No se me había olvidado, en absoluto, que le debía una respuesta a “Guillermo” en relación con la controversia que mantuvimos, hace dos meses largos, acerca de diversas cuestiones de aerodinámica, física, métodos de pruebas, etc (la entrada es del 4 de mayo, por si alguien quiere refrescar la memoria). Ha pasado tiempo, quizás demasiado, pero uno no da de sí tanto como para estar en misa y repicar, y el asunto requería un enfoque reposado y meditado. De paso, el tiempo transcurrido me ha servido para decidirme a utilizar la segunda parte de esta entrada en aclarar un tema, estrechamente relacionado con la respuesta a “Guillermo”, y que llevaba ya algún tiempo considerando, pero sin decidirme a enfrentarlo. Los que hayan leído el reciente comentario que le he dedicado a “emprendeitor” hace unos pocos días comprobarán que ambos asuntos están estrechamente relacionados. Pero vamos primero a darle satisfacción a “Guillermo”, tal y como ha reclamado, y no digo que sin razón, en un par de ocasiones. Así que vamos a ello.
Creo que le puntualicé mi opinión sobre cuatro temas concretos a base de argumentos que considero, al menos, bien estructurados. Y todo lo que tiene para contestar es de este tenor: dice que manifiesto “… conocimientos tan envidiables como en su inmensa mayoría irrelevantes respecto a lo que intentas rebatir…” y que “semejante despliegue de medios no haya sido capaz de contradecir ni uno solo de los cuatro apuntes que realicé en mi primer comentario”. Lo que ocurre es que mi “despliegue de medios” eran argumentos (apoyados en conocimientos, qué duda cabe) que ocupaban unas cuantas líneas cada uno de ellos, mientras que lo de no contradecir los suyos nos lo tenemos que creer como artículo de fe, porque es una simple aseveración sin apoyarla en nada más que una frase más o menos sonora, pero vacía.
Y sigue “Guillermo” con la irrelevancia, ahora respecto a cuando le puse un ejemplo de libro sobre los volantes de inercia, diciendo que es “…irrelevante, de nuevo, con respecto a mis comentarios, dado que en ningún momento siquiera los cito (los volantes de inercia, se refiere). Te cedo por ello agradecido mi corona. Mi apunte era respecto al término “masas de inercia”, y de índole exclusivamente semántica, respecto a lo cual nada has comentado”. Pobre, pobrísima defensa desde el punto de vista argumental y dialéctico; es como para echarse a reír. De golpe, un volante-motor no es una “masa” (y supongo que los “batidores de inercia” de los Citroën 2 CV tampoco, ya en este plan); luego nos enteramos de que no estamos hablando de física más o menos elemental, sino de “semántica”, nada menos.
Admito humildemente no tener ni la más remota idea de qué es lo que había que discutir aquí respecto a la semántica del sustantivo “masa” (como no sea desentrañar si de aquí viene o no el origen del apellido del compañero de Alonso en Ferrari), porque yo creí que estábamos hablando de automóviles, unos aparatos con una realidad bastante física. En cuanto al intercambio de coronas, no sé si “Guillermo” (sea nombre real o ficticio) ha caído en la cuenta de que no necesito la suya, porque si bien es cierto que ha habido por ahí unos cuantos reyes con su nombre, no lo es menos que yo ya tengo la mía, y además legendaria, según se relata en la saga de leyendas artúricas. Y no me venga ahora “Guillermo” con su ya comprobada repulsión hacia la ironía, porque por mi parte me parecen mucho más elegantes y civilizados los duelos a florete, donde con un simple “touché” ya basta, que a sablazo limpio. La espada Excalibur está bien donde está, hundida en la roca, y no tengo ningún interés en que venga el mago Merlín para ayudarme a sacarla.
Pero sigamos con el argumentario de “Guillermo”; según él, “…algo chirría en eso de que la resistencia al avance opuesta por el aire se calcula midiendo cuánto tarda el coche en perder velocidad después de haberlo tirado por una rampa. Muy grande se me antojan la rampa y el hangar para hacerlo con un mínimo de precisión”. Hombre, chirriará si no están bien engrasados los rodamientos de las ruedas, porque por lo demás… Le voy a contar algo a “Guillermo”: allá por los años 90 me tiré una semana entera (de lunes a viernes) visitando en Gran Bretaña un amplio muestrario de eso a lo que hace bien poco denominé como la “mal llamada industria auxiliar”: Cosworth, Ricardo, Hawtal-Whiting, Moulton, instalaciones de pruebas de todo tipo como el MIRA y Millbrook; por cierto, era el único periodista español, entre una docena escasa de invitados de toda Europa (o sea, uno por país). Lo que pude ver allí no se lo imaginaría “Guillermo” ni en sueños, puesto que no es capaz de aceptar la existencia de una simple rampa dentro de un hangar de 200 a 300 metros de longitud (no hace falta más, y unas células para cronometrar la pérdida de velocidad).
Pero es que, en la directiva XXX, “…no dice nada de hacer el ensayo en un hangar, sino en una pista al aire libre. Tampoco de dejar el coche caer por una rampa; simplemente de acelerarlo y, llegado el momento, dejarlo rodar en punto muerto”. ¡Toma! y tampoco dice nada de no hacerla en un hangar; ¿no será mucho más exacto que al aire libre, donde siempre puede haber algo de viento, que nos falsee la medición? Eso sí que me parecería poco científico. Y por cierto, dejar caer el coche por una rampa, ¿acaso no es un modo muy eficaz y simple de acelerarlo? Según mis antiguos y vetustos libros de física, parece que sí lo es. No obstante, “Guillermo” no se arredra, y continua con la directiva XXX: “Para la fórmula con la que se realiza esta corrección es necesario conocer la relación entre resistencia aerodinámica y resistencia total, relación que “shall be specified by the vehicle manufacturer”. Sólo para eso se considera la resistencia aerodinámica, pero como cociente entre ella y la total. Cociente que, para más inri, da el fabricante como dato”. ¿Y qué más dará si es como cociente o como participio pasivo?; la cuestión es encontrarla, y de ello se encarga el “vehicle manufacturer”, que es justamente por donde todo empezó; y eso es lo que yo había contado.
La diferencia entre “Guillermo” y yo es que él se tiene que conformar con ir a Wikipedia y sacar un texto, mientras que a mí me lo han contado de primera mano quienes lo hacen, en la caliente y dura realidad. Pero, ya es mala suerte, resulta que el Doctor Ingeniero Joachim Hahn, Director Técnico del HMETC (Hyundai Motors European Technical Center) es el único ingeniero en Europa tan tonto de baba como para tirar un coche por una rampa sin saber por qué ni para qué. En fin, creo que el asunto ahora sí ha quedado cristalinamente claro, como agua de manantial.
Y vamos ya con la segunda parte, que es un tema de fondo acerca del funcionamiento de este blog. Desde el primer momento ya dejé meridianamente claro que soy absolutamente novato en esta faceta de la comunicación, donde ni había escrito, ni participado, ni prácticamente entrado a curiosear, pese a que algunos compañeros me comentaban que mi nombre solía aparecer con cierta frecuencia en las pantallas. Pero el hecho es que mi situación laboral ha cambiado últimamente, y mi disponibilidad profesional también, por lo que finalmente hice caso a los requerimientos de Javier Moltó, que llevaba años insistiendo en que escribiese un blog para Km77, y aquí estoy. Naturalmente, me encontré en terreno desconocido, en el que la inmensa mayoría de los blogueros se movían como pez en el agua, mientras que yo tuve que investigar hasta lo de la ventanilla al final de los comentarios, para poder aportar los míos. Pero como experiencia en el campo de la comunicación sí que tengo, también encontré un par de características muy interesantes, aunque un tanto contradictorias entre sí, a mi modo de ver.
Por una parte, y dentro del marco de una web, un blog y sus comentarios parecía estar considerado (no sé si al mismo nivel que un foro, o quizás algo menos) como un campo de libertad sin límites, abierto a una total libertad de expresión, tanto en los temas como en la extensión y, hasta cierto punto, incluso en la forma de expresarse y de llevar adelante el diálogo, coloquio, polémica, controversia o incluso diatriba. Nada que objetar por mi parte, ya que desde los tiempos de la Universidad, siempre he participado en toda clase de seminarios, cinefórums, aulas abiertas y cualquier tipo de reunión donde imperase la libertad de expresión, el intercambio de ideas, el mutuo enriquecimiento y la utilización de las inofensivas armas de la dialéctica; y donde también aparecían, ciertamente, intentos de adoctrinamiento por parte de quienes creían estar no ya sólo en posesión de la verdad absoluta, sino con derecho a imponérsela a los demás.
Pero la segunda característica que al poco tiempo también descubrí, y lo digo con todo respeto pero con la mayor sinceridad, ya que la diplomacia no es precisamente mi punto fuerte, es que había una especie de leyes no escritas sobre el funcionamiento del mundillo internauta. En muchísimas actividades humanas ocurre lo mismo, y dichas leyes sirven para engrasar y facilitar el buen funcionamiento del día a día de dichas actividades. Ahora bien, una de esas leyes parecía ser, sobre todo en las primeras semanas, que los comunicantes podían decir lo que les viniese en gana, mientras que el titular o conductor del blog tenía que tragarse todo tipo de críticas (especialmente las poco o mal fundadas) y en ocasiones incluso la agresión verbal, so pena de ser considerado un tipo de poco aguante y de muy mal genio. Eso sí, mientras tanto, los comunicantes se ponían entre ellos como no vean dueñas por un quítame allá esas pajas, sin que semejante nivel de agresividad pareciese preocuparle a nadie, o se tomaba como cosa natural.
Así las cosas, “Chandler” (uno de los blogueros habituales y bien documentados) me advertía: “si se va a enfadar cada vez que alguien le critique, se va a enfadar muchas veces”. Su error, o al menos así lo veo yo, es que a mí no me enfada en absoluto una crítica, sino el hecho de que, básicamente, esté poco o mal fundamentada, como ya he dicho, y también la falta de corrección cuando roza lo personal. A este respecto, me resulta curioso que algunos blogueros hayan reaccionado airadamente cuando, en el intercambio dialéctico, he recurrido a la ironía o al humor más o menos inglés, tomándoselo muy a mal; parece como si prefiriesen el muy directo y celtibérico insulto, camino por el que, por supuesto, no voy a entrar nunca.
Así las cosas, el bloguero “Ayatolah” también me hacía otra recomendación, de signo más bien opuesto: “Le voy a pedir un favor: No entre en la polémica y caiga en el combate cuerpo a cuerpo, no es lo que usted merece. Internet y los blog son así, y permiten arrojar la piedra y esconder la mano… Sea como sea, no debería ni contestar a los que critican por criticar; hay mucha más gente que le conoce y que disfruta de su trabajo de lo que usted cree, y las estupideces de otros no van a cambiar eso… Llevo años leyéndole, sobre todo en revistas clásicas (por no decir viejas) y en páginas web sobre clásicos españoles (PieldeToro, por ejemplo) donde una gran parte de los análisis son extraídos directamente de sus reportajes”. En esta situación, ¿a quién hacer caso? Yo no tengo muy claro si el compromiso del titular de un blog incluye la obligación de reentrar y hacer comentarios, o simplemente hacer la siguiente entrada, y aquí paz y después gloria; es algo que ni siquiera he consultado con Javier Moltó. Pero, y aún a riesgo de no hacer caso al bienintencionado consejo de “Ayatolah”, he elegido el camino de seguir participando en cada entrada, con el resultado de que acabo escribiendo más en los comentarios que en la propia entrada. Pero mi criterio personal, y mi convencimiento de que el enriquecimiento mutuo viene de este contraste, o coincidencia de opiniones, me han llevado a esta conclusión, como a estas alturas bien saben los seguidores de este blog.
Otra de las leyes no escritas, o simplemente un aspecto que me pareció que estaba sobreentendido entre los blogueros veteranos, es que el campo de los comentarios a los diversos blogs de la web era una especie no diré de monopolio, ni tan siquiera de coto cerrado, sino más bien una reserva de caza en la que tenían una licencia especial los veteranos bien establecidos, esos que ya he dicho que antes que entre ellos a veces se tiran a matar. A algunos de ellos me pareció que les produjo cierto “shock” la aparición de alguien como yo, por una parte absolutamente virginal en el campo internáutico, y por otra, con una larga ejecutoria profesional en el campo del periodismo de papel, como bien conocían varios de ellos, y bastantes otros blogueros.
Creo que hay, por lo menos, del orden de docena y media de participantes asiduos que tienen una muy alta cualificación en conocimientos automovilísticos, ya sean puramente técnicos, históricos o comerciales. Y entre ellos, es posible que disfruten peleándose (en el mejor sentido de la palabra, no se me malinterprete) por establecer eso que los británicos denominan un “pecking order” (orden de picoteo), a semejanza de lo que ocurre en los corrales de gallináceas, donde los gallos, y por debajo de ellos los pollos más fuertes, van estableciendo un orden que se reconoce por quien tiene derecho a picotearle en la cresta y el cuello a los que están por debajo de cada cual. Algo muy parecido a eso que jugábamos de pequeños (al menos en mis tiempos), llamado “el rey de la montaña”, consistente en que alguien se subía a un montículo y los demás intentaban echarle a empujones y ponerse ellos.
Nada tengo a favor ni en contra de estos juegos, a condición de que no se me haga participar en ellos. Porque la diferencia entre el resto de participantes en el blog y yo radica en que yo soy un profesional, que ha hecho de la comunicación en el campo automovilístico su “modus vivendi” y fuente de ingresos (lo cual no le ha llevado muy lejos en el terreno económico, lamentablemente), mientras que los demás son eso que los británicos han tomado de los franceses, diciendo ambos “amateur”, y los italianos llaman “dilettante”. Esta última acepción ha tomado entre nosotros, y no sé por qué, un cierto sentido peyorativo que no pretendo en absoluto atribuir a los comentaristas del blog, ni mucho menos; es una palabra preciosa, y tremendamente eufónica, como tantas otras de ese bonito idioma, y significa exactamente lo mismo que amateur: el que ama o se deleita con algo.
Por lo tanto, yo también soy un amateur o dilettante del automóvil, lo mismo que varios de los blogueros son profesionales del mismo en algún apartado técnico o comercial, pero soy el único en este blog (salvo que haya por ahí algún colega emboscado bajo seudónimo) que es profesional de la comunicación del automóvil. Quiero dejar bien sentada otra aclaración: ser profesional no le hace a uno ser necesariamente mejor, ni más enterado, ni más amante de automóvil (aunque en esto último lo más que le concedo a nadie es el empate); simplemente enfocamos la participación en el blog desde presupuestos distintos, aunque todos seamos aficionados y usuarios de este artilugio. Yo estoy moral, incluso más que contractualmente, obligado a lanzar del orden de dos entradas por semana (un tema variado y una prueba, por el momento), mientras que el bloguero puede participar o no, a su libre albedrío.
Por otra parte, tal y como he dicho antes, no tengo el menor interés en participar en la lucha del “pecking order” ni en asaltar la cucaña del “rey de la montaña”; a estas alturas de mi ejecutoria profesional, tengo demostrado casi todo (siempre hay que dejar algún resquicio) lo que soy capaz de dar de mí, y participo como conductor del blog por el gusto de hacer algo nuevo, por profesionalidad y porque me permite hablar y comentar temas del automóvil con más extensión y libertad que en el terreno acotado y constreñido por el espacio del periodismo de papel. Pero en absoluto voy a pretender ahora ganar los laureles que no haya conseguido antes; y por ello no hice caso al consejo de “Ayatolah” y sigo metiendo comentarios en las entradas de mi propio blog, sin más interés que contribuir al mutuo enriquecimiento de conocimientos sobre el tema en cuestión. Me conformo con que llegue algún comentario como el que, hace ya semanas, envió el bloguero Gustavo Fdez: “He abierto un blog sobre coches, he leído un extenso pero interesante artículo. Perfecto. Perfecto sobre todo porque, al terminar, me queda la sensación de haber aprendido varias cosas: mecánica, objetividad, exhaustividad a la hora de trabajar, ingenio y otras actitudes que se leen entre líneas”. Alguien a quien le ha gustado el fondo y la forma, gracias.
Un anteúltimo aspecto es el que surgió, sobre todo en los primeros meses de este blog, respecto a lo de la veteranía y el principio de autoridad; nuevamente citaré un comentario de Chandler: “no digo que no tenga razón, pero el argumento “llevo X años haciendo mi trabajo” no significa que lo haga bien”; dicho así, es una afirmación irrebatible. Pero la cuestión es si Chandler (o el lector genérico del blog) cree que llevo X años haciéndolo razonablemente bien; lo cual me conferiría, al menos yo lo creo así, el principio de credibilidad. A estas alturas de la película no me voy a estar examinando cada día para ver si doy la talla; me podré equivocar, como todo el mundo (o más, o menos), pero mi terreno creo que ya lo tengo marcado. De lo contrario, ocurren cosas tan chuscas como la de ese arrogante comentarista que, supongo sin conocerme ni poco, ni mucho, ni nada, me acusa de no tener ni idea de lo que es la marca Lotus ni de qué clase de automóvil es el Lotus Seven. Y para que vea Chandler, le he contestado, y sin enfadarme, incluso partiéndome de risa por dentro.
Pero sobre lo de la autoridad voy a poner un ejemplo; no conmigo como protagonista, pero sí utilizando como tal a un viejo conocido: Dennis Noyes, periodista y comentarista de TV en el terreno deportivo de la motocicleta; conozco a Dennis desde hace décadas, cuando él escribía en “Motociclismo” y yo en “Autopista”, y teníamos la redacción en Isaac Peral, en Moncloa. Ya por entonces vivía en Miraflores de la Sierra, y todavía no se había ni siquiera imaginado que llegaría a ser el padre de Kenny, el piloto de Moto2 del equipo de Antonio Banderas. Recuerdo cómo me contaba la travesía de Estados Unidos, más o menos por la mítica Ruta 66, en un coche conducido por su padre.
Supongo que buena parte de los blogueros son también aficionados a las motos, y aquí llego a mi argumento: ¿no se nota, cuando habla Dennis, hasta hace una temporada de Superbikes, y por fortuna en ésta ya de MotoGP, que aporta un saber, una capacidad analítica, y un “estar enterado” que le confieren un “plus” especial a sus comentarios?. Pues a eso le llamo yo principio de autoridad, de credibilidad o de lo que Vds quieran, pero creo que todos sabemos lo que quiero decir. Por supuesto que Dennis, en su perfecto castellano todavía con un toque yanqui en la pronunciación, se equivocará alguna vez; pero el principio está ahí, y bien que se lo ha ganado. Otro ejemplo, éste ya del automóvil: en alguna ocasión he citado al fallecido y mítico periodista británico Leonard J.K. Setright, conocido y respetado por algunos de los blogueros; pues bien, del bueno de Leonard, en los comentarios que debíamos hacer para justificar nuestro voto en la elección del “Coche del Año”, he leído algunos casi hilarantes.
Es preciso aclarar que él tenía mitificadas, y lo razonaba contra viento y marea, a dos marcas: Honda y Citroën. Cierto año (entre 93 y 95) entraban simultáneamente ya no me acuerdo qué generación del Accord y el Rover 600, que no era sino un Accord camuflado bajo una carrocería, y sobre todo un interior con el típico toque británico: cuero, madera y discretos cromados. Pues bien, el amigo Setright dijo que el Accord era una maravilla y el Rover poco menos que una porquería, por muy británico que fuese. Y otro año muy anterior votó con muy buena puntuación al Citroën Visa, pero dejando muy claro que lo hacía exclusivamente al bicilíndrico, porque los de cuatro cilindros eran unos coches absolutamente banales, por no decir otra cosa (téngase en cuenta que el título es para el coche en su conjunto, y no para motores). Pero Setright era así, y estas “boutades” no impedían que mucha gente lo siguiésemos considerando poco menos que como un oráculo, aunque a veces un tanto “pirado”; porque, a pesar de los pesares, su ejecutoria le había hecho acreedor a un principio de autoridad o respetabilidad.
Otro aspecto que nos diferencia a gran parte de los blogueros y a mí es el tiempo disponible; yo las paso moradas para atender a mis múltiples compromisos profesionales, mientras que, a veces a tan sólo minutos de que la entrada haya sido colgada, ya hay comentarios. Lo cual me llena de satisfacción, pero sobre todo de envidia; yo a veces tengo que dejar pasar días sin abrir los comentarios, porque no doy abasto. Por ello, cuando de nuevo Chandler (hoy está de moda) comentó que no le parecía una pérdida de tiempo hurgar en múltiples archivos para saber si el Vectra con tal motor era de tal o cual año y no de uno antes o dos después, me quedé de piedra, cuando de lo que estábamos tratando era de sus virtudes aerodinámicas y sobre todo de su economía de consumo, que para nada se veía afectada por un par de años de fabricación arriba o abajo.
Esa es otra diferencia entre el enfoque profesional y el del amateur profundo: yo, en aquel caso, iba a la raíz del asunto (aerodinámica y consumo), mientras que a Chandler le parecía muy importante saber el año de fabricación del coche. Enfoque más que respetable y digno de encomio, pero que sobre todo despertó en mí una no sé si sana o insana envidia, por el tiempo disponible para poder llevar a efecto esas investigaciones marginales respecto al núcleo central del asunto.
Otro caso similar, cuando hablé de industria auxiliar: al poco tiempo habían surgido cantidad de comentaristas puntualizando, con gran precisión, muchos más tipos de fusiones y líos comerciales, amén de corrigiendo algún error que yo había deslizado, bien por fallo de memoria o de la documentación recopilada deprisa y corriendo. El aporte de aquellos datos sin duda enriqueció el coloquio, pero a lo que yo apuntaba era a que, en tiempos, íbamos a la tienda de repuestos a pedir unos faros Cibié o unas pastillas de freno Ferodo, pongamos por caso, y ahora nos sirven lo mismo, pero bajo un nombre que hace treinta años era perfectamente desconocido para el automovilista (aunque existiese como corporación y se cotizase en Bolsa por muchos millones).
Justo es decir que hubo un par o tres de comentarios que sí profundizaron en los manejos de estos grandes grupos transnacionales, y en cómo compran y venden las auténticas marcas fabricantes poco menos que como si fuesen cromos. No estoy, en estos casos concretos, ni tan siquiera insinuando que tales digresiones respecto al tema central de la entrada supongan un intento de establecer el antes citado “orden de picoteo”, sino más bien la diferencia de enfoque entre lo nuclear, que el profesional busca por centrar el tema y por control de tiempos, y lo colateral, que aunque también pueda ser muy importante y curioso, entra más en el campo del amateur escrupuloso y perfeccionista. Yo lo soy, por ejemplo, para realizar mis pruebas, en el llenado del depósito, en el control del tiempo, y en el ritmo de conducción; pero considero al blog más bien como una conversación entre aficionados, que debe procurar ser rigurosa, pero sin obsesionarse (al menos por mi parte) en detalles marginales (otra cosa son las anécdotas, antes de que alguien vuelva, como ya hizo alguien, con esa distinción).
Y si alguien, yo en este caso, se equivoca, bienvenida sea la corrección, e incluso lo crítica si el enfoque general de la entrada, o alguna de sus afirmaciones, le parecen inadecuadas al comentarista; pero siempre respetando las formas y admitiendo que pueda haber una contrarréplica, y que incluso en ella pueda haber, si se presta el caso, un punto de ironía. Resumiendo: yo no escribo mis entradas del blog yendo a Google cada cinco minutos; básicamente lo hago de memoria, y sólo en ciertos casos recurro a mi documentación de papel o al contenido de los archivos de mi propio ordenador, y en los más extremos, a Google.
Hay una frase en la argumentación de “Guillermo” a la que se hace referencia al inicio de esta entrada, en la que, de forma involuntaria, resume gran parte de lo que yo he querido explicar aquí; ésta es la cita: “Yo no tengo la suerte de que me inviten a pisar centros de desarrollo de Hyundai/Kia ni Opel”. Ahí le has dado, pero errando el tiro. Es posible, e incluso probable, que el disparador de la frase sea la envidia. Pero la clave del asunto radica en que mis visitas a esos y muchos otros Centros similares, y el hecho de que a él nunca le invitarán, no tienen nada que ver con la suerte; esto no es una tómbola. Se trata, pura y simplemente, de que, para bien o para mal, yo soy un profesional de la información del motor, y él no; y en mi caso, tampoco debo de ser tan malo, porque esas visitas no siempre se las ofrecen a todo el mundo de la profesión, y menos aún cuando son en “petit comité”. Esto es lo que he querido dejar claro: profesionales y amateurs, ni mejores ni peores unos que otros; simplemente distintos. Y por mi parte, repito, sin el menor interés en entrar en competencia por ascender en el “orden de picoteo”. Como decía el de la sillita de ruedas de Lourdes: Virgencita, que me quede como estoy.
Espero que todo este rollo sea interpretado por todo el mundo con la misma buena intención con la que yo lo he escrito; por otra parte, ya he notado en las últimas semanas, más bien meses, que el ambiente está mucho más calmado. Pero como en su tiempo hizo don Pedro Laín Entralgo, tenía ganas de escribir este “Descargo de conciencia”.