Comienzo las 24 horas en silla de ruedas en la casa de Bea Pérez y de David Rivas. El primer destino es una parada del tranvía de Parla.

Comienzo las 24 horas en silla de ruedas en la casa de Bea Pérez y de David Rivas. El primer destino es una parada del tranvía de Parla. (Foto: Beatriz Pérez)

Lo inesperado

La dificultad de lavarse la cara. Meter las manos debajo del grifo para transportar agua en ellas hasta la cara desde una silla situada enfrente del lavabo. Sentado no consigo llevar las palmas boca arriba y juntas para hacer cuenco hasta la cara. Si te llega para inclinar la cara sobre el lavabo, puedes mojarte con los restos de agua que quedan en cada mano.

Depende de cómo sea el lavabo, depende de cómo sean su pie y su borde, es posible que no te llegue la cara para tenerla inclinada dentro del perímetro de la vasija.

No me lavé la cara en 24 horas. La humedecí.

Con Bea y David pocos minutos después de subirme a la silla

Con Bea y David pocos minutos después de subirme a la silla. (Foto: David Rivas)

Quitarse un zapato con la pierna sin fuerza. Seguro que es falta de práctica. Con un brazo hay que tirar de la pierna hacia arriba. Con el otro del zapato hacia abajo. Sólo conseguí sacarme el zapato cuando me di cuenta de que tenía que agarrar la pierna por el tobillo para tirar de ella hacia arriba. Era fácil, pero no fue mi movimiento instintivo.

En el tranvía de Parla. Pude subir sin ayuda, aunque David estaba detrás de mí por si acaso.

En el tranvía de Parla. Pude subir sin ayuda, aunque David estaba detrás de mí por si acaso.

Buffet del desayuno en el hotel. Me doy una vuelta con la silla por el buffet. Decido lo que voy a comer, que me queda alto pero accesible. Cojo un plato. No tengo manos para sujetar el plato y darle a las ruedas. Tengo que dejar el plato sobre mis piernas para avanzar hasta la zona de los huevos revueltos. En cuanto llegan las camareras (que estuvieron ausentes durante dos minutos), me atienden con muchísima amabilidad. Pilar me ofrece una bandeja para llevar el plato que llevo sobre las piernas y acto seguido me ofrece traérmelo todo a la mesa. Si no te ayuda nadie es prácticamente imposible moverse entre las personas que caminan sobre las piernas por el buffet del desayuno de un restaurante.

La incomodidad de las puertas que se cierran solas. No es problema en la entrada del hotel, por la que sólo se pasa de vez en cuando. Es un gran problema en la habitación del baño del hotel. Hay que abrirla y cerrarla cada vez. Mejor el baño abierto que tropezarme continuamente con la puerta. (Fácil solución. Puse bajo la puerta el guante que utilizaba en la manos en mis excursiones por la calle)

Los frenos de las sillas de ruedas no son muy potentes. Además de frenarla hay que agarrarse. (Foto: Beatriz Pérez)

Los frenos de las sillas de ruedas no son muy potentes. Además de frenarla hay que agarrarse. (Foto: Beatriz Pérez)

Cerca significa imposible. Me levanto de la cama después de dormir, con necesidad perentoria de ir al baño. Me siento en la silla. El paso de la cama a la silla (la transferencia) es relativamente fácil. Voy hacia el baño. (Las exigencias del baño las contaré luego). Suena el teléfono mientras llego al baño. Doy la vuelta. La puerta ya está abierta de continuo. Tengo el teléfono en la mesilla de noche. Entre las dos camas. No quepo con la silla entre las dos camas. Intento acercarme, mover la cama de mi lado para hacerme hueco. El teléfono ya ha dejado de sonar. Los caminos son estrechos. Tengo poco margen de maniobra. Sólo puedo acceder al teléfono si vuelvo a pasar de la silla a la cama para tumbarme, agarrar el teléfono, dejarlo sobre la cama y volver a la silla. El paso de la silla a la cama es relativamente fácil y también de la cama a la silla, pero no tan fácil como para hacerlo varias veces al día. El mando de la tele lo dejé al lado del teléfono cuando apagué la tele, justo antes de dormir. Es más fácil que pida el teléfono a la camarera, que la oigo trabajar en el pasillo, que hacer las dos transferencias (hay transferencias fáciles, difíciles e imposibles) que necesito para pasar de la silla a la cama y de la cama a la silla de nuevo para regresar al baño y empezar con el aseo. Un aspecto básico para moverse en silla de ruedas consiste en disponer de espacio. Espacio entre la cama y la pared, espacio para girar la silla en cualquier lugar, espacio para moverse en el baño y en la habitación. Son necesarios pasillos anchos en todos los rincones de la casa. Por un lugar estrecho, entre el fondo de la cama y la pared, por ejemplo, no cabe la silla y te deja atascado.

Hubiera sido incapaz de subir al tren sin ayuda. (Foto: David Rivas)

Hubiera sido incapaz de subir al tren sin ayuda. (Foto: David Rivas)

La desnudez es la situación ideal. La dificultad para vestirse y desvestirse es excesiva. Ponerse una camiseta no cuesta, pero ponerse los pantalones me parece un martirio. Vestirse sentado en la silla o tumbado en la cama es agotador. Yo pensaba que vestirme me resultaría fácil tumbado sobre la cama. Pero en la primera transferencia que hice a la cama, delante de David, para aprender, David me advirtió: «¡Eh, esas piernas!». Porque en cuanto me senté en la cama subí las piernas a la cama. No pensé que no iba a poder hacerlo. Mi impresión no es que tirara de las piernas, sino de los abdominales. Pero sin ninguna fuerza en las piernas es imposible subirlas hasta la cama. También es imposible levantar el culo de la cama para vestirse. Te tienes que vestir haciendo contorsiones. Primero levantas un lado del culo. Luego levantas el otro. El primero otra vez… y a la vez vas tirando de la ropa. Cuando me subía los pantalones, los calzoncillos, que ya estaban todos arremolinados hacia un lado, acabaron de ponerse en espiral. Los pantalones tenían también su propia espiral y en el único momento que tienes el culo levantado, que serviría para ponerse bien la ropa, que serviría para tirar de aquí y de allá para recolocar todo en su sitio, ese momento en el que el culo está levantado, tienes las dos manos haciendo fuerza para tener el culo levantado y no las puedes aprovechar para recolocarte nada. Si yo fuera en silla de ruedas más a menudo, llevaría pantalones y calzoncillos de striper. Vestirme me ha parecido un suplicio.

En la Puerta del Sol de Madrid. (Foto: David Rivas)

En la Puerta del Sol de Madrid. (Foto: David Rivas)

Las baldosas rojas que hay en las calles de Madrid, con pequeños relieves circulares de un diámetro de unos dos centímetros, que me aseguran que son para guiar a los ciegos. Mover la silla por esas baldosas es mucho más difícil que por otras superficies. En subida y cansado, cuando llegas a esos lugares piensas que facilitar la vida a los ciegos para fastidiar a los que vamos en sillas de ruedas no es un buen invento.

Las manos no sirven para nada. Están ocupadas las dos de continuo para mover la silla. Con una sola mano no se avanza. Es imprescindible llevar un bolso, una riñonera, una camisa con bolsillos… tener lugares en los que dejarlo todo para tener siempre las dos manos listas para hacer girar las ruedas o para frenarlas.

Las bajadas son sencillas, pero requieren también de las dos manos para frenar.

En el hotel entiendo para qué sirven estas perchas que he visto otras veces. Sin palo sería imposible llegar a ellas.

En el hotel entiendo para qué sirven estas perchas que he visto otras veces. Sin palo sería imposible llegar a ellas.

En el cine me llevan a una sala situada en los bajos mediante un sistema con plataforma con el que puedo bajar las escaleras mecánicas. La salida es por las mismas escaleras, que vuelvo a subir con la plataforma. Me pregunto si hay alguna salida de emergencia sin escaleras de por medio.

24 horas en silla de ruedas. En la habitación del hotel Tryp Gran Vía.

24 horas en silla de ruedas. En la habitación del hotel Tryp Gran Vía.

El aro de la silla de ruedas me parece inexplicablemente estrecho y fino. Se agarra fatal y me duelen los dedos después de un rato de darme impulso. Un aro grueso, como el de un volante de coche, sería mucho más cómodo aunque obligara a ensanchar dos centímetros la anchura de la rueda. Lo digo sin saber. Quizá no compense. Quizá dos centímetros sea un abismo.

Truco. Es imprescindible abrir la cama antes de pasar de la silla a la cama. Es casi imposible abrir la cama tumbado sobre ella. Es obvio, pero no se me ocurrió. Gracias David por soplármelo.

El dolor de culo al final de las 24 horas.

Lo esperado

He pasado 24 horas en una silla de ruedas, excepto las horas de sueño, el rato que estuve en la ducha sentado en la silla que me trajeron, los 90 minutos de cine, otros 90 minutos de cena y unos 15 minutos en coche. Antes de subirme a la silla, David y Bea me enseñaron a hacer caballitos para vencer obstáculos con las ruedas delanteras, que son pequeñas, y que se quedan atascadas en cualquier irregularidad del piso. Un relieve de dos centímetros es suficiente para que las ruedas delanteras se atranquen, la silla se pare de golpe y puedas acabar en el suelo. Yo esperaba estos enganchones, no sólo por la sesión de aprendizaje, sino porque cuando empujo la silla de Bea las dificultades para superar pequeños obstáculos son patentes.

Esperaba que mover la silla fuera difícil y cansado, pero no tanto. La subida desde la Puerta del Sol madrileña hasta la Gran Vía, que es una cuesta que a pie no resulta relevante y que en bicicleta tampoco creo que cueste, se me hizo prácticamente imposible. No solo a mí. A Bea, que me acompañó en las primeras horas de silla junto con David, también se le hizo dura. Una pareja que nos vio sufrir nos ayudó.

Muchas personas anónimas te ayudan. En una terraza, unas personas extranjeras nos ayudaron a mover la mesa para que cupiéramos con las sillas y otras nos empujaron para subir. Pero muchas más no sólo no te ayudan, sino que ni se fijan. Remaba yo con mis brazos para subir con mucho esfuerzo por la Gran Vía y las personas que caminaban en sentido contrario no se apartaban. Caminaban hacia mí esperando que fuera yo el que me desviara. Me obligaban a pararme continuamente con el esfuerzo que implica arrancar cada vez cuesta arriba. Con la acera llena de gente es agónico moverse en silla de ruedas. Te hacen parar continuamente. En subida, un desfalco para corazón y pulmones.

En el restaurante, para cenar, me siento en una silla del restaurante y me aparcan la silla de ruedas. A la salida, mis amigos me llevan en coche hasta el hotel. La transferencia de la silla al asiento posterior de un Citroën C4 ha sido fácil. Pero la silla se queda en la calle. Mis amigos la pliegan y la meten en el maletero. Si hubiera ido yo solo y en el asiento del conductor de un coche adaptado no sé cómo lo hubiera conseguido.

Al llegar al hotel, doy una vuelta por la calle alrededor del hotel, que está situado en la esquina entre la calle Gran Vía y la calle Ballesta. Esa es la zona en la que las putas me llaman cariño y guapo todas las noches en las que paso solo. Hoy no me dicen nada, tampoco me miran. Sólo una de ellas, al final de mi vuelta, pegado ya al hotel, me mira y me hace una mueca que no sé descifrar. En el hotel me cuesta abrir las puertas de la calle, pero una vez abierta llego al ascensor y subo sin dificultad, aunque el ascensor es muy pequeño y no permite entrar y salir con facilidad, porque para que las puertas cierren hay que poner la silla en diagonal. Subo a mi habitación sin un ‘cariño’, al que estoy tan habituado.

Subir y bajar del tranvía de Parla fue posible por mis medios. Al tren me ayudaron a subir en todas las ocasiones. Viajeros en una ocasión y vigilantes en otra. En el metro no fui nunca solo. En metro, mi compañera de viaje me subió y me bajó todas las veces. Antes de meterse en el metro de Madrid con silla de ruedas conviene asegurarse de que la estación de destino está preparada. Puedes quedarte encerrado en un andén sin ascensor y con el vagón muy separado de la vía si la estación es en curva. Bajar por error es posible. Subir sin ayuda puede resultar imposible.

Tranvía de Parla, en la estación de tren. Le da el sol a la pantalla. 11:40 de la mañana. No veo nada. Decido subir sin billete. Me es imposible ver nada y mi primer impulso, una vez más es levantarme. No me puedo levantar. Le doy a las ruedas. Y decido esperar a la sombra. Al ir hacia la sombra veo que hay máquinas al otro lado, mirando hacia la otra vía. Doy la vuelta. Quiero sacar mi billete. En esas pantallas veo bien y leo. ‘Toque cualquier botón para empezar’. Acabáramos. Saco el billete y lo pago con tarjeta de crédito. No tengo una moneda. En la estación de la plaza de toros sube el revisor y me pide el billete o ‘su carnet’ que supongo que es el carnet de tranvía.

Llego a mi estación. Me bajo. Estoy desorientado. Se va el tranvía. Aparece la casa de Bea y David. Sensación de alivio. Ya estoy en casa.

Cuarto de baño

El taburete situado debajo del lavabo acabó inútilemente como apoyo al lado de la ducha. Hasta lavarse la cara es difícil.

El taburete situado debajo del lavabo acabó inútilemente como apoyo al lado de la ducha. Hasta lavarse la cara es difícil.

Imaginaba que el cuarto de baño sería complicado. Pensaba principalmente en la ducha. Muchas de las personas que se mueven en silla de ruedas utilizan un sistema de almacenamiento de orina para tener que ir menos al baño. A mí me tocó beber poco durante las 24 horas para no ir muchas veces, especialmente en lugares públicos, pero fui.

Al otro lado de la ducha hay un asiento que es inalcanzable tanto cuando está plegado como cuando está desplegado.

Al otro lado de la ducha hay un asiento que es inalcanzable tanto cuando está plegado como cuando está desplegado.

En mi primera visita al baño en el hotel me doy cuenta de que sentarme en la taza es difícil porque no tengo espacio para colocar bien la silla. Con dificultades me apoyo en las barras antes de bajarme los pantalones y no puedo soltarme de una mano para desabrocharme el pantalón porque me derrumbo. Me doy cuenta de que tengo que bajarme los pantalones y los calzoncillos antes de levantarme de la silla. Los pantalones llegarán hasta el suelo, seguro, aunque eso sea lo de menos en un baño limpio.

No hay forma de colocar la silla en los laterales cerca de la taza del váter. Hay que ponerla en diagonal. Muy difícil de llegar. Los apoyos, además, están muy altos. Para moverse hay que apoyarse en la misma taza.

No hay forma de colocar la silla en los laterales cerca de la taza del váter. Hay que ponerla en diagonal. Muy difícil de llegar. Los apoyos, además, están muy altos. Para moverse hay que apoyarse en la misma taza.

Una vez resueltas mis necesidades y aseado me pregunto si me visto antes de pasar al otro lado o después. Sentado en la taza me parece imposible vestirme. No tengo apoyos suficientes y podría caerme si no hago fuerza con las piernas. Coloco los pies en posición adecuada para darme la vuelta hasta la silla, que la tengo más o menos a 90 grados. Todavía desnudo me paso a la silla, con los pantalones en el suelo y luego me visto. El suplicio de vestirme en la silla es grande. Supongo que uno adquiere práctica y se pone ropa adecuada.

Para intentar llegar hasta el asiento de la ducha coloqué el taburete en el centro como apoyo. Casi me mato. Es imposible apoyarse en ningún objeto poco estable. Se mueve o se vuelca, con mucho peligro en ambos casos.

Para intentar llegar hasta el asiento de la ducha coloqué el taburete en el centro como apoyo. Casi me mato. Es imposible apoyarse en ningún objeto poco estable. Se mueve o se vuelca, con mucho peligro en ambos casos.

Por la tarde, después de sudar la gota gorda al pretender llegar por mis medios desde la Puerta del Sol a la Gran Vía, decido ducharme. El baño del hotel está adaptado y en la ducha hay un asiento abatible pegado a la pared del fondo. Me desnudo en la cama, pongo una toalla en la silla, me siento sobre la toalla, me acerco a la ducha y me doy cuenta de que me es imposible llegar hasta el taburete del fondo. En esas condiciones no tengo ninguna posibilidad de ducharme. Llamo a recepción y les pido que me traigan un taburete intermedio que se pueda mojar. Me cubro con la toalla, viene la camarera le cuento la situación y resopla. Entiende perfectamente que no tengo ninguna posibilidad de llegar hasta el fondo, ni siquiera si ella me ayudara. Viene con una silla metálica y de plástico con apoyabrazos para poner dentro de la ducha. Se va a mojar toda, pero me parece una buena solución. Le doy las gracias y con mucho esfuerzo paso a la silla. Me ducho tranquilamente y el problema llega a la hora de salir. Imposible. Soy incapaz. Tengo que hacer trampa. Si no hubiera hecho trampa, si no hubiera apoyado los pies, hubiera sido incapaz de salir de la ducha.

La silla que me trajeron y que colocamos en el centro de la ducha tampoco sirve. Apoyarse en ella es un peligro, pero aunque no lo fuera tampoco sirve: Para la ducha tuve que hacer trampa.

La silla que me trajeron y que colocamos en el centro de la ducha tampoco sirve. Apoyarse en ella es un peligro, pero aunque no lo fuera tampoco sirve. Para la ducha tuve que hacer trampa.

Al intentar salir de la ducha me doy cuenta de que sería mucho más útil tener unas barras a media altura para colgarse de ellas para levantarse que unas barras que me pillan a la altura de los hombros y que no me permiten hacer fuerza de ninguna manera. Si hubiera tenido una barra para colgarme situada más o menos encima de la silla, quizá hubiera podio salir de la ducha. El único problema es que si no tienes la silla bien colocada, te quedas colgado de la barra sin nada debajo, porque colgado del techo no se puede hacer fuerza para desplazarse lateralmente y no sé si tengo fuerza para colgarme con una mano y llevar la otra hasta la silla para tirar de mi cuerpo. En fin. Sin hacer trampa no hubiera salido de esa situación.

Al salir de la ducha, desnudo y mojado (secarse tampoco es fácil) me planto delante de la taza, sentado, encarado a ella y me doy cuenta de que los más fácil es sentarme al revés de como me siento habitualmente. Me siento mirando hacia la pared. Para un hombre y para orinar, la posibilidad de sentarse al revés es muy buena. Claro que la mayoría de hombres que van en silla de ruedas solucionan sus necesidades urinarias sin tanto ajetreo. Y para las mujeres no sé si sirve lo de sentarse mirando hacia la pared.

Al día siguiente me voy del hotel. Después del desayuno, vestido, tengo ganas de orinar de nuevo. Me he moderado con la bebida. Pero tengo ganas de ir al baño.

Me presento delante del retrete por última vez. Por un segundo pienso en abandonar. Total, qué más da, ya he hecho la transferencia varias veces. Me he bajado los pantalones y los calzoncillos tirando primero de un lado y luego del otro y me los he subido varias veces también a trompicones, con toda la ropa mal colocada.  De qué me sirve hacerlo una vez más. No se va a enterar nadie. Me da una pereza infinita. Pienso en renunciar, pero me resisto. Ya solo me quedan dos horas para cumplir las 24 horas y sólo he hecho trampa una vez, por fuerza mayor.

Hasta que me doy cuenta de que tengo en la habitación una botella de agua vacía. Un orinal. Qué fácil. ¿Cómo no se me ocurrió antes?

* * *

Mi primer agradecimiento de estas 24 horas es para David y Bea. Me prestasteis la silla de ruedas y me acompañasteis durante las primeras horas. Vuestra ayuda fue imprescindible. Dos mil gracias y dos mil besos.

Mi segundo agradecimiento para Ana, que me acompañaste en el metro y no me dejaste solo. Gracias a ti y a todos los amigos que vinisteis al cine, a cenar, que empujasteis mi silla y que me ayudasteis para que el reportaje quedara mejor. Otras mil gracias y otros mil besos para cada uno.

Gracias a los trabajadores del Hotel Tryp Gran Vía, un hotel de tres estrellas ligeramente ajado. Gracias especialmente a Pilar, por ayudarme durante el desayuno. «A ver si vuelve por aquí y le invito a un café». Gracias. También a la camarera que me trajo la silla para la ducha y otra camarera que me ayudó a enchufar el ordenador porque yo no llegaba al enchufe de ninguna manera. Gracias por su ayuda.