Este domingo es un Mercedes-Benz GLA el coche que protagoniza las maniobras de eslalon y esquiva que realizamos en circuito. Se trata en concreto de la versión 250 e, la híbrida enchufable. Su sistema propulsor consta de un motor de gasolina de cuatro cilindros, 1,3 litros y 163 CV y de un motor eléctrico síncrono de imanes permanentes de 109 CV. Cuando funcionan en conjunto dan un máximo de 218 CV.

La autonomía eléctrica homologada del GLA 250 e es de 70 kilómetros, una cifra que en condiciones reales lograremos si las condiciones son muy favorables y ponemos empeño en hacer nuestra conducción muy eficiente. Es más acertado pensar en una autonomía eléctrica de unos 55 kilómetros, una distancia que probablemente es mayor a lo que muchos de nosotros hacemos a diario.

En cualquier caso, hablemos de eslalon y esquiva. Mal Mercedes-Benz, mal. Mal por esa calibración tan proteccionista y tajante del control de tracción y estabilidad. Resulta curioso que en su hermano bajito, el Clase A 250 e, estas ayudas a la conducción no actúan de forma tan agresiva y dejan al coche más libre, lo que no se traduce en pérdida de seguridad y control, sino en ganancia de agilidad.

Dicho esto, los resultados numéricos no son desastrosos. La esquiva la superó a 75 km/h, que son dos km/h por encima del Clase A (este llevaba unos Bridgestone Turanza T005, por los Bridgestone Alenza 001 del GLA). El eslalon lo completó en 25,4 s, es decir, fue 1,1 segundos más lento que el Clase A. Estoy convencido de que sin esas intervenciones tan poco sutiles del control de estabilidad, la diferencia de tiempo habría sido menor.