Hoy (por ayer, miércoles) me he bajado de un coche de más de 90.000 € y he cogido otro de unos 15.000 €. El de precio más alto era amplio, rápido, cómodo y tenía multitud de pijadas de esas que a mí me suelen gustar. El de precio más bajo tiene un motor tirando a desagradable, es mucho más pequeño —por dentro y, sobre todo, por fuera— y con el único elemento de equipamiento con el que puedo entretenerme es regulando la temperatura del aire acondicionado. 75.000 € de diferencia, ahí es nada, tienen la culpa. Mejor dicho, sí es algo, exactamente seis algos. Por el precio del caro es posible comprar seis del barato, uno de cada color (rojo corrida, azul turquesa comomicorsa, ziritrione y el negro apagado serían cuatro de mis elegidos, sin duda).
Nada más iniciar la marcha con el barato, se me ha calado, no sé si por culpa de que el motor tiene la mitad de cilindros que el otro o porque he olvidado embragar tras llevar casi dos meses conduciendo coches automáticos (aunque llevo 16 años llevando coches manuales y automáticos, indistintamente). Da igual. Lo he calado. Y luego casi no subo la rampa del garaje, esta vez sí ha sido culpa de los tres cilindros y su poca pitera.
Pero ¡qué tranquilidad! adiós a las miradas de envidia y/o desafiantes en los semáforos, al miedo a que te lo roben, al cuidado para no rozarlo en el garaje porque cabe sólo un dedo entre la clembuterada carrocería y la columna, a que llame poderosamente la atención de los rayacoches que pueblan España (bueno, realmente de esta subespecie no se libra ni un Suzuki Alto, que es el turismo más barato que se vende en España según el buscador de km77.com).
Seguro que durante la próxima semana echo en falta el climatizador automático, el sistema de apertura sin llave, el cambio automático…pero ¡qué tranquilidad!.
O eso espero.
Alfonso Herrero