Tradicionalmente, los fabricantes de coches han tenido en cuenta dos cosas a la hora de poner precio a sus productos: la potencia y el tamaño. Siempre comparando vehículos de categorías similares, se entiende.

Con la llegada de los coches eléctricos el binomio potencia + tamaño sigue siendo un estándar habitual a la hora de situar los modelos en el listado de precios. Sin embargo, creo que cada vez tiene menor valor conceder tanta importancia a la cifra de caballos o kW. Dotar a un vehículo de una potencia elevada es menos desafiante que ofrecer una gran autonomía (creo).

Desde que pruebo coches eléctricos, quien me pregunta por ellos desea saber principalmente tres cosas: ¿Cuánto cuesta? ¿Cuánta potencia tiene? ¿Autonomía real?. La segunda cuestión no siempre se da, depende del coche en particular. La que no falla nunca es la tercera, que incluso es la base de muchas conversaciones sobre vehículos eléctricos.

A día de hoy, la autonomía puede ser el bien más preciado en un coche eléctrico, muy por encima de la potencia, que no vale casi de nada, una vez cumplidos unos mínimos. La potencia excesiva nunca se ha podido utilizar de forma prolongada. Sin embargo, es precisamente ahora, que disponemos de los coches más veloces que ha habido jamás (muchos de ellos eléctricos) cuando “correr” está peor visto y más perseguido.. Y tiene pinta de que va a ir a peor (o a mejor, según quien lo juzgue).

En un eléctrico urbano pequeño (y, por lo tanto, supuestamente económico), una autonomía modesta puede ser la solución más adecuada (aunque no la más deseada, porque a casi nadie le importaría tener un smart fortwo o un Mii Electric de 500 kilómetros reales entre recargas si eso fuera técnicamente posible por un pequeño incremento en el precio) para la mayor parte de los casos. Pero en un coche de lujo y grande, que no está diseñado para la ciudad sino para la carretera, la autonomía toma una relevancia notable. Sobre todo si el precio de adquisición es muy elevado. Si yo estuviera en la tesitura de comprar un eléctrico de lujo, la autonomía sería muy posiblemente el primer motivo para elegir uno u otro.

Hace unas semanas probé un Audi RS e-tron GT de 646 CV, con 472 kilómetros de autonomía WLTP y cuyo precio es 145 650 euros. En condiciones reales, en verano y con un uso moderado del aire acondicionado, un dato realista son 350 kilómetros. En invierno, con frecuentes arranques en frío, quizá no llegue a 300 kilómetros de autonomía utilizando la carga total de la batería en desplazamientos que no sean desfavorables. Es un coche eléctrico de consumo más bien elevado que consigue una autonomía similar a otros de una tercera parte de su precio.

Eso no significa que 300 – 350 kilómetros sean insuficientes para todo el mundo. Yo usé el RS e-tron para hacer viajes de 250 kilómetros y tuve acceso a una toma de corriente de 11 kW que me sirvió para recargar la batería durante la noche por un precio de sólo 4,9 euros (recarga + párking incluido hasta 24 horas de estancia, vamos, un chollo: no es lo habitual). La experiencia de viajar en el RS e-tron GT fue muy buena en ese desplazamiento concreto. Pero también hay viajes más largos.


Un coche de lujo, con todo el equipamiento disponible hoy en día, con un rodar majestuoso en autopista, con interior silencioso, con una potencia que pone a prueba tus reflejos, no me parece un producto redondo si no permite hacer muchos viajes habituales con tranquilidad en un país como es España (con pocos puntos de recarga de alta potencia en carretera). El Mercedes-Benz EQS llega hasta 741 kilómetros de autonomía WLTP, un dato bastante más razonable. El lujo es perder el menor tiempo posible en ruta y dedicarlo a otras cosas, si el objetivo no es tanto el viaje en sí mismo como llegar al destino.