Lo recordaba hoy por la noche en la cena: acaso uno de los sucesos que más hayan marcado mi existencia.
Sucedió en un amablemente soleado final de verano de la elegante San Sebastián, de esos tan bonitos de jersey por la tarde. Era el 2006 posiblemente.
San Sebastián en verano se llena de gente extranjera, conocedora del secreto de la buena vida buscando un clima amable y la relajada afabilidad del disfrute paciente y relajado del norte.
Caminaba junto a la playa y me topé con ellos: eran cuatro ángeles vestidos de blanco. Dos chicos y dos chicas. Franceses, parecía, recién los dieciocho, no tendrían más. De cabellos dorados como el sol, guapos todos, imberbes ellos, ellas también, de tez de porcelana los cuatro. Senos turgentes, aún desafiando a la gravedad y no vencidos por ella. Todos vestían prendas de impoluto algodón blanco que realzaban figuras perfectas, distinguidas, elegantes en sus movimientos. Sus mechones eran mecidos por la brisa del norte.
Coño, tú.
Me fui a comprar una ropa igual, caminé sin descanso y encontré lo que buscaba y corriendo, regresé a probarme la ropa, quería igualarme a la perfección angélica.
Sólo me faltaba el puto acordeón.
Como Chanquete.
Como Antonio Ferrandis en la teleserie esa ñoña «Verano Azul» con la panza y el acordeón.
Joder, pero qué disgusto.
Escondí la ropa, nunca he vuelto a abrir aquel cofre que guarda el secreto de mi frustración.
Qué ridículo, coño.
Que lo de siempre, que ya está este que no se sabe de lo que habla -para mí que fuma cosas raras- que yo he entrado aquí para leer sobre el Tesla y a mí esto qué narices me importa.
Va. Pues que yo, que siempre he sido un defensor del automovilismo, que he conducido y probado muchos coches, soy piloto e instructor de pilotos, y que adoro todo lo que se alimente de gasolina y tenga pistones he visto la luz una mañana del mes de Junio en Bruselas.
Me tuve que ir a Bruselas a probarlo porque ni los californianos de Tesla están implantados en España ni parece que ello esté en su lista de prioridades. Especulan algunos que tal es así porque el dominio Tesla.es está usurpado y llaman a la liberación del sufijo como el que clama por liberar a Willy. No creo que sea así porque más allá de que Tesla no opere con sufijos nacionales (que no es poca razón) un expediente de recuperación de dominio no tarda mucho. La consecuencia es que quien quiera comprarse un Tesla, tendrá que viajar al extranjero para ello, ¿y por qué lo haría uno?.
Pues porque el Tesla son los cuatro ángeles blancos de San Sebastián, blancos e inmaculados. Estamos habituados a que los coches tengan, claro, tubos de escape, algunos hasta presumen de tener cuatro salidas y las muestran orgullosas. Pero como los gases son invisibles, no nos damos cuenta de que lo que sale por esos tubos son gases tóxicos, perjudiciales, que nos envenenan, contaminan nuestro medio ambiente, matan patitos. Cuá. Plóf.
La costumbre nos ha hecho ver normal alimentar la necesidad de transporte de residuos y deshechos y su combustión genera un daño que aceptamos resignados y enfermos. La inercia nos ha hecho ver como aceptable y lógico que esas máquinas complejas que conducimos, con más de 200 piezas móviles y una ridícula eficiencia energética del 35% son positivas; plataformas viejas y chirriantes llenas de líquidos refrigerantes y aceites también tóxicos de difícil reciclado; coches que irradian 100 grados de temperatura por coche, y multipliquen radiadores por cada coche en las ciudades, todos ellos irradiando entre 90 y 100 grados de temperatura. Coches cuyo nivel de desgaste hace difícil superar los 150.000 kilómetros sin haberse gastado un dineral en reparaciones. Cacharros que emiten contaminación acústica, ruido, sonido, como quieran, algunos más agradables que otros, pero todos sonoros y perturbadores, y por ello que el ruido sea a la calma lo que la cultura es a Telecinco.
Conduciendo un coche de combustión interna me siento como Chanquete en Verano Azul.
Y luego están ellos, los ángeles de San Sebastián; suaves, blancos. Se mueven sin ruido, no producen sonido alguno, no tienen cajas de cambio, ni vibran. Pero ¿ello quiere decir que son aburridos?.
Los ángeles de San Sebastián, en concreto, no sé si se excitarán o no, ni si resultarían excitantes, pero los tres coches eléctricos que he llevado, sí; por orden de potencia: Renault Twizy, BMW i3 y Tesla Model S P85+.
Simplificando las cosas, la aceleración de un coche de combustión interna depende de su potencia, su régimen de giro y de la marcha engranada en el momento de pedirle la aceleración y de la velocidad en el cambio de los engranajes si la aceleración abarca un rango que precisa de distintas relaciones de cambio.
Un coche eléctrico no. A usted, cuando acciona el interruptor de la luz para iluminar una habitación, la luz no se le enciende poco a poco, aumentando su intensidad hasta conseguir la máxima iluminación pretendida, no. Se ilumina y punto. Pues eso pasa con un coche eléctrico, uno pone el pie en el potenciómetro (pedal) y toda la potencia que sea capaz de desarrollar el motor eléctrico, se la ofrece de inmediato sin reducciones, cambios, retrasos de turbo ni nada. Acelera y se acabó. Y la aceleración resulta mucho más contundente que en un coche, casi el que sea, de combustión interna.
Y no mueren patitos.
¿Y el comportamiento?. Pues pretendiendo o no ser deportivos, el caso es que lo son. En su coche de combustión interna, seguro que bajo una portezuela, delante, detrás o en el centro, tiene una maraña de cables, tubos y cacharros metálicos con piezas que suben y bajan y se menean y giran y hacen ruido, desprenden un calor de narices y además pesan un huevo. En un eléctrico no. El peso de la energía acumulada se reparte entre los dos ejes, paralelo al suelo. Y el motor cabe en una mochila. Sí. En serio.
Verbigracia.
Ya, pero seguro que tengo que andar todo el día con el enchufe a cuestas y que no puedo hacer ni 150 kilómetros, es que ese es el problema de esta tecnología.
Pues no, listo. En el Model S, la autonomía es de 390 kilómetros en la versión 60kwh y de 502 en la versión 85 kwh, la que llevé y que rendía 421 CV. Así que 421 CV con ese reparto de pesos, con el motor (o unidad propulsora) próxima y paralela al suelo, el comportamiento es verdaderamente asombroso. La aceleración es, más que sorprendente, sobrehumana, desconocida, brutal.
Estar al lado de un coche que no desprende calor, gases tóxicos, ruido ni vibración, que acelera mejor que los coches de combustión interna equivalentes al ser su eficiencia energética de un 85%, que es capaz de actualizarse él sólo desde una conexión 3G suministrada y gratuita, es estar ante el futuro deseable, es estar ante los ángeles de San Sebastián, tomando un agua mineral.
Sería muy deseable poder encargar uno, pero Tesla ha de entender que pocos en su sano juicio comprarían un coche en país extranjero siendo que el mantenimiento del mismo, por escaso que éste fuese, habrían de desenvolverlo en el extranjero. Según parece, el centro de mantenimiento más cercano se encuentra en Aix Sant Provence (Francia).
Mientras no se instalen aquí, parece difícil que se produzcan ventas españolas.
Y además, no es feo, aunque eso, vaya en gustos, claro.
Feliz verano.
JM