Pues sí, sufridos lectores de este blog. He vuelto de la presentación del Lexus LFA. Ese coche que aún no se ha empezado a fabricar y que ya nadie puede comprar, porque ya están las 500 unidades que Lexus va a construir asignadas.
La presentación ha sido el Goodwood, Inglaterra. Es un lugar ligado desde mediados del siglo anterior a las competiciones de motor. El circuito tiene unos 4 km de largo, escapatorias inexistentes y un trazado que me ha parecido muy divertido si hubiese habido más coches en pista 🙂
Tras un pequeño briefing —y después de firmar los papeles en los que todo el mundo se exime de responsabilidad si me pego un tortazo— pase al vestuario donde Lexus había dejado botas y monos de diversas tallas. Las botas bien, el mono no. Si metía las piernas no entraban los brazos y si metía los brazos no entraban las piernas. Afortunadamente, por aquello del mal de muchos consuelo de tontos, el sueco (creo) que estaba cambiándose a mi lado tuvo el mismo problema.
Así que con mis vaqueros y camiseta fui del vestuario al pit-lane, donde conocí al que sería mi instructor, David (Deivid para los amigos) Antes de conducir el LFA íbamos a dar unas vueltas de reconocimiento con un IS F. Las dos primeras con Deivid al volante, las otras dos con él de copiloto. Siempre es un placer que alguien que sabe conducir te enseñe a hacer bien las cosas o al menos a hacerlas lo menos mal posible y Deivid, al que no pregunté en qué competía, me dio muy buenas instrucciones.
Saliendo de boxes se llega al final de la recta de meta, que termina con una curva a derechas, larga, que se traza por mitad de la pista, en tercera, de la cual se sale acelerando a fondo para meter cuarta y llegar a otra curva a derechas en la que Deivid insistió mucho que la tomase ahuecando, sin frenar. No sé porqué le hice caso, creo que se podía pasar acelerando. Lo cierto es que fui obediente y así lo hice en todas las vueltas. De ahí se llega a otra curva, también a derechas, en la que el punto de frenada quedaba oculto por un cambio de rasante. Se toma en tercera, como la curva que hay luego a izquierdas.
De ahí se llega a una curva lenta a derechas para enfilar, acelerando a fondo, dos curvas, izquierda, derecha, que se toman por el medio como si fuesen una larga recta. En este tramo es donde se alcanzaba la mayor velocidad —en mi caso llegué a ver hasta 249 km/h— para terminar frenando muy fuerte, y con el coche recto si no se quiere vivir más emociones de la necesarias, ya que hay una curva a derechas que se toma bajando dos marchas. Con la tercera engranada se llega a la chicane que hay hecha con neumáticos al principio de la recta de meta y que se pasa en segunda velocidad.
Tras las dos vueltas al volante llego el turno de subirme en el LFA. Había uno blanco y otro rojo, me toco el primero. Las dos unidades eran tratadas con exquisito mimo por la gente de la organización, no puede ser de otra forma con un coche que tiene un precio de unos 70 millones pesetas.
Me intento acomodar. Imposible, mi 1,94 de estatura más el casco hacen imposible que me siente correctamente. Tengo que reclinar el respaldo más de lo que me gustaría y, a pesar de eso, el casco me queda encajonado contra el techo, con la cabeza ligeramente torcida hacia la derecha.
Me explican los cuatro modos seleccionables de funcionamiento —Auto, Normal, Sport y Wet— que modifican también el aspecto del cuadro de instrumentos; grabé con la cámara de fotos un vídeo, sale tras este párrafo, mientras esperaba a que mirasen algo en el coche; la calidad es muy mala pero algo se ve (en este otro vídeo que he encontrado en youtube se ve mucho mejor).
Para poner punto muerto hay que tirar de las dos levas simultáneamente. Meto primera y empiezo a avanzar por la calle de bóxes con toda la precaución del mundo. Me detengo en el semáforo, que está rojo, esperando a que me permitan salir a pista.
Por fin se enciende el verde. Arranco y a los pocos metros meto segunda sin apurar mucho el motor. La primera vuelta es de tanteo. En alguna ocasión el motor me sorprende por lo rápido que sube de vueltas y llega al corte antes de darme cuenta. Cuando eso sucede, el cambio pasa a una marcha superior él solo.
Al finalizar la primera vuelta tengo que parar en boxes para que revisen la presión de los neumáticos y comprueben que todo va bien. Tras hacerlo, regreso a la pista.
Creo que nunca he conducido un coche en circuito arriesgando tan poquito. En cada curva (o casi) podía haber frenado considerablemente más tarde y algo más fuerte. La precaución no era tanto por mi integridad física sino por lo que cuesta el coche, 415.000 €. Son 415.000 razones por las que ser precavido.
En total dí unas 8 vueltas. Suficiente para pasármelo como un enano e insuficientes para lo que me pedía el cuerpo cuando llegaba a la última. Me habría quedado un ratillo más, aprovechando que se me estaba pasando la prudentitis. Supongo que por eso mismo la organización no nos dejaba dar más vueltas 😉
En el siguiente vídeo tenéis una grabación desde el interior del coche. Corresponden a la primera y a la última vuelta. Lexus nos sorprendió con un sistema de grabación en los coches. Espero que sirva para que os pongáis un poco en mi pellejo y disfrutéis casi como yo 🙂
Alfonso Herrero