(Viene de aquí)
Hace ya ocho días que salimos de Madrid. Desde que desembarcamos en Civitavecchia, han pasado unas cuantas cosas. Esa primera noche en tierras italianas no transcurrió de forma idílica. El barco llegó con algo de retraso al puerto y, finalmente, sobre la una de la mañana, nuestras motos pisaron tierra.

En un primer momento, dedicamos algo de tiempo a buscar algún sitio tranquilo para poner las tiendas de campaña y descansar unas cuantas horas, pero no encontramos nada apropiado. Seguimos deambulando por esa localidad, que a esa hora ya estaba desierta. Preguntamos en un hotel, pero el precio de la habitación nos parecía excesivo, casi disuasorio, para dormir no más de cinco horas. Eran ya las tres o cuatro de la mañana y decidimos regresar a la terminal de ferris, donde dormitamos hasta que se hizo de día.
Matera
Nuestra meta durante esta nueva jornada era ir hacia el sureste de Italia por carretera, concretamente hacia la localidad de Matera, con la única condición de no circular por autopistas. Tras una larga jornada en moto, descansamos bien y dedicamos la mañana del día siguiente a visitar este pueblo donde se tomaron algunas imágenes de la película Sin tiempo para morir. Es un sitio impresionante, quizá de los pueblos más bonitos que hayamos visto.

Lo más significativo de la ciudad antigua de Matera son los Sassi (un montón de viviendas excavadas en la roca, según parece, de origen prehistórico) y su multitud de rincones con encanto. También aprovechamos para hacer una pequeña caminata por la montaña, para estirar un poco las piernas y ver la ciudad antigua desde otro punto de vista.
Por la tarde, nos montamos en las motos para ir hacia Bríndisi, donde nos embarcamos en el ferri nocturno hacia Igoumenitsa. Despedimos Italia a bordo con una cena hecha en nuestro hornillo, acompañada de una botella de vino espumoso del país. En la sala de poltronas, naturalmente.
Primeros kilómetros en Grecia
Fuimos los últimos en desembarcar del ferry en Igoumenitsa, justo detrás de dos chavales franceses que viajan en motos mucho más sencillas que las nuestras. Nuestro equipaje no es nada al lado del suyo: una de las motos tiene instalado un capazo de bebé en el que llevan al perro, que no es enorme, pero tampoco pequeño, precisamente. El bicho se ha adaptado perfectamente a su vida motera, casi mejor que nosotros.
Salimos de la terminal, fuimos a buscar algo de desayuno en el pueblo y, ya desde las primeras interacciones, nos quedamos encantados con lo simpáticos que son los griegos. Por regla general, sienten curiosidad por nuestro viaje, agradecen que hayamos decidido visitar su país y tratan de ayudarnos siempre que pueden.

Con las cámaras de acción listas para grabar, nos lanzamos a recorrer el norte de Grecia siguiendo la ruta TET (Trans Euro Trail). El TET ha sido una revolución para los que disfrutamos de montar en moto por el campo y preferimos viajar por zonas rurales. Se trata de una red de caminos que abarca la mayor parte de los países de Europa, por los que se puede transitar legalmente y que han sido elegidos cuidadosamente por entusiastas locales. Solo en Grecia hay casi 4.000 km de ruta que permiten descubrir casi todos los rincones del país.

Durante tres días hemos viajado lentamente hacia el este (aunque dando muchas vueltas), cerca de la frontera con Albania, por la zona norte de los montes Pindos. Hemos descubierto una Grecia que no imaginábamos: frondosa, verde, húmeda y aislada; hábitat de osos y lobos. Nada que ver con las famosas islas del sur, repletas de turismo en verano. Estos días ha hecho frío y nos ha llovido mucho, pero los paisajes que hemos visto (montañas nevadas y bosques) y la experiencia vivida lo han compensado con creces. A pesar de toda la lluvia, por lo general hemos circulado bien por el campo, ya que el terreno es rocoso, aunque también hemos encontrado alguna zona con el firme blando.

La primera noche la pasamos en un pueblo diminuto llamado Keramitsa. Pasábamos por allí, tras dejar atrás el barro, con la intención de comprar algo de agua para la noche. El único establecimiento abierto del pueblo era una especie de bar-salón con una estufa de leña en el centro y un montón de mesas alrededor, de las cuales solo un par estaban ocupadas, por gente mayor. El jefe del cotarro era el cura de la iglesia que había justo enfrente, al otro lado de la calle, y cuando vio que aún no teníamos un plan para pasar la noche, nos invitó directamente a poner las tiendas de campaña en los soportales de la iglesia, a resguardo de la lluvia. Un sitio que nos pareció espectacular y donde estuvimos muy cómodos.

El siguiente día de campo fue de los que crean afición, con pistas rápidas y algo técnicas, pero no tanto como para ir agobiado con una moto grande y cargada. La lluvia volvió con fuerza y los caminos forestales estaban poco menos que impracticables en algunas secciones. Había mucho barro y charcos que, en algunas ocasiones, llegaban hasta el buje de las ruedas, pero lo pasamos en grande. Nos alegramos de llevar ruedas taqueadas (unas Michelin Anakee Wild), porque de lo contrario hubiéramos tenido más problemas para superar algunas zonas.
A mediodía pasamos por la localidad principal de la zona, que se llama Konitsa. A las afueras hay un puente de arco de 40 metros de altura que cruza el río Aoos. Es uno de los más altos de los Balcanes.

Más tarde, cuando la noche empezaba a caer, pasamos por una aldea donde no encontramos a nadie. Como seguía lloviendo, nos refugiamos otra vez en la iglesia (esta vez sin pedir permiso, porque no había a quién pedírselo). Era ya muy tarde cuando vimos que un coche se paraba junto a las motos. Alguien salió de su interior y se puso a fotografiarlas. Extrañados, decidimos salir de la oscuridad y presentarnos. La reacción de George y Grisalba fue de gran entusiasmo, ya que nunca antes habían visto turistas en ese pueblo y estaban encantados con nuestra presencia. Nos dijeron que nos invitarían a desayunar a la mañana siguiente.

Y así fue. A las nueve en punto vimos aparecer a George con una bandeja con café humeante, leche, zumos, panecillos rellenos, bocadillos y huevos duros. Desayunamos los cuatro juntos, mientras George nos contaba las peculiaridades de la vida en un sitio tan remoto. Ambos retirados, él militar y ella enfermera, están construyendo una casa en unos terrenos familiares, junto con la ayuda de unos albaneses que cruzan cada día la frontera para venir a trabajar. Antes de salir aprovechamos a hacer algunos ajustes menores en las motos.

Meteora
La tercera tarde en Grecia llegamos a Meteora, una formación rocosa muy espectacular que alberga un complejo de monasterios ortodoxos colgados en las alturas. Es un lugar turístico, así que aprovechamos para dormir en un albergue y darnos una ducha, que ya venía haciendo falta. La mañana siguiente anduvimos hasta uno de los monasterios y luego recorrimos la zona con las motos, antes de partir rumbo al este, hacia el monte Olimpo.

La lluvia y el frío nos siguen acompañando. Por suerte, hemos encontrado un refugio en el bosque para pasar la noche, y donde hemos escrito este texto. La madera con la que está construido desprende un olor que ayuda a que todo sea más reconfortante después de estar todo el día a la intemperie. Mañana, la previsión meteorológica mejora y esperamos poder disfrutar mejor de las vistas, pues a un lado tenemos el monte Olimpo y, al otro, el mar Egeo.
Carlos y Quique

Vamooooos!!
Tengo ganas de hacerme motero con solo leer vuestras peripecias. Seguid narrándolas, porfa, que os leo con entusiasmo.
Un fuerte abrazo.
Ahh, no hay nada como viajar en moto a lo largo de los territorios. Nosotros en los 90 plantamos la tienda, desde Barcelona en un par de K75, en las Hébridas exteriores, llevando hasta nuestra tabla de cortar jamón (y una paletilla). Y esa zona a la que vais…Ruta de la seda, Kipling. Desde que fui a la North-West Frontier que me han quedado ganas de patear por ahí. Que tengáis mucha suerte, aventuras y disfrute no os faltarán y a más buena gente conoceréis que manguis repeleréis. Os sigo y os leo.
Ánimo en vuestro periplo. Os seguiremos por aquí.