Reza la wikipedia: «Un agujero negro u hoyo negro es una región finita del espacio-tiempo provocada por una gran concentración de masa en su interior, con enorme aumento de la densidad, lo que genera un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera los fotones de luz, puede escapar de dicha región»
En el Blog de Celedonio y Cogolludo hemos demostrado su existencia. He aquí la imagen captada por nuestro telescopio Canon-hubble de 3,2 megapixel:
Y aquí, la foto del conjunto de partículas que fueron incapaces de escapar de dicha región:
En realidad, este hallazgo es fruto del esfuerzo de una lectora, a la que llamaremos, para mantener su anonimato, Patrizia del Valle y Cas. Como no queremos que en la próxima edición de la Espasa y El pequeño Larousse nos recuerden como aquellos que manipulamos la historia, reproducimos las notas manuscritas por la Srta. del Valle aunque convenientemente adaptadas para que el público acostumbrado a ver la Noria, Sálvame y similares programas divulgativos no se le atraganten conceptos como «estrella en colapso gravitatorio completo».
De socavones, seguros a todo riesgo y otras cosas.
Hace un par de años, una persona muy sabia me dijo: “No te compres un coche con ruedas de perfil bajo”. Como casi siempre pasa con los padres, en este caso el mío, tienen razón. Bueno, la tienen y no la tienen. Que vaya por delante que no me arrepiento de haberme comprado un coche con un perfil de 50. Sabía lo que me compraba y si no fuera por las lluvias y por los famosos socavones, seguiría tan contenta.
Seguro que muchos de los que lean esto tendrán en su haber una historia parecida. Esta es la mía.
Hace unas semanas volvía a horas intempestivas por una carretera que frecuento. La conozco hace años. Siempre ha estado en mal estado y los baches los tengo más o menos memorizados. De hecho, hay uno en particular, llamémosle el Gran Bache puesto que se merece nombre y apellido, que está en un sitio crítico, como casi todos supongo. En este caso, se baja por una pendiente con poco desnivel que termina en una curva a izquierdas. Según la vas bajando tienes que ir esquivando diferentes hoyos. Uno a la izquierda, dos a la derecha… Vamos, que es como una especie de Tetris donde no puedes despistarte si no quieres escuchar el típico “clonc” seguido de un también típico “joder”.
Menos mal que bajaba despacio. Cuando iba por el cuarto obstáculo llegó él. Ahí me estaba esperando. Con nocturnidad y alevosía. Y lo peor de todo, con el paso del tiempo (y de las lluvias, la sal…) se había hecho más grande. Está en el punto crítico en que, para esquivarlo, has de meterte un poco o un mucho por el carril contrario. No se puede pasar entre las ruedas porque no existe arcén en el lado derecho. Por el contrario, hay una especie de fauna dispuesta a comerse la pintura del coche y dejarte unos preciosos arañazos en el lateral. Lo suyo es pasarlo por la izquierda invadiendo el sentido contrario.
Mala suerte para mí. Mira que a esas horas (tampoco se asusten que el día acababa de empezar, pongámosle la una de la madrugada) no pasa ni Dios. Pero ahí está la famosa Ley de Murphy (esta puede resumirse a que si algo puede salir mal, saldrá mal). Justo a la altura del Gran Bache pasaba un coche por el carril contrario, vamos por el suyo. En esos momentos, mi mente funcionaba a la velocidad que la de un piloto de Fórmula 1 “¿El coche o el hoyo? ¿El hoyo o el coche?” Escogí el hoyo. Si hubiera escogido el coche me habría salido más barato.
Así empezó todo. “Clonc”. Me dolió como si me hubieran dado un bofetón en la cara y no es una exageración. Los que tengan cariño y aprecio a sus vehículos sabrán a qué me refiero. Esta vez fue seguido de un “joder”, un “me cago en…” y unas cuantas palabras peores. No me dio tiempo a más. Cuando me di cuenta de que el segundo socavón se me venía encima. Este sí que le pude esquivar porque no venía un coche en otra dirección. Menos mal. Lo primero que pensé, pasados los momentos en que sólo reaccionas, como si fueras un Marine en Vietnam, es que había pinchado la rueda. Pero como el coche parecía que circulaba bien, al menos los primeros 15 segundos, llegué a pensar que a lo mejor no había pasado nada. ¡Ay tonta de mí! La que se me venía encima.
En seguida me di cuenta de mi error. Yo le decía que fuera por un sitio y mi coche tenía la manía de tirar hacia el contrario. Tentada estuve de bajar a la M-40 (estaba ya en una rotonda que da acceso a esta vía de circunvalación) y tirar para mi casa. Pero una vocecilla me dijo “para, que las llantas son de aleación y podemos liarla muy gorda”. Pues menos mal.
Me salí a una carreterilla y paré. En cuanto bajé y enfilé el lateral volví a blasfemar durante un par de minutos. Ya sé que eso no soluciona nada pero relaja bastante. Pues nada, a cambiar la rueda y rezar porque no fuera más que eso y no estuviera doblado un brazo de la dirección, tocado un guardapolvos o cualquier otra gracia. Aquí es donde empecé a reírme ya y entendamos el verbo reír como “risa histérica que te sale por no ponerte a llorar que llevas rimmel y se te quedan unos churretones feísimos”.
Llamada a mi hermano porque… ¡no sé cambiar una rueda! Sí, llévenme al paredón y fusílenme pero no sé cambiar una rueda. ¿Por qué? Pues porque nadie me ha enseñado que no creo yo que toda la culpa sea mía. Ahora, esta es la última que me pasa y no sólo esto. Sigan, sigan. Mi hermano, como persona que sabe cambiar una rueda y como mecánico que es, me dijo que lo íbamos haciendo por teléfono. Yo hubiera preferido que viniera pero de nuevo la Ley de Murphy. En mi casa hay cuatro coches. Uno, dos, tres y cuatro. Pues uno en el taller, otro en Albacete, otro inmovilizado y el mío “desangrándose” lentamente en aquella carretera.
Tras vaciar el maletero y levantar la tapa de fieltro vi la rueda. No es igual que las demás claro está. Es de esas pequeñajas pero bueno, menos da una piedra. Me puse a tirar de ella y no la sacaba ni haciendo palanca. Si nunca he cambiado una rueda ¿por qué a nadie se le ocurrió decirme que había que girar una llave para que saliera? Que soy lista pero no adivina. Puede que de esta afirmación me arrepienta dentro de unos párrafos.
Viendo que la cosa no iba a ser fácil decidí llamar a alguien que me evitara estar allí hasta las tantas. Tengo un amigo que vive por allí y le llamé, total sabía que estaba levantado. Como buen amigo que es me dijo que tardaría poco en venir. Mientras, me dediqué a preparar la “mesa de operaciones”. Y digo yo, ¿qué haría un médico que no tiene anestesia para operar? Pues no operaría. Siguiendo la analogía. ¿Qué haría una persona que sabe cambiar una rueda sin la llave para quitar los tornillos antirrobo? Pues lo que hice yo. Blasfemar por tercera vez (eso sí, esta vez entre 5 y 10 minutos). Antes de que duden sobre las luces que tengo escuchen la explicación. Dos meses atrás protagonicé una mudanza express en la que alguien tiró la caja donde estaban las tuercas de seguridad. Efectivamente, no me di cuenta hasta que fui a echar mano de ellas. Mala suerte para mí que ya fueran las dos de la mañana y me iba a tocar llamar a la grúa.
Llamé a mi amigo para que se diera la vuelta pero ya estaba llegando. Buscamos las llaves por todo el coche pero nada. Se puso a llover. Maldito Murphy… Tras un buen rato llegó la grúa y decidí llevar el coche a mi casa en lugar de al depósito. Mi amigo se fue a su casa y yo me monté con el gruero (¿esa palabra existe?). Otro momento surrealista. El chico en cuestión muy majete pero ponerte a tirar los trastos a esas horas de la mañana a una chica que se ha ganado el infierno por la de tacos/hora dichos en el último rato no es buena idea. Empezó por cambiar la música, llamarme “tía”, después “niña” y terminó con un cariñoso “corazón”. Por lo menos me llevó a mi casa.
El resto os lo podéis imaginar. Busqué un taller especializado en ruedas ya que no quería que me rompieran las llantas quitando los tornillos antirrobo. Lo encontré y la verdad es que quedé muy contenta. Me comentaron que lo primero que iban a intentar era soldar otro tornillo encima y quitarlos así. No fue posible y se deshicieron de ellos a base de golpes, eso sí, sin romper las llantas. Pero como no podía salir todo bien, al quitar el neumático descubrieron que la llanta estaba doblada. Arreglarla era un jaleo y como pago un seguro a todo riesgo que las cubre pues a cambiarla.
La gracia os la podéis imaginar. Entre unas cosas y otras casi 600 €. Eso sí, el seguro corrió con los gastos de las grúas, la llanta y la mano de obra así que pasado un cierto tiempo y tras mucho pelear me han devuelto 250 €. De nuevo, menos da una piedra. El mecánico me dio las nuevas tuercas antirrobo y, además, una referencia por si se me perdían. Eso no va a poder pasar porque la he hecho un agujerito y la llevo colgada al cuello como si fuera un cencerro.
Bromas a parte. He aprendido varias cosas de esta experiencia. La primera es que no hay que perder de vista las famosas tuercas antirrobo. La segunda, que los seguros a todo riesgo llevan un nombre que no les corresponde porque digo yo, si son a todo riesgo, ¿me protegen contra mí misma? Creo que no. Habrá que replantearse el tema. La tercera es que la Administración pasa totalmente de correr con los gastos de estos siniestros. Me puse en contacto con ellos para ver cómo podía hacer para denunciarlo pero me pusieron mil trabas. Al final, una señorita muy amable me dio a entender que como había llovido tanto recurrirían a eso para no correr con los gastos de la reparación y que me ahorrara mi tiempo y mi dinero (que para denunciar hay que tenerlo) y lo dejara correr.
A los tres días pasé de nuevo por la carretera. Habían colocado varios conos dentro del socavón para que no les pasara lo mismo que a mí a otros conductores.
A la luz del día vi varios tapacubos esparcidos por las cercanías. No fui la única. Semanas después, la carretera ha sido arreglada. Habrá que ver si tenemos un 2011 tan lluvioso como el año que llevamos en qué condiciones se encuentra. Eso sí, a mí no me pillan de nuevo porque ya llevo mis tuercas. 😉
Patrizia del Valle y Kas
Nota de los autores del blog. Proponemos a Tráfico una nueva señal, acorde con las que han colocado en tramos con «concentración de accidentes»:
Celedonio y Cogolludo