Cogí el Clio con poco más de 118 000 kilómetros con la intención de hacerle unos 1500 kilómetros. Mi destino era Tarragona y luego Barcelona, luego el Valle de Arán, vuelta a Tarragona y luego Madrid. Como casi siempre, después de unos pocos kilómetros de autovía al salir de Madrid, me aburrí de la autovía y seguí por carreteras de doble sentido. En las autovías se frena menos que en las carreteras, porque en cada curva y en cada población y cada vez que hay un camión o un coche más lento es necesario frenar.
Después de unos trescientos kilómetros, en los que tuve que frenar poco, llegué a una zona de curvas y noté que los frenos chirriaban. Pensé que era cuestión de las nuevas pastillas que habíamos montado. No se me ocurrió pensar, tonto de mí, que ese chirrido fuera un avisador de desgaste de las pastillas. Muchas pastillas de freno chirrían incluso nuevas y yo estaba convencido que las pastillas de nuestro Clio estaban seminuevas.
Poco a poco el ruido de raspón fue a más, pero era sábado por la tarde y yo tenía muchos compromisos, tenía que hacer muchos kilómetros y no podía esperar al lunes por la mañana en la puerta de un concesionario a que me revisaran los frenos.
Seguí. Hice muchos kilómetros por carreteras de curvas, de subida al Valle de Arán y de bajada del Valle de Arán. Mi intención inicial era llegar hasta Madrid antes de llevar el coche a revisar, pero en el camino desde el Valle de Arán a Tarragona cambié de planes, paré en Lérida, cancelé mi nueva parada en Tarragona y llevé el coche al concesionario de Lérida. Cuando llegué era mediodía y estaba cerrado.
A partir de que comencé a oír el ruido de rozadura raro empecé a frenar con mucho cuidado. No hice ninguna frenada fuerte en los casi 500 kilómetros que recorrí con ese ruido horroroso. Tuve mucho cuidado en todas las frenadas y frené lo menos que pude (salvo las frenadas extras que hice para grabar el sonido en el vídeo). En una ocasión, a muy baja velocidad, una furgoneta me hizo un quiebro por delante y tuve que frenar con más fuerza antes de esquivarla. El coche frenó, pero iba muy muy despacio. En la carretera de descenso desde el Valle de Arán hasta Lérida, frené poco y al llegar a Lérida, en las rotondas, utilicé el freno de mano en muchas ocasiones para no dañar el disco, porque ya era evidente que no se trataba de una chinita.
En vista de que el concesionario está cerrado y que en el teléfono que aparece en la puerta suena una musiquita como si alguien fuera a atenderte, pero no te atiende nadie, decido irme a comer y regresar a las 15:30 que es la hora de apertura del concesionario.
Cuando llego, preguntan a todos los que esperamos si alguno había pedido hora y a todos los que habían pedido hora los atienden en primer lugar. Cuando me toca el turno, le cuento a la persona que me atiende que hace un ruido de rozadura cuando freno y sin dudarlo se va hacia el coche, mete la linterna, mira las pastillas y no tiene dudas: «Están desgastadas, hay que cambiarlas. Vamos a mirar si tenemos pastillas de repuesto».
Para comprobar si tienen pastillas toman nota del número de bastidor y lo introducen en el ordenador. Me avisan de que el número de bastidor da error y sospecho. “¿Cómo es posible?” Pienso. Me confirman que a veces se confunden algunas letras con números y que necesitan los papeles del coche. Pienso que han visto algún tipo de alerta y que posiblemente ya tengan el coche identificado, lo cual me parecería lógico.
Sin embargo, no es así. Con los papeles en la mano veo que corrige un “8” que había escrito por una “B” y ahora ya sí comprueba si tienen repuesto, me confirma que lo tiene y entonces surge el siguiente inconveniente.
—Tenemos el taller a tope. No tenemos ni un hueco. Hoy llueve y cuando llueve la gente del campo aprovecha para venir a la ciudad a hacer recados y a traer los coches a revisión.
Aunque chapurreo el catalán, les hablo en castellano desde el principio y me preguntan si estoy de paso. Les digo que sí, que voy camino de Madrid. Hacen un esfuerzo por encontrarme un hueco, aunque haya llegado de improviso. Las dos personas que atienden en recepción se ponen de acuerdo con sus citas previas y sus trabajos previstos y me abren un hueco porque alguien ha dicho que no pasaría a recoger su coche hasta última hora, por lo que pueden retrasar la entrega de ese coche. Los veo preocupados por atenderme bien y lo agradezco. «El problema es que si haces cuatro kilómetros más, empezarás a dañar el disco», me dice, porque de momento los discos están bien.
Me preguntan los kilómetros del coche y cuando les digo que tiene 119 329 se quedan sorprendidos. «Los Clios que vemos como éste, el que más tiene 30 000».
Me siento en la zona de recepción, me facilitan una clave para el wifi y me tomo un café. Al cabo de unos 20 minutos me avisan de que ya empiezan con el coche. 15 minutos más tarde, el amabilísimo recepcionista, regresa de nuevo.
—Tenemos un problema. Por fuera los discos se veían bien, pero el disco delantero izquierdo está dañado por dentro. Y el problema es que no tenemos discos de repuesto. ¿Quiere ver el disco antes de decidir qué hacemos?. —Sí. Vamos.
El disco está visiblemente desgastado por la zona inferior, pero no hay alternativa. Se puede seguir utilizando sin problemas. El mayor inconveniente es que desgastará la pastilla nueva de forma desigual, pero a los pocos kilómetros frenará igual de bien uno que otro. No puedo esperar una noche a que traigan nuevos discos (en el mejor de los casos).
Luego vimos que la pastilla que roza en ese lado se había desgastado más que las otras y que ya no quedaba nada de material de fricción. Tanto es así que lo que tocaba el disco era directamente la parte metálica de la pastilla, la misma sobre la que el pistón de la pinza de freno ejerce la presión. En las otras tres, el desgaste era menor y aún quedaba material.
Nos hacen firmar un documento de descargo de responsabilidad, en el cual pone que no se han cambiado los discos a petición del cliente, y pagar el cambio de pastillas.
Me voy agradecido por el buen trato recibido y cuando estoy en el coche me doy cuenta de que no le he pedido las pastillas de freno, para hacer fotos. Regreso al taller y el mecánico que realizó la reparación me las da amablemente. Aprovecha para decirme que notaré que el pedal baja más de la cuenta en las primeras frenadas. Le pregunto si ha sangrado los frenos y me contesta que no.
Regreso al coche y en ese momento me doy cuenta de que no he hecho foto al documento que he firmado en el que les exonero de responsabilidad. Regreso y me miran con sorpresa. Pensaban que ya me había ido.
—¿Algún problema?
—No no, ninguno. Quería hacer una foto de la frase que he firmado en la que dice que no se han sustituido los discos por petición del cliente.
—¿Quieres una fotocopia?
—No no hace falta. Gracias, me basta con una foto para enseñársela a “mis jefes”.
En ese momento me vuelvo a despedir y le doy las gracias al hombre que me ha atendido tan bien en todo momento. Aprovecho para mirar su nombre: Joan Gassó. (Gracias Joan). Él me contesta: «Te llamarán del servicio de atención al cliente de Renault para preguntarte cómo ha ido. Haznos quedar Bien», me dice con una sonrisa.
No me han llamado del servicio de atención al cliente. El coche está a nombre de empresa y quizá por ese motivo no llaman. Por pequeños detalles, estoy convencido de que en ningún momento tuvieron conocimiento de que se trataba del coche de km77.com. Vi como atendían a todos os clientes y con todos ellos el trato y las atenciones de los dos responsables de recepción del taller fueron exquisitos.
Las pastillas de origen las cambiamos con 63 144 km (más información). Éstas han durado unos 6000 kilómetros menos que las iniciales. No es una diferencia relevante. Con estas hemos hecho más pruebas de frenada y es posible también que hayamos realizado más kilómetros por carretera.
Por Javier Moltó
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