(parte 1)
El sábado por la mañana, después del merecido descanso, continuamos ruta hacia el norte. Disponíamos de dos semanas para subir hasta el archipiélago de Lofoten y, en el camino de vuelta, desviarnos para ver los fiordos y los parques nacionales de la mitad sur del país. Decidimos hacerlo en ese orden para quitarnos las jornadas duras de conducción al principio y poder relajarnos hacia el final del viaje.
Antes de partir tuvimos que meter todo el equipaje en el Model 3. Por aquel entonces todos vivíamos en ciudades distintas, así que habíamos intentado prever lo que cabría para no encontrarnos con una situación incómoda una vez ya en Noruega. Además de transportar cuatro adultos, el coche tuvo que cargar con dos tiendas de campaña, colchonetas y sacos para dormir, una mesa de camping (con sus cuatro sillas), ropa y calzado de abrigo y para la lluvia, mochilas, hornillos y utensilios para cocinar, comida, etc.
No deja de sorprenderme, parecían demasiadas cosas, pero conseguimos meterlas todas y pudimos viajar con comodidad siendo meticulosos con la organización. El maletero delantero nos fue tremendamente útil, pues lo utilizamos a modo de despensa y viajó lleno de comida casi de principio a fin (imaginen la estampa y la correspondiente reacción de quien la veía). En la plaza central trasera colocamos una bolsa de viaje grande que aun así dejaba espacio suficiente para ir sentado en las plazas laterales. Y reconozco que me sorprendió el maletero principal; su acceso de tapa no es el más cómodo, pero el espacio es tremendamente aprovechable. El doble fondo es muy profundo, ideal para guardar las cosas que no se utilizan frecuentemente, y el espacio principal tiene formas regulares y cotas generosas.
La conclusión es que, para sus dimensiones exteriores y la forma de su carrocería, el Model 3 es un coche particularmente práctico, lo que no quita que despojáramos a nuestro pobre Tesla de gran parte de su glamour. Pero es igual, si me preguntan a mí, les diré que nunca me ha parecido más molón que en el momento en que lo vi así de cargado, siendo tan tremendamente útil y estando más sucio que nunca.
Nuestro nuevo objetivo era alcanzar la ciudad costera de Bodo, desde donde parte el ferri con destino a Moskenes, un pequeño pueblo ubicado en el extremo exterior del archipiélago de Lofoten. Las islas de este archipiélago forman un gran arco y están unidas entre sí por una carretera que las conecta con el continente, pero para llegar a ese acceso por tierra hay que viajar muy al norte, hasta más allá de Narvik, lo que hubiera implicado añadir días al viaje. La mejor forma de ahorrar tiempo e ir directo al extremo exterior de Lofoten, que es el más espectacular, es coger alguno de los ferris disponibles que salen desde más al sur en el continente, como el de Bodo.
Desde el aeropuerto de Oslo, la distancia a Bodo es de 1230 km y, para recorrerlos, prácticamente no hace falta despegarse de la E6, la carretera que me había traído desde Malmö y que llega hasta el Cabo Norte. La E6 es la arteria principal del país, pero ello no quita que sea muy pintoresca y que tenga una configuración de doble sentido (no es autopista) en la gran mayoría de su recorrido. Pronto aparecieron los bosques eternos y los lagos que van salpicándolos para crear ese paisaje tan bello e inmenso, tan característico de los países nórdicos.
El Model 3 continuó siendo la estrella del viaje. La consecuencia de viajar a menos velocidad que los días previos fue una reducción del consumo hasta unos 15,0 kWh/100 km, más o menos. Otra cosa que no me esperaba, ¡es un consumo bajísimo!. Es cierto que circulábamos claramente más despacio, pero éramos más en el coche y seguí aprovechando las prestaciones salvajes frecuentemente para adelantar al tráfico lento (esto es algo de lo que nunca te cansas con el Model 3). Con ese consumo pudimos hacer tranquilamente distancias de hasta 400 km con una carga, de modo que solo tuvimos que parar en tres supercargadores para llegar a Bodo: Alvdal, Grong y Storjord.
Es conocido que Noruega tiene una flota de eléctricos tremenda, pero la cantidad de Tesla que se ven es realmente sorprendente. No exagero si digo que el Model 3 es uno de los coches que te cruzas con más frecuencia por la carretera. Lo bueno es que, a pesar de todo, el tráfico no es muy abundante y no suele hacer falta esperar turno para recargar en los supercargadores, que por cierto, están casi por todos lados.
La E6 se acerca por primera vez a la costa a la altura de Trondheim, tercera ciudad del país y parada obligada para el viajero. Es una población entrañable, con un mucha historia interesante y calles coloridas que bien merecen un buen paseo. Por cierto, como en tantas otras ciudades grandes, hay servicio de estacionamiento regulado, pero que tu coche sea eléctrico ya no te exime de pagar. Me hace pensar que es cuestión de tiempo que en nuestras ciudades pase lo mismo.
Más allá de Trondheim, la E6 va generalmente por el interior, pero a cada rato se asoma a algún fiordo para amenizar las cosas. Es una ruta preciosa, aunque tengo entendido que aún lo es más la carretera que va por la costa. Uno de los problemas de esa carretera, la Fv17, es que no hay presencia de cargadores rápidos, aunque tengo constancia de que nuestra autonomía hubiera sido suficiente para recorrerla (una familia que viajaba en un Model X P85 me contó que habían llegado de un extremo al otro con un 4 % de carga restante. ¡Eso sí es apurar!). El otro problema de la Fv17 es que salva una geografía endiablada y tiene muchos tramos que están conectados por ferris que ralentizan mucho el camino. No había tiempo, así que queda para otra ocasión.
En nuestro camino pasamos por varias ciudades pequeñas, como Mosjoen y Mo i Rana, antes de llegar a un lugar en el que no cambia nada, pero donde es inevitable tener cierta sensación de logro: por fin cruzamos uno de los paralelos terrestres más famosos, el Círculo Polar Ártico. Este es un lugar curioso; está ubicado en una meseta a la que se asciende poco antes de llegar y en la que hay poca vegetación. Después de ver tantos bosques, uno tiene la sensación de que al sobrepasar el Círculo Polar Ártico se adentra en un paisaje más agreste, pero por suerte los bosques y lagos vuelven a aparecer en cuanto se avanza un poco y se desciende otra vez hacia el nivel del mar. Por cierto, el destino quiso que esta hazaña tuviera lugar justo diez años después de que Javier Moltó llegara al mismo punto con el Golf de prueba de larga duración que aún cuidamos en km77. Aquí pueden leer su historia.
Con nuestra llegada a Bodo y el cruce a las Lofoten comenzaba la parte del viaje en que las recargas del coche podían complicarse. El último supercargador antes de Bodo está unos 100 km, en Storjord, donde aprovechamos para llenar la batería por lo que pudiera pasar después. En las Lofoten no hay supercargadores y el cargador rápido más cercano (de 50 kW) está en Leknes, a unos 70 km al este de Moskenes. Ir a Leknes ante una emergencia siempre era una opción, pero queríamos pasar varios días tranquilos disfrutando de las islas más occidentales y no sabía cuánto nos querríamos mover durante ese tiempo. En cualquier caso, parecía difícil gastar toda la autonomía del Tesla.
Aun así, decidí utilizar por primera vez un cargador rápido de 50 kW en Bodo, que ya había fichado cuando estudié la ruta en Madrid, para volver a llenar la batería hasta el 90% (lo que dio tiempo). Aunque no se puede decir que estén cubiertas absolutamente todas las zonas remotas, en Noruega hay una red inmensa de cargadores rápidos de 50 kW.
La gran mayoría de ellos son propiedad de dos empresas: Fortum y Gronn Kontakt. Durante el viaje recurrimos a ambas y su uso es muy similar al que ofrecen empresas que operan en España, como Easycharger. Hay que descargarse una aplicación, darse de alta, introducir un modo de pago (una tarjeta de crédito) y seleccionar la estación en la que quieres iniciar la carga una vez has llegado hasta ella. El problema de Gronn Kontakt es que su aplicación y su web solo están en noruego y hay que andar haciendo adivinanzas, sobre todo para completar el proceso de registro, pero luego utilizarla no plantea casi ninguna dificultad. La aplicación de Fortum se puede configurar en inglés.
Cogimos el ferri entre Bodo y Moskenes a las 13:00 horas del domingo. No sé cómo será el camino por carretera (imagino que muy bonito), pero esta travesía, que dura tres horas y media, es un espectáculo de principio a fin. El paisaje que se deja atrás es grandioso, pero no hay nada como la llegada a Moskenes, donde eres recibido por unas montañas descomunales que parecen disputarse entre ellas el pico más alto y escarpado.
En los días siguientes nos dedicamos a disfrutar de la zona. Hizo muy buen tiempo y pudimos subir a esas montañas, relajarnos en playas vírgenes, disfrutar de la acampada libre y dar una vuelta por los pueblos pesqueros idílicos de estas islas.
Las Lofoten son un capricho de la naturaleza en el que la mano humana, por una vez, parece haber completado la obra de forma magistral. En una superficie de tierra muy pequeña, las montañas alcanzan casi los 1300 metros de altitud y adquieren formas de cuento, pero aún sobrecoge más la combinación extrema con el agua. Su presencia en forma de lagos, fiordos, bahías y canales es intrusiva hasta tal punto que, vistas en un mapa, estas islas parecen un queso Gruyer a punto de desmoronarse.
Los pueblos están perfectamente integrados en los pocos espacios libres que deja la orografía y consisten en casas de madera acabadas en color rojo y blanco, y montadas mayoritariamente en estructuras sobre el mar. Lo que yo pensé al contemplar la vista sobre Reine, el pueblo que se ve detrás de nuestro Tesla en la foto que encabeza este texto, es que estaba ante el paisaje definitivo, el más bonito que había visto. Y es que hasta las carreteras participan de este espectáculo, con sus curvas caprichosas y sus puentes y túneles que enlazan las islas de maneras imposibles.
Este relato no pretende ser una guía de viaje, pero voy a comentar algo curioso. La historia de las Lofoten no se entiende sin la pesca del bacalao (hasta aquí todo normal, aunque no quiero ni pensar en cómo serían las condiciones de vida de los habitantes que vivían y trabajaban aquí hace solo unos pocos años, cuando ni siquiera llegaba la carretera hasta ellos). El caso es que ahora persiste la actividad pesquera, aunque no al nivel de antaño, y con ella una tradición que llama la atención: en las afueras de los pueblos y a los lados de la carretera, allá donde es posible, hay cientos de miles de cabezas de bacalaos colgadas a secar. El olor es muy intenso, pero ese es precisamente el objetivo, ya que a se utilizan para obtener un condimento alimenticio muy apreciado en Nigeria, que es su principal importador.
Con el paso de los días nos fuimos moviendo hacia el interior del archipiélago. En ese camino pasamos por Leknes, donde paramos a recargar finalmente con un 24% de batería restante, después de haber recorrido 255 km con un consumo medio de 15,8 kWh/100 km. Nada mal, ya que no nos privamos de movernos durante los días previos, aunque quedó demostrado que hicimos muy bien cargando en Bodo. Como era de esperar, en Leknes sí tuvimos que esperar un buen rato para iniciar la recarga, pues es el único cargador de toda la zona y solo tiene un puesto de carga a 50 kW. En un momento dado, mientras se cargaba nuestro coche, hasta otros cuatro vehículos esperaban turno; ellos tendrían que esperar varias horas.
Antes de salir de las Lofoten vimos consumada nuestra satisfacción al contemplar el Sol de medianoche desde una playa orientada al norte. Más allá del Círculo Polar Ártico y en momentos muy concretos del verano, el Sol no llega a ponerse nunca. Desliza por encima de la línea del horizonte y luego vuelve a ascender sin llegar a desaparecer. Qué quieren que les diga, fue un momento sobrecogedor. Mi buen amigo Marcos, que llevaba meses soñando con el asunto, nos contagió de la emoción a todos.
Por cierto, igual se lo han preguntado, pero dormir en una tienda de campaña con 24 horas de luz natural tiene su aquel. Ayuda mucho utilizar un antifaz, aunque el cuerpo necesita de un tiempo para acostumbrarse. La primera noche, a eso de la una de la mañana, vimos que la luz comenzaba su ascenso de nuevo, y el cuerpo pedía de todo menos meterse en la cama a dormir. Al final gana el cansancio y la rutina se impone.
La ruta por las Lofoten acabó en Svolvaer, donde cogimos un ferri a Skutvik, de vuelta al continente. Ahora llegaba el momento de enfilar de nuevo hacia el sur y seguir con el viaje, aunque todos sabíamos que la parte más auténtica ya pasaba a ser cosa del recuerdo. En el sur hay más turismo y todo queda más a mano, pero aún tendríamos tiempo de sorprendernos. Me encantaría volver un día a Lofoten. En invierno tiene que ser una maravilla, salvando el frío, eso sí. Además, se nos resistió una cumbre, que siempre es mal asunto para los que somos un poco cabezotas. No hay duda, habrá que volver.
Solo habían pasado unos pocos días, pero Madrid quedaba ya muy atrás en la memoria. En muy poco tiempo, el Model 3 me había llevado desde el calor sofocante de mi ciudad hasta un lugar muy lejano, a casi 5000 km de distancia, donde no se ponía el Sol. Qué emocionante, y qué experiencia haber visto cambiar el paisaje de inicio a fin sentado al volante.