(viene de aquí)
Y llegó el día que había que volver con el ZOE a Madrid. Si a la ida me sobraron unos cuantos kilómetros de autonomía, no debería, en principio, tener demasiados problemas en hacer lo mismo en sentido contrario, aun teniendo en cuenta que Madrid está unos 400 metros más alta que Zaragoza.
Para poder hacerlo, lo primero era cargar la batería en su totalidad y en un lugar lo más próximo a mi casa, que era desde donde iba a iniciar al viaje a primera hora de la mañana. Así que la noche anterior me fui otra vez al punto de recarga rápida de la Estación de servicio El Portazgo.
Inicié la recarga a las 21:44, con la batería al 85 % de su capacidad. El ordenador del ZOE calculó que en 40 minutos estaría cargado al máximo. Pues no. A las 22:22 el nivel era del 99 %; y a las 22:33 también; y a las 22:44. Y no fue hasta las 22:51 —27 minutos más de lo estimado por el coche— cuando por fin apareció el tan ansiado 100 % en el cuadro de instrumentos. Este 15 % de carga me costó 1,52 € (6,07 kW a 0,25 €/kW). Volví a casa conduciendo con «cariño» y dejé el coche durmiendo en el garaje.

El día siguiente, a las 7:52, comencé el viaje. La autonomía según el ordenador era de 288 km y el consumo medio, que tenía en cuenta el trayecto de 14 km que había hecho la noche anterior para llegar a casa tras recargar, era 14,8 kWh/100 km.
El viaje no comenzó bien. El Cierzo, el viento de componente noroeste que se da principalmente en el valle del Ebro, se oponía con tozudez al avance del ZOE y disparaba el consumo que se situaba en 19,5 kWh/100 km tras 20 kilómetros en los que traté con delicadeza el acelerador y no pasé de 80 km/h. Por su puesto, llevaba la calefacción desconectada con una temperatura exterior de 10 ºC que, según avanzaba la mañana, fuedescendiendo hasta los 5 ºC. En ese punto, aún no alcanzada la mitad del viaje, el consumo medio era 16,5 kWh/100 km y la autonomía restante, 98 km. “Algo” escasa para los 176 km que me quedaban por recorrer hasta el destino que me había fijado (un poste de IBIL en San Sebastián de los Reyes).

Datos del ordenador un poco antes de llegar al meridiano del viaje.

Ya para entonces había bajado el ritmo por debajo de los 70 km/h. Algunos camiones se acercaban mucho al ZOE para adelantarlo, como si intentasen coger un rebufo inexistente. Yo les advertía con los intermitentes, ya a lo lejos, de que circulaba a una velocidad especialmente baja —como hacen ellos al subir los puertos—, me ceñía al lado derecho de mi carril al máximo y aun con ello, alguno me regalaba un recital de efectos musicales y luminosos. Me resultó curioso observar como para una porcentaje significativo de ellos, el adelantar a un vehículo que circulaba más lento parecía ser una gran molestia. 
Llegó un momento que pensaba más en el frío que estaba pasando que en saber que a ese ritmo me iba a quedar tirado mucho antes de llegar incluso a la parada de emergencia (en Guadalajara). Paré en una estación de servicio en Medinaceli para tomarme un café y entrar en calor, especialmente las manos que las llevaba heladas. Y ahí estaba, dentro del ZOE, sujetando un vaso de plástico, calentando los dedos, a 159 km del destino y con carga para recorrer solo 79 km (la batería estaba al 29%).

Quedaban 159 km al destino y el cuadro de instrumentos me obsequiaba con ese inquietante dato de autonomía: 79 km.

A partir de entonces, tras superar Alcolea del Pinar, el punto más alto del recorrido a 1203 metros sobre el nivel del mar y con el viento soplando de manera suave pero en sentido casi favorable, el consumo comenzó a bajar. Los kilómetros pasaban más rápido de lo que la autonomía disminuía (recorrí 109 km mientras que el ordenador redujo la autonomía solo 32 km) y lo que parecía misión imposible —llegar a Guadalajara— se convirtió en algo superable. Tanto que paré en esta ciudad para pensar si intentaba llegar hasta San Sebastián de los Reyes.

Deshojando la margarita en el kilómetro 103 de la A2. ¿Llego o no llego?, ¿llego o no llego?, ¿llego o no llego?, ¿llego o no llego?…

Era una decisión arriesgada: casi 50 km por hacer con una autonomía de 34 km. La orografía ya no podía mejorar y, por tanto, consideré imposible rascar más kilómetros al ordenador de viaje. Pero lo que más me echó atrás fue la idea de aproximarme a Madrid, con su intenso tráfico, a 60 km/h. Iba a convertirme en un obstáculo móvil y provocar situaciones peligrosas, para mí y para el resto.
Así que opté por la solución fácil: recargar en el punto IBIL de Alovera, que ya conocía del viaje de ida. Eran las 12:15, tenía la batería al 9 %, el consumo medio era 13,1 kWh/100 km y la velocidad media del viaje hasta ahí había sido 69 km/h. Tiempo estimado de carga según el ordenador del ZOE: dos horas y veinticinco minutos. A la media hora la carga se interrumpe (algo que se había ido repitiendo durante la semana), con la batería al 34 %. La reinicié y estuve ahí hasta las 13:10, cuando la batería estaba al 53 %, tenía una cita en Madrid a las 13:45 y no podía llegar tarde.

Dando de comer al hambriento en el poste de recarga rápida de IBIL en Alovera., a menos de 50 km de Madrid.

Esta recarga me costó 10 €, porque IBIL factura un importe mínimo de 5 €. Como el proceso se interrumpió, me cobraron dos cargas. El coste real habría sido de 8,5 €, repartido en una primera recarga de 10,7 kW y una segunda de 8,4 kW. Este es el gráfico de la recarga que muestra la aplicación móvil de IBIL. En gris la potencia de recarga; en naranja, la energía almacenada.


 
Continuará