El tema de la Seguridad Vial, y muy en concreto los diversos tipos de campañas (oficiales y privadas) que sobre ella se plantean, siempre me ha atraído sobremanera; aunque casi siempre, tras analizarlas, para acabar de mala uva y con acidez de estómago. Ya sé que son multitud los temas en los que ocurre lo mismo, pero cada cual se preocupa especialmente por lo que le resulta más próximo, y para mí en la automoción se reúnen tanto profesión como afición. Y a lo que me refiero que ocurre es que de SV habla gente que no tiene más que un nebuloso conocimiento de lo que de verdad ocurre en el asfalto, otra gente llena de prejuicios y con su conclusión preconcebida digan lo que digan los datos analizados, y otra gente más que se dedica a bucear en aspectos parciales del fenómeno, sin preocuparse de la evidente interrelación que existe con otros aspectos tanto o más importantes.
Simplificando, pero yendo al cogollo del asunto, la Seguridad Vial tiene como objetivo que la gente no se mate al utilizar los medios de automoción terrestre de manejo autónomo y con libertad de trayectoria: automóviles, autobuses, camiones, motocicletas y bicicletas; y por su evidente relación causa/efecto, que no haya víctimas entre los peatones que con ellos comparten, de una u otra forma, las vías de comunicación. Lo primero que debe aceptarse es que el manejo de todos estos vehículos (desde el gran camión articulado hasta la simple bicicleta) es peligroso; no sólo potencialmente, como suele decirse, sino a partir del instante de ponerse en movimiento. Aquí no hay raíles como para el tren o el tranvía, y a los mandos de trayectoria y velocidad van miles, millones de ciudadanos cuya pericia está respaldada por haber aprobado un examen que, aunque mejor planteado en unos países que en otros, todos conocemos hasta qué punto puede garantizar la suficiente capacidad; posteriormente mejorada (o empeorada) por una práctica cuyos vicios quizás nunca les corrija nadie.
Manejar un vehículo (la bicicleta también) es peligroso: para el que lo hace y para todos los que están en un entorno suyo de 0 a 50 metros (y a veces más lejos todavía). Si no admitimos esto, y que la fatal consecuencia es que el accidente acaba por ser inevitable antes o después, es que no hemos entendido nada. No hay peor buenismo, o voluntarismo testarudo, que el de quienes proclaman que “no estaremos satisfechos hasta llegar a los 0 accidentes y 0 muertos”. Que se lo digan a las víctimas del accidente del AVE en Santiago, y eso en un medio guiado por carril y con tropecientas teóricas medidas de seguridad; pero el “factor humano” (el de Graham Greene u otro) acaba apareciendo, para torpedear el adanismo de los soñadores.
De sobra es sabido que en la SV interactúan los tres factores del tráfico: hombre (conductor o peatón), vehículo e infraestructura; pero como aquí no se trata de hacer una tesis doctoral sobre ella, sino de analizar cómo se enfocan las campañas referidas a uno de los tres factores (el humano), dejaremos de lado el vehículo y la infraestructura, pero no sin haberlos citado y dejar constancia de su importancia, también fundamental.
Así que centrándonos en el factor humano que puede dar lugar a un accidente, creo que hay tres causas fundamentales, que luego se subdividen en múltiples subcausas. Estas tres causas básicas son: la impericia o ineptitud técnica, y la incapacidad psicofísica; la distracción, falta de atención o pérdida de concentración puntual en la tarea de conducir (o de circular a pie); y la imprudencia, entendiendo como tal el intento de realizar una maniobra (lícita o ilícita, aquí da igual) sin una más que razonable garantía de completarla con éxito. Dicho de otro modo, las tres causas proceden de: quienes no deberían conducir en ningún caso; quienes tienen un fallo puntual en un momento dado; y quienes voluntariamente tiran por la borda la más elemental prudencia (esto podría ser puntual o poco menos que congénito, en cuyo caso tampoco deberían conducir nunca).
Pues bien, parece ser que 2013 ha sido el año del descubrimiento de la distracción como causa fundamental de los accidentes. Por todo el mundo han ido apareciendo campañas y encuestas relacionadas con lo mismo. Y no es que yo esté en desacuerdo con el diagnóstico; muy al contrario. Creo haber repetido varias veces en este blog que llevo décadas insistiendo en que la distracción, en su más amplio sentido, es para mí el factor número uno de la siniestralidad vial. Lo que me asombra, e incluso me irrita, es que ahora salga gente poco menos que descubriendo este Mediterráneo; y también que, movidos por el ardor mesiánico de los recién convertidos o “zelotes”, se olviden de todo lo demás.
Lo malo de las campañas monotemáticas, al margen de que hacen perder la visión de conjunto, es que son de corta duración; y ya estamos más que acostumbrados a lo del “Día de esto” y “Día de lo otro”, como si todos los días no debieran serlo de todas y cada una de las cosas a las que hay que prestar atención: ya sea el hambre, el cáncer, la SV o el hacer algo de sano ejercicio. Pero no es con la Maratón Popular con lo que se arregla esto último, por poner un ejemplo; sino con los cientos, o miles de ciudadanos que se levantan temprano, o dedican las horas del atardecer antes de la cena, para ir al gimnasio o correr unos cuantos kilómetros.
Hace unos pocos meses apareció un informe, patrocinado conjuntamente por BP-Castrol y el RACE, relativo a la distracción. La conclusión básica es que ya se ha convertido en la causa del 50% de los accidentes, y más en zona urbana. Y cita, a su vez, algunas de las nuevas subcausas que se añaden a las más tradicionales (que no cita, al margen de fumar): el teléfono móvil, manejar/consultar el navegador y los diversos medios de infotainment, el “whasapp”, etc; es decir, lo que yo suelo incluir bajo la denominación genérica de artilugios electrónicos.
Otra encuesta, ésta de origen norteamericano, y ceñida al colectivo de adolescentes y jóvenes (9.000 encuestados); no dice exactamente donde pone el límite de edad por arriba, pero por abajo, allí se puede conducir a partir de los 16 años. Pues bien, el resultado viene a decir que, a causa del teléfono, y fundamentalmente por escribir mensajes mientras se conduce, en este colectivo se producen en USA 3.000 muertes al año, y unos 300.000 heridos; la proporción de 100 a 1 indica, de ser cierta, que la seguridad pasiva del automóvil ha mejorado de forma espectacular, afortunadamente. La peligrosidad de esta causa ya ha superado a la que tiene al alcohol como factor desencadenante (no dice si también incluye aquí, como es frecuente, a las drogas), ya que en este caso las cifras se quedan en 2.700 muertes y 282.000 heridos. El porcentaje de conductores que reconocen practicar tan peligroso hábito asciende al 49% entre los de sexo masculino y al 45% del femenino. ¡Para que luego se diga que las mujeres hablan más!
Bueno, pues parece que ya ha quedado claro que la distracción, y muy concretamente la producida por el manejo de los artilugios electrónicos, es probablemente la causa número uno de accidentes. Porque si parece que ya va habiendo acuerdo en que la distracción, genéricamente hablando, es la causa primordial, y las modernas encuestas también parece que señalan a los artilugios como la subcausa más importante dentro de la distracción, la conclusión está clara. ¿De verdad está clara? Pues parece que no lo está, al menos para los realizadores de otra encuesta también recientemente aparecida; ésta no es española ni americana, sino genéricamente europea.
Todas estas encuestas nos las hacen llegar agencias de noticias que están especializadas en información del automóvil; en cuanto a la fiabilidad de los organismos o entidades que han realizado las encuestas, no sé si les consta a las agencias que nos las transmiten, pero lo cierto es que son las encuestas que luego aparecen en los telediarios, en los informativos de las radios, y en la prensa general. Pues bien, esta otra encuesta nos dice que en Europa salimos a un promedio de 75 muertos diarios por siniestralidad vial; pero agárrense Vds a la silla: las principales causas son las condiciones atmosféricas desfavorables y las carreteras resbaladizas. ¿Quién y dónde hizo esta encuesta: en los países nórdicos? Pues seguro que también tienen datos, al menos parciales, para refrendar ese resultado.
Como dije antes, cuando alguien ya tiene un objetivo preconcebido, y decide olvidarse del resto del panorama para potenciar su argumentación, siempre encontrará la forma de sacarse una encuesta de la manga para respaldar sus conclusiones. En múltiples ocasiones he repetido en este foro que esa cínica expresión de que “existen mentiras, mentiras podridas y estadísticas” no pasa de ser, como mucho, una verdad a medias. Pero lo que sí existen son estadísticas bien realizadas, mal realizadas aunque con buena voluntad, y sesgadas hacia un resultado desde su planteamiento. Una encuesta bien hecha empieza por elegir una muestra suficientemente amplia y porcentualmente bien repartida del campo que se pretende explorar, sigue por un cuestionario que no condicione al entrevistado y le ofrezca todas las posibilidades de respuesta razonables, darle tiempo para que responda con calma y sin sentirse coaccionado, y luego hacer una tabulación honrada de los resultados, sin barrer para casa. Esto, muy a “grosso modo”.
Pero, como hemos visto, si varias encuestas llegan a la conclusión de que la principal causa de los accidentes son tanto las carreteras resbaladizas como los artilugios electrónicos, es que alguien está haciendo algo muy mal, a sabiendas o no. Y también podría ser que lo que no se está haciendo es explicar exactamente el planteamiento de la encuesta; porque no es lo mismo decir que tal o cual sea la principal causa de accidentes, o que esto o lo otro sean los mayores causantes de muertes. Es decir, que habría que distinguir de forma mucho más clara, al publicitar estas encuestas, sobre el nivel de gravedad de los siniestros a que nos estamos refiriendo. Por lo general, el accidente urbano es de menor gravedad que el de carretera, ya que la velocidad media operativa es inferior; no es lo mismo el accidente de “chapa y pintura” que el de “ambulancia y tal vez coche fúnebre”. Lo mismo que no da igual contabilizar los muertos a las 24 horas del accidente, que al cabo de una semana, o un mes.
Por eso las estadísticas, mientras no me expliquen muy clarito el procedimiento de captación de datos, su tabulación y la forma de presentar los resultados, siempre me ofrecen una fiabilidad relativa. Mi percepción de la Seguridad Vial por supuesto que es muy poco científica, pero sí muy apegada a la realidad; y si mentalmente llevo décadas tabulando cuántas veces he visto a un conductor hacer una maniobra claramente despistada que podría haber generado un accidente, cuántas veces veo a otro hacer otro tanto porque no tiene ni pajolera idea de conducir, pero sigue vivo gracias a San Cristóbal, y cuántas veo a un tercero cometiendo conscientemente una barbaridad, tengo muy claro para mí que el orden de las tres causas que al principio cité es éste: primero distracción, segundo impericia y tercero imprudencia. En términos porcentuales ya no me atrevo a poner cifras, pero el orden sí que lo tengo bastante claro, tras de muchos cientos de miles de kilómetros de observación. Y, por supuesto, hay ocasiones en que se entremezclan simultáneamente dos o incluso las tres causas; la realidad no siempre se presta a ser encasillada de forma tan sencilla.
En cuanto a las campañas puntuales, lo más curioso no es que se centren monotemáticamente en un aspecto concreto (de lo contrario no serían campañas, sino programas organizados); sino el hecho de que, en cada una de ellas, se tiende a considerar el objeto de la misma como el mayor de los males. Puede ser la distracción, el cansancio, el alcohol, las drogas, el teléfono, las digestiones pesadas, fumar al volante, o alguna medicación especial; da igual: la causa que es objeto de esa campaña concreta, pasa a ser la causante de un mayoritario porcentaje de los accidentes. Claro que, al cabo de unas cuantas campañas, la suma de los porcentajes parciales se dispara muy, pero que muy por encima del 100%. Conclusión: alguien ha estado exagerando, sea voluntariamente (malo) o por desconocimiento y falta de buenas estadísticas (casi peor).
Al margen de esto, y ya metidos de lleno en el tema, voy a intentar subrayar la simplificación en que caen esas campañas, incluso si apuntan ya a una causa concreta. Así que empezaremos por la que estamos considerando como la más frecuente: la distracción. La variedad de posibles subcausas es impresionante, y voy a hacer un resumen que no pretende ser exhaustivo. Del equipamiento del coche hay un componente del que no se puede ni se debe prescindir: la climatización; ya que una ventilación y temperatura adecuadas optimizan las condiciones de una conducción segura.
Pero ahora vienen los artilugios del infotainment, y sus mandos más o menos complejos, racionales y ergonómicos: la tradicional radio, el ya muy frecuente navegador, las catorce variantes de conectividad para los quince posibles cacharritos que se suelen llevar colgados de la cintura y que nos pueden informar de hoteles, del clima, del tráfico y de las fases de la luna, y el teléfono (manos libres o no). Pero distrae no sólo manejarlos, sino incluso prestarles atención, consultarlos o escucharlos. Una última información (no encuesta): manejar cualquiera de estos chismes mediante el “mando por voz” también rebaja drásticamente (eso dicen) el nivel de atención, porque hay que concentrarse en lo que vas a decir bien alto y claro, y te desconectas de la conducción.
pantalla central táctil, potencial causa de distracción.
Pues no digo que no tenga algo de razón; pero también esto sería extensivo a mantener una discusión acalorada con un pasajero, por lo general familiar y con edad comprendida entre el año y medio y los noventa años. Y no digamos cuando el conductor y a la vez discutidor, o simplemente conversador, es de los que necesitan volver la cabeza para mirarle a la cara a su acompañante. Vamos, que todo lo que sea salirse del coche antiguo con volante, cambio y tres pedales (si era americano y automático, sin uso del cambio, y con dos pedales), es una potencial causa de distracción; y llevando las cosas al extremo, no deja de ser parcialmente cierto.
Otra subcausa de distracción: el cansancio. Podemos tenerlo ya al sentarnos al volante, o ir apareciendo poco a poco, pero siempre será por lo mismo: por mala condición física (más con la edad), o no haber descansado y dormido bien, o haber realizo un trabajo físicamente duro, o por excesiva tensión al volante si no se tiene soltura al manejar.
Más: preocupaciones laborales, familiares o personales, que nos impiden prestar atención a lo que ocurre fuera del coche, en vez de dentro de nuestro cerebro. Y luego está la pura y simple distracción puntual, como prestar atención a algo que ocurre fuera del coche: un paisaje llamativo, una persona ídem, un lío de gente, o un accidente (con alguna frecuencia, uno genera otro). No olvidemos la insuficiente técnica de conducción: ese conductor que presta más atención dentro que fuera del coche, y tiene que mirar la palanca de cambios para reducir una marcha. Claro que también un coche en mal estado es peligroso aunque no se averíe, al menos de momento: si vamos todo el rato esperando escuchar ruidos sospechosos, o controlando la aguja del termómetro u otra instrumentación, perdemos concentración.
Y para cerrar, no podemos olvidar los peligros del tabaco, desde sacar el cigarrillo hasta la brasa que inopinadamente cae en la tapicería o en la ropa, pasando por el momento cumbre de encenderlo (ya sea con mechero propio o del coche, y no digamos con cerilla). Ejemplo clásico, al que se une el de la no menos tradicional avispa que se cuela por la ventanilla entreabierta, a la que pretendemos espantar y devolver a la naturaleza a la vez que conducimos, y preocupados por si nos pica. Finalmente, un estado de euforia (y no provocado artificialmente por drogas o alcohol) también puede ser peligroso: nos toca la lotería y vamos felices y contentos a reunirnos can familia y amigos, tanto si ya se lo hemos contado por teléfono como si queremos darles la sorpresa en directo. Pues las probabilidades de darles un disgusto en vez de una alegría aumentan, si vamos demasiado eufóricos.
Todo esto -y seguro que se han quedado cosas en el tintero- respecto a la distracción; daría para muchas campañas puntuales, ¿no es cierto? Y al final, para un concepto único: al volante hay que ir atento y ser prudente. Nos quedan todavía dos causas básicas: la imprudencia y la incapacidad. De la primera hay poco que decir, y menos que aconsejar. Su filosofía básica es la de la “ruleta rusa”: estoy “casi” seguro de que esta rotonda la puedo tomar a 80; y luego resulta que era 70, y por los pelos. Pero para entonces ya se ha dado la bofetada, y tal vez llevándose a alguien por delante. No hay que confundir esta imprudencia consciente con la distracción del que se mete en la rotonda a 80 sin darse ni cuenta; esto último es distracción, no imprudencia. La incapacidad o ineptitud ya son harina de otro costal; y es un tema muy serio.
Aquí convendría distinguir, de entrada, entre incapacidad congénita y permanente, e ineptitud solucionable o transitoria. Lo he repetido en múltiples ocasiones, pero por una más, no hace daño; allá por los años 50/60 un prestigioso psicólogo de la conducción, el francés Roger Piret, sentó las bases de esta disciplina, que pueden darse como los pilares inmutables del tema. Y según él, las cualidades que un ser humano debe reunir para poder ser un razonablemente buen conductor, son las siguientes: inteligencia concreta, resistencia a la emotividad, atención difusa, rapidez de reacción y coordinación sicomotora. Lo malo del asunto es que estas cualidades tienen mucho de congénitas, y poco de mejorables, aunque con la práctica algunas pueden irse afinando. No obstante, su conclusión, tras numerosos análisis, fue que aproximadamente uno de cuatro ciudadanos de la cultura europea occidental, que es el entorno en el que nos movemos, no reúne el mínimo exigible de esas condiciones.
Dicho de otro modo, y dado que hoy en día (y salvo excepciones muy recalcitrantes) casi cualquiera acaba pudiendo sacarse el permiso de conducir -si se gasta suficiente dinero e invierte el tiempo necesario-, casi uno de cada cuatro conductores es potencialmente peligroso, puesto que no reúne ese mínimo de estabilidad psicológica y equilibrio psicofísico para reaccionar con rapidez y acierto en una situación comprometida; y eso al margen de su nivel técnico de manejo, que es capítulo aparte.
Al margen de esa incapacidad congénita, estaría la sobrevenida a causa de la decrepitud causada antes o después por edad, o por enfermedades crónicas limitadoras de la agudeza de los sentidos o de la capacidad para enjuiciar a tiempo y reaccionar con rapidez en circunstancias de muy rápida evolución. A este respecto, un caso tan asombroso y meritorio como el que nos presentó Javier Moltó respecto al conductor con minusvalía que manejaba el coche perfectamente mediante un “joy-stick”, tiene mucho más de excepción digna de todo elogio que de indicador válido de lo que un afán de superación puede dar de sí; en contados casos, ya hemos visto que sí, pero por regla general, creo que no.
fetiche del “tragamillas” sensato de dos ruedas.
Y luego están los casos de incapacidad o ineptitud transitorias causadas por circunstancias puntuales: enfermedades pasajeras que reducen la citadas capacidad sensorial y rapidez de reacción; o la medicación para ellas u otras, que produce somnolencia, como sedantes, tranquilizantes y similares. Y por supuesto, aquí encaja el efecto del alcohol y diversas drogas: estrechamiento del campo visual, lentitud de enjuiciamiento de la situación, obtención de falsas conclusiones y, en el mejor de los casos, lentitud de reacción, aunque fuese la acertada. En cuanto a algunas drogas, a ello se une la percepción errónea de la realidad, una euforia que elimina toda prudencia, y un fallo casi total de todos los mecanismos de cálculo.
Esta es la panorámica general de la SV, y repito que queda fuera la imprudencia voluntaria, el estado del vehículo y el de la infraestructura. Ante semejante panorama de poco o nada valen consejitos puntuales, tales como algunos que se oyen por la radio o la TV: las dos manos siempre al volante; no apartes nunca la vista de la carretera; para cada 90 (o 120, o 150) minutos, para descansar 5 (o 10, o 15) minutos. Lo más práctico es lo de revisar coche y ruedas; al respecto, buena la campaña de Michelin, con el simpático Bibendum recordándonoslo desde los “chirimbolos” urbanos. Pero algo tan sencillo, básico y para mí fundamental, como llevar el parabrisas inmaculadamente limpio (por fuera y por dentro), ¿se ha incorporado alguna vez a una campaña? Todo es cargar la suerte por el lado de la prudencia genérica y la demonización de la velocidad (me pone enfermo la encantadora locutora de “Ponle freno” cada vez que dice, así sin más, “no corras”), pero sin aportar apenas consejos positivos, y dando por supuesto que el conductor ya es todo lo bueno que puede ser.
Ahora bien, frente a una panorámica tan amplia, ¿cómo se puede luchar, campañas puntuales al margen? ¿Hay que ser simplemente aconsejador, o impositivo? Porque para lo del casco de los ciclistas en todo momento no se ha considerado que sea suficiente con aconsejarlo; sino que, a partir de 2014, imponerlo. Y no es que yo sea partidario de que “papá Estado” nos organice la vida, lejos de mí tal idea; pero en algunos casos, si se quiere ser eficaz, es mediante “ordeno y mando”. O de lo contrario, dejar que cada cual sea responsable de sus actos, y de sus consecuencias, y no estar dando la vara con advertencias que por una oreja entran y por otra salen. Ejemplo al canto: contra la distracción causada por los artilugios electrónicos, ¿cómo luchar? De momento, está prohibido hablar teléfono en mano, pero poco más. Pero siguen quedando el “manos libres” y todo lo demás: navegador, infotainment, connect de todo tipo, etc. Si la TV en la pantalla delantera no funciona en marcha, ¿por qué todo lo demás sí, al margen de la radio y el navegador? ¿Y por qué no se prohibe fumar conduciendo, sabiendo la cantidad de accidentes que provoca? ¿Porque es una actividad más antigua y ya tiene carta de naturaleza?
tienen un elevado riesgo potencial en su utilización.
Una encuesta española más, realizada a 1.000 conductores veteranos; esto no garantiza que tengan mucha práctica ni pericia, sino 65 años como mínimo. La pregunta es, cómo gente de edad, ¿qué es lo que les gusta y no les gusta de los coches actuales, para adaptarlos a sus necesidades? Pues lo que pidieron, por este orden de interés, fue lo siguiente: ventanas más grandes e ir sentados más altos, dirección asistida, airbags, ABS, aire acondicionado, y radio; y ya menos, sistemas de ayuda al aparcamiento. ¿Y el ESP? No sé por qué sospecho que el realizador de la encuesta olvidó incluirlo en la lista de posibilidades, porque si piden lo que va de la segunda a la cuarta exigencia, es raro que no pidan ESP (tal vez, pese a lo veteranos que eran, no les sonaba ni la sigla). Pero teniendo en cuenta que prácticamente todo lo que piden es equipo de serie en el 99% de los coches que hoy se venden, lo único específico que exigen es mejor visibilidad; como para un alto porcentaje del público femenino, su vehículo ideal sería un SUV o monovolumen tirando a compacto, que sería más fácil de aparcar.
Y todavía nos queda no una encuesta, sino una estadística de la DGT, que también se ciñe al colectivo de los de “más de 64 años”: según ella, nada menos que el 22% de los siniestros con víctimas mortales están protagonizados por mayores de 64 años. Ya estamos de nuevo con las redacciones ambiguas: ¿qué significa lo de “protagonizados”? ¿Que en un 22% de los accidentes con víctimas al menos una de ellas tenia 65 años o más? ¿O que en ese porcentaje de accidentes mortales al menos uno de los conductores implicados pertenecía a la “edad dorada”? Parece mentira lo que le cuesta a la gente explicarse con claridad y precisión; y anda que no es rico nuestro idioma en ofrecer posibilidades para matizar. Conclusión de la encuesta, no de la DGT, sino de la agencia que la transmite: “con la edad aumenta el riesgo al conducir”. O sea, más peligro con 41 que con 40 años, y el conductor más seguro, el de 18 años que acaba de sacarse el carnet. Cuando digo yo que actualmente no se estudia gramática en ningún sitio….
Y vamos ya cerrando el tema; las campañas puntuales, y no digamos si son alarmistas o dramáticas, tienen dos inconvenientes, al menos: después de unas cuantas, adormecen las conciencias, puesto que el ser humano tiende a ignorar lo desagradable, al menos mientras no le atañe directamente; y segundo y en el mejor de los casos, el impacto de la siguiente borra el recuerdo de la anterior: no tenemos capacidad, ni ganas, de almacenar en la memoria tanta amenaza de posibles desgracias. Es mejor, como en tantas cosas, la penetración capilar de una prolongada, suave y fina lluvia que el arrastre devastador de una “gota fría” de hora y media.
Conclusión: la SV es un problema multiforme, y hay que aceptarlo como tal. No basta con consejos y campañas simplificadores; al menos, sin haber empezado por lo básico: educación cívica, educación vial desde la infancia y buena enseñanza técnica de la única actividad cotidiana del ciudadano medio normal en la que puede matar y matarse. No vale eso de que “con la práctica ya se irá soltando”; sí, lo hará, y encalleciendo todos los vicios que tenga, también. Y acabo con lo de siempre: mientras no haya segundo examen, que en buena parte llevaría a los cursillos de perfeccionamiento de conducción, la cosa no funcionará. Necesitamos conductores conscientes, prudentes (no lentos), y suficientemente hábiles como para solucionar unos problemas que no tendrían por qué dar lugar a un accidente. Y después de todo eso, sería el momento de las campañas continuas, tranquilas, puntuales y bien argumentadas recordando lo de prudencia, distracción, drogas, alcohol, etc. etc. Y digo recordando, porque ya deberíamos saberlo desde mucho antes; si son las campañas las que tienen que descubrírnoslo, mal hemos empezado, peor vamos a seguir, y fatal vamos a acabar.