Por Carlos Fernández, redactor de km77.com
Tenía pendiente escribir esta entrada. Llevo tiempo pensando en cómo hacer entender que nuestro Tesla me encanta y que aun así no me lo compraría, o en cómo contar que volvería a conducirlo hasta el Círculo Polar Ártico sin pensarlo dos veces, pero que me ha hecho sufrir durante un «simple» viaje de fin de semana a un pueblo de la costa gallega.
Tampoco es fácil matizar una opinión sobre la movilidad eléctrica en general. En los tiempos que corren, en que las ideas que crean tendencia sobre cualquier tema suelen las más extremas e incendiarias, no faltan defensores religiosos (algunos aprovechan el tirón para beneficiarse personalmente) y detractores apasionados. Yo estoy convencido de que la virtud de este asunto está en un punto intermedio, aunque tengo mis dudas sobre la esperanza que, como sociedad, parecemos tener puesta únicamente en los coches eléctricos. Denme la oportunidad de explicarme.
Empezaré por el Tesla, aunque sobre nuestro Model 3 ya hemos hablado largo y tendido en km77. Está mal que sea yo el que lo diga, pero tenemos la mejor prueba de este coche que se puede encontrar en Internet. Mi opinión general es sencilla: creo que es un producto maestro, uno de los mejores coches que he tenido la suerte de poder probar. Y no es que no tenga fallos; en los más de 20 000 km que lo he conducido durante este año he tenido tiempo de empaparme de todos ellos. Voy a mencionarlos lo primero, pero que nadie saque conclusiones precipitadas, que también tengo muchas cosas buenas que contar.
Lo que menos me gusta está relacionado, curiosamente, con las funciones de conducción automatizada de las que Tesla tanto presume. Para llevarlas a cabo, solo recurre al uso de cámaras y un radar, mientras que cada vez más fabricantes tienden a trabajar con diversidad de sensores.
Por poner un ejemplo, los limpiaparabrisas automáticos funcionan mal. El software que los gestiona compara las imágenes que graba la cámara del parabrisas (en las que obviamente aparecen gotas cuando llueve) con otras imágenes de gotas de lluvia de archivo. Es justo decir que, desde una actualización de software reciente el sistema ha mejorado ligeramente, pero sigue lejos de ser satisfactorio. El problema no sería tal si los limpiaparabrisas se pudieran gestionar por completo desde una palanca en vez de centrar la vista en una región diminuta de la pantalla central mientras empeoran las condiciones de visibilidad. Otro ejemplo: tampoco funciona bien el sistema de cambio automático entre luces cortas y largas, a juzgar por las ráfagas que lanzan otros usuarios de la vía.
Sinceramente, no le doy excesiva importancia a estos asuntos y no condicionarían mi decisión de compra del coche, pero pienso que son representativos de algo más grande que sí me sorprende: ¿cómo es posible que nos anuncien una próxima automatización total de la conducción y que esta idea haya calado tanto entre el público, si nos están mostrando que no es tan sencillo calibrar un sistema de luces automáticas?
Esto me lleva inevitablemente al Autopilot, un ejercicio de publicidad sobresaliente que, a pesar de su nombre, es un conjunto de sistemas de asistencia a la conducción de nivel 2, similar al que pueden llevar muchos otros modelos, y cuyo funcionamiento es bueno (o muy bueno) en algunos apartados y mediocre en otros (más información aquí). Si les digo la verdad, yo no lo utilizo casi nunca porque me resulta más un incordio que una ayuda. Lo que sí hay que reconocer es que su integración es innovadora e intuitiva para el conductor, como tantas otras cosas lo son en este Tesla. Seguro que poco a poco el Autopilot irá mejorando, pero albergo serias dudas de que a medio plazo los coches de Tesla alcancen altos grados de autonomía gracias a él de manera satisfactoria.
Otros apartados que dejan que desear son la calidad mejorable (que no mala) de los acabados del interior, el aislamiento acústico o el tacto y la eficacia de los frenos. Sin embargo, estos son asuntos secundarios que quedan eclipsados por la cantidad de puntos positivos que, bajo mi punto de vista, justifican el precio del Model 3 y lo hacen un coche muy agradable, en conjunto, con el que convivir.
Desde el principio quedé enamorado de la calidad y el equilibrio de la suspensión, de las prestaciones salvajes y del aprovechamiento del espacio interior, entre otras cosas. Conducirlo es una auténtica gozada, pues se mueve en silencio y aparentemente sin esfuerzo, hasta el punto de que te hace sentir que es un vehículo inocuo para el mundo. La experiencia es realmente fantástica.
También es ejemplar el modo en que gestiona la energía, tanto en lo relativo al consumo, que es muy bajo, como a lo fácil que se lo pone al conductor para saber cuánta distancia puede recorrer y dónde debe recargar la batería para seguir circulando. Creo que esto es lo que verdaderamente marca la diferencia y hace que los Tesla levanten tantas pasiones.
No hay otro fabricante que se acerque siquiera a una integración tan simple e intuitiva de la navegación, los puntos de recarga y el estado de carga de la batería. Los Tesla, a diferencia del resto de coches eléctricos (quizás se me olvide alguno que también lo hace), calculan el porcentaje concreto de carga con el que llegarás al destino. Es un cálculo fiable que te permite estar tranquilo de que no te quedarás sin batería si no incrementas el ritmo. El resto de modelos eléctricos que he conducido simplemente estiman una autonomía restante que, en la gran mayoría de condiciones de la conducción, es totalmente irreal.
Tesla no sería lo que es sin su red de supercargadores. Funcionan tan bien y son tan rápidos que, al menos para mí, reducen casi a cero la molestia de parar a recargar durante un viaje. Tiene algo de juego, de yincana, enlazar un supercargador con otro y reconozco que me sigue pareciendo divertido llegar a uno de ellos guiado por el sistema de navegación, conectar rápidamente el cable y ver cómo la batería empieza a cargar automáticamente, sin necesidad de hacer ninguna otra gestión. Los supercargadores también son puntos de encuentro de propietarios de Tesla; son instalaciones que desprenden cierta exclusividad y sin las que Tesla no hubiera conseguido dar sentido a su «mundo de productos».
El problema es que todavía no hay suficientes cargadores para la mayoría de hábitos de movilidad, y eso que los propietarios de Tesla, como ya he comentado, van con mucha ventaja sobre los del resto de modelos. Siempre digo que lo que más me emociona de los coches, la sensación que me ha obsesionado desde pequeño, es la libertad que me hacen sentir. En consecuencia, mis actividades de ocio (como las de tantos otros) van ligadas, muchas veces, a transitar por lugares apartados de las vías principales, donde, al menos de momento, es difícil recargar. Viajar en coche eléctrico puede requerir de mucha planificación, aunque en muchos casos ni siquiera toda la planificación del mundo es suficiente.
Aquí se da la paradoja que utilicé al principio de este texto: llegar actualmente con un Tesla hasta el norte de Noruega desde cualquier punto de España es un plan mucho más sencillo de llevar a cabo (salvando la paliza) que, por ejemplo, un viaje que hago con muchísima frecuencia entre Madrid y un pueblo en la costa gallega. En Galicia, una comunidad tan grande y con una población tremendamente dispersa por el territorio, sobran dedos de una mano para contar todos los cargadores rápidos disponibles. La realidad es que llegar hasta allí desde Madrid no es muy difícil, pero les puedo asegurar que es un verdadero infierno conseguir recargar la batería para iniciar el regreso hacia Madrid o para poder circular por la zona. Por cierto, sobre el viaje a Noruega hablaré más en otra entrada que publicaremos pronto.
A estas alturas ya estaré condenado por los aficionados de Tesla, y eso que todavía no he mencionado el verdadero motivo por el que no me compraría un Model 3. En la segunda parte de esta entrada van algunas reflexiones sobre la movilidad eléctrica y la industria del automóvil. Creo que con ella ya quedaré condenado por todos los aficionados a los coches eléctricos.