Capítulo IV. Jaén
El destello de plata
Datos de Jaén
Número de olivos: Unos 70 millones
Superficie: 14.500 km2
Punto más alto: 2167 m
Punto de menor altura: 187 m
Población: 631.000 habitantes
Producción de aceite 20/21: 520.000 Tm
Algunas colinas de Jaén me recuerdan a cabezas peinadas con trenzas africanas. Trenzas de olivos pegadas al cuero cabelludo de la tierra. En otras, las menos, o sólo en algunas zonas, los olivos están desordenados y se agitan juntos, como melenas despeinadas o sin peinado conocido. El paisaje de Jaén es uniforme y cambiante, como el mar, y está lleno de destellos plateados en las olas de las copas de los árboles, como el mar. Pero no. Aunque en Jaén he oído muchas veces la expresión «mar de olivos», los olivos de Jaén no forman un mar.
Es probable que sea igual de inquietante y adictivo. Quizá porque del mismo modo que el mar no es azul, los olivos no son verdes. Como el mar, los olivos están siempre en movimiento y cambian de color y de aspecto. Sin embargo, en los olivos no se cumple el principio de los vasos comunicantes. Jaén es un sube y baja continuo, colinas, laderas, lomas y pendientes hacen del conjunto un paisaje imposible de ver en el mar. Cientos de horizontes, que se intercalan con el movimiento, que quizá podrían asemejarse a olas gigantescas, hacen del paisaje un espectáculo interminable, en el que varían los renglones del peinado trenzado, con los ángulos de visión en horizontal y vertical. El paisaje de Jaén es como un cubo de Rubik sin forma definida, con filas de colores en movimiento continuo, con hileras marrones y verdes que se cruzan y giran. Siempre con destellos blancos. Un espectáculo único.
Un paisaje para el movimiento
Cualquier carretera de Jaén, en coche, es un espectáculo psicodélico, fascinante y adictivo. Al movimiento de las trenzas que ahora se enlazan con la fila diagonal y luego con la longitudinal, que suben y que bajan, que se superponen a la colina posterior o que dejan un valle sobre el que se extiende un circo de laderas, se añade una riqueza cromática en torno al verde. Dorados a unas horas y plateados la mayor parte del día combinados siempre con verde olivo entre las ramas.
No sólo cambia el color de los árboles. También es diferente el marrón de la tierra, que pasa de rojiza intensa en los terrenos arcillosos a blanco brillante en algunas zonas de caliza.
Lo único que no cambia en el paisaje de Jaén, mientras circulas a mediodía, a cualquier velocidad, sea el destello plateado que se produce invariablemente en las copas de las olas. Cuántas veces he estado tentado de pararme, y cuántas veces me he parado de hecho, para ver el paisaje despacio, para saborear el momento. Pero no, parado pierde la magia. El paisaje de Jaén requiere del movimiento. Con el coche, casi a cualquier velocidad, es inagotable, en cualquier carretera.
Navegar el verde
He hecho cientos de fotos intentando captar el movimiento. Lo que veo desde el coche, el movimiento de las olas, el peinado, los diferentes peinados y el despeinado, el mar, las mareas, los vasos comunicantes, el cambio de perspectiva soy incapaz de plasmarlo en fotos. A Jaén hay que venir en coche. En Jaén hay que pasear en coche.
«Navegar el verde» podría ser un titular mejor que «El destello plateado». Más sugerente y probablemente transmite mejor la sensación de lo que ocurre al circular por Jaén. Pero no me convence. En fin. Mi titular es malo, pero no consigo uno mejor y me sirve porque es una invitación para ir a Jaén, navegarlo o lo que sea, y que cada viajero encuentre su titular.
Jaén. Imprescindible navegarlo.
Puede navegarse desde cualquier carretera y también desde el interior mismo del campo. Cuando estás tan cerca de los olivos, en algunos casos, como en el de la foto superior, oyes y escuchas un ruido ensordecedor, que parece de cigarras. Cuando lo oyes y lo escuchas, piensas, inevitablemente, en si ese ruido será querido por los agricultores o no, si la presencia de animales es deseada o no y empiezas a pensar en las dificultades de sacar una cosecha adelante, de mantener económicamente este tinglado. Sabes, porque te lo han contado o lo has leído, que están eliminando olivos centenarios, plantados con desorden, por olivos jóvenes y bien ordenados, para conseguir recolectar la aceituna de forma automática «única forma de hacer rentable el negocio», según cuentan algunas voces.
Raíces profundas
Me ocurre, al ponerme a pensar en los negocios, como me ocurrió en Asturias durante la caminata en el Río Profundo, que pienso en la pérdida de riqueza y diversidad. Pienso en el periodismo y en internet y en la necesidad de encontrar diferencias para que los negocios sean rentables y duraderos. No podemos hacer todo bajo la tiranía de las cifras de audiencia, o de la eficiencia y fuerza bruta de las máquinas. Si todos hacemos lo mismo, si sólo pensamos en la rentabilidad mediante la eficiencia económica, o mediante la satisfacción de la masa, estamos condenados al fracaso, porque esos métodos son muy fáciles de replicar y por tanto de llevar la competencia al infinito. No sé nada de aceites, pero estoy casi convencido de que nos interesa a todos que los olivos centenarios no desaparezcan, porque esa antigüedad, esa profundidad de las raíces, esa pátina del tiempo o ese destello blanco mantenido durante siglos tiene que notarse en el sabor, en el color o en el alma del aceite por algún motivo.
Por otro lado, cuando veía campos de olivos recién plantados, me despertaban ternura. Me parecían como jóvenes leones, con la misión de luchar pronto contra la fuerza de los troncos retorcidos.