues bien, desde la primera exploración de los reflejos que me hicieron en urgencias, en ninguna ocasión el pie ha respondido con movimiento en ninguna de las dos piernas. Como no se movía, lo médicos golpeaban muchas veces. Un mínimo de 10 en cada rodilla de media. Probablemente más. La segunda o la tercera vez, en urgencias, le dije a la doctora que me exploraba y que insistía e insistía:
— Estoy muerto.
Su única respuesta consistió en seguir golpeando en una pierna y en la otra.
— Tu compañera, hace dos días, tampoco consiguió que se moviera el pie. Yo creo que das en el sitio correcto —insistí, para que entendiera que lo que le decía de que estaba muerto no era una broma, sino una forma de decir que no tenía sentido golpear más. No me hacía daño, nada de daño, pero ese intento parecía inútil.
— Claro que doy en el sitio correcto.
Yo me callaba, pero pensaba. «Pues si sabes que das en el sitio correcto y la pierna no se mueve, si el día pasado también daban en el sitio correcto y la pierna no se movía, o le dais importancia a que la pierna no se mueva o no me hacéis más esta prueba. Porque no tiene ningún sentido que todo el mundo me haga esta prueba, que la pierna no se mueva nunca y que todo el mundo pase por alto en sus conclusiones que la pierna no se mueve«.
En los preludios del electromiograma, en la prueba del reflejo en la rodilla se repitió una vez más la falta de reacción del pie. Luego, cuando me pusieron los electrodos y me dieron las descargas, si se producían movimientos.
No sé si el electromiograma les dio pistas que permitieran reforzar o descartar algún tipo de diagnóstico. Los médicos son reservados. No sé si porque desconfían de ellos, de lo que piensan, de sus conclusiones o por si no quieren generar confusión en el paciente. Yo, que soy mayor de edad y que tengo capacidad para entender, agradecería que me dijeran:
«Le hemos dado 20 golpes en la rodilla y el pie no se ha movido. Esta prueba no significa nada poque no sabemos si el problema es que no hemos dado bien los golpes o porque este síntoma aislado no tiene ninguna relevancia.»
O
«El electromiograma ha salido dentro de los límites normales. Que salga dentro de estos límites nos permite descartar tal y tal. O al contrario, que salga dentro de los límites no significa nada porque dentro de una semana la evolución puede derivar en que quede absolutamente fuera de los límites normales.»
Pero nada de eso ocurre. En el hospital lo entiendo mejor, porque tenía asignada una doctora de referencia que era quien centralizaría toda la información para darme una visión de conjunto. Pero, ¿en urgencias? ¿De qué sirve no compartir las dudas y la información?
Entiendo que esto que pido para mí puede ser contraproducente para otros pacientes. A mí la incertidumbre no me genera tensión. Ver que los médicos dudan y que no tiene un diagnóstico claro me parece lo más normal del mundo. Y si comparten sus dudas y me preguntan, quizá les pueda ayudar con otro síntoma que no se me había ocurrido o con algun aspecto de mi historial clínico en el que no había reparado y que pueda tener relación.
En fin. Seguro que no es fácil. ¿Cuántas veces se habrá encontrado un médico en urgencias que al golpear la rodilla de un paciente no ocurre nada de nada? ¿Cuántas veces habrá sido porque ha golpeado mal y no lo sabrá? ¿Cuántas veces no se habrá fiado de que golpea bien? ¿Cuántas veces habrá sido porque el paciente no tiene reflejo? ¿Cuántas veces que no tenga reflejo habrá servido para orientar su diagnóstico? Sospecho que cuando un médico me golpea en la rodilla diez veces, lo que ocurre es que duda de haber golpeado correctamente las nueve veces anteriores. Si la décima tampoco se mueve el pie, sospecho que el médico se queda con la duda.
Sólo sé que en mi caso, esta prueba diagnóstica, con un resultado tan evidente, no me parece que en urgencias les sirviera de mucho. Quizá me equivoco y les fue muy útil, aunque yo no me enterara. No me dio esa impresión.
Con estos pensamientos en la cabeza hacía caballitos (pequeños) con la silla de ruedas a la salida de la sala en la que me realizaron el electromiograma. La celadora tardó un rato en llegar, y yo no tenía nada para entretenerme más que la silla de ruedas, con la que jugué todo el rato, y los pensamientos que daban vueltas en mi cabeza.
Mientras la celadora me empujaba de vuelta a la habitación, por los pasillos recordaba a Víctor Jiménez y su pelambrera.
(Sigue aquí)