La verdad es que el tema lo tenía en cartera para un futuro no muy bien definido; pero como acabo de recibir los datos de una encuesta que lo roza, ha producido un efecto detonante, por lo que ya tenemos el argumento para esta entrada: la mujer al volante, y su corolario casi imprescindible, ¿lo hacen mejor o peor que los hombres? Vaya por delante que este asunto es uno de los que suelen tener un tratamiento menos serio, mayor cantidad de prejuicios y “a priori”, encuestas chapuceras en su planteamiento, malas en su realización, irreflexivas en las respuestas y sesgadas en su tabulación. Lo que se dice un primor, vaya; de modo que, a poco que nos esforcemos yo en la entrada y los blogueros en los comentarios, malo será que no saquemos algunas conclusiones un poco más sensatas y razonadas de lo que suele ser habitual en este asunto. El cual, por lo general, reaparece en verano como la serpiente del Lago Ness, cuando los medios de comunicación genéricos no tienen otros temas que los muy recurrentes de los atascos, los incendios forestales, quemarse al sol en la playa y las inundaciones por “gota fría”.
La citada encuesta es un ejemplo de la poca precisión conceptual con la que suele enfrentarse este tema; empieza diciendo que “el mito de que los hombres conducen mejor que las mujeres es falso, o al menos lo echan abajo los seis de cada diez españoles que consideran que la capacidad de conducir un automóvil no tiene nada que ver con el sexo del automovilista”. La confusión es muy grave, ya que mezcla la capacidad para conducir bien, con el hecho de conducir bien; si empezamos así, ya se puede suponer a qué conclusiones podríamos llegar. Nos falta por saber cómo era la redacción exacta de la o las preguntas; pero a la vista de la impávida tranquilidad con la que sus realizadores ponen como titular la citada frase, da la impresión de que la claridad de conceptos no era su mayor preocupación.
Así que vamos primero con el aspecto más teórico: el de la capacidad, ya sea innata o adquirida por formación. Puesto que el esfuerzo físico que exige un turismo actual es realmente muy bajo, pues todos llevan dirección y frenos asistidos, las eventuales diferencias de capacidad habrá que buscarlas en el campo intelectual y psicológico. Respecto a inteligencia, casi no hace falta ni plantear la cuestión: la enorme cantidad de mujeres de brillantísima ejecutoria intelectual y profesional nos ahorran tener que entrar en el asunto; los aspectos psicológicos ya podrían ser otro cantar. Una vez más, recurriré a citar alguna de mis anteriores entradas sobre el tema; me parece más práctico que obligar a los blogueros a tirar de ratón y estar arriba y abajo buscando entradas y párrafos concretos. Y para el caso que nos ocupa, repetiré algo que se decía en la entrada sobre “Conducir bien”, en una cita al alimón entre una previa del psicólogo Roger Piret y un pequeño añadido de un servidor de Vds: para conducir bien es preciso disponer de una “atención difusa, entendiendo como tal a la capacidad de percibir y analizar simultáneamente informaciones diversas. Atención que, además, debe ser selectiva; es decir, la que automáticamente descarta, para no atiborrar el cerebro, aquellas señales que no son significativas de cara al desarrollo de los acontecimientos”.
Pues bien, en principio, está comúnmente admitido que las mujeres tienen una mayor capacidad para estar atendiendo simultáneamente a varias cosas a la vez (lo demuestran a diario en las faenas domésticas), mientras que el hombre tiende a centrarse, en profundidad, en una única cuestión. Así que, sobre el papel, la mujer debería ser superior en el aspecto de esa atención difusa y selectiva. Pero, ¿utiliza en la práctica esa capacidad?; pues a lo mejor (más bien peor), unas sí, otras no tanto, y algunas nada en absoluto (y a los hombres también les puede ocurrir, pero menos). Y esto es debido al interés con el que cada cual se enfrenta la tarea de conducir un coche. Siempre hablando en términos muy generales, pero estadísticamente aceptados como correctos, el hombre enfoca el aprendizaje de la conducción y el posterior manejo del coche como un reto, herramienta y demostración (por orden más o menos ascendente, y no para todos por igual) de capacidad, habilidad, control, dominio, superioridad, competitividad, agresividad, machismo y compensaciones psicológicas diversas. Y para ejercitar todo ello precisa, y con mayor o menor interés intenta alcanzar (otra cosa es que lo consiga) un buen nivel de control técnico en el manejo del coche. Por el contrario, el arquetipo femenino tiende a considerar al automóvil como una herramienta útil e incluso placentera (para algunas; para otras, una tortura), pero sin poner en la habilidad de su manejo ni mayor interés ni el menor timbre de gloria. Y ya se sabe: es difícil aunque no imposible, hacer bien algo que no nos gusta o, como mucho, nos resulta indiferente.
Así pues, mi base de partida es que la mujer, potencialmente, está igual o incluso más capacitada que el hombre para la conducción normal y corriente en el tráfico cotidiano (otra cuestión podría ser la competición pura; y aún ahí habría mucho que hablar, pero no aquí y ahora, al menos por mi parte). Pero esa ventaja inicial puede quedar parcial o totalmente anulada, o incluso en saldo negativo, a causa del poco o nulo interés, cuando no rechazo, a profundizar en las técnicas de manejo del coche, más allá de la llave de entrada y contacto, los pedales, el volante y la palanca, y los mandos de luces y climatización. Repito que esto es, más o menos, un promedio estadístico, con todas las excepciones que se quiera. Por el contrario, es también bastante evidente que las mujeres manifiestan al volante un comportamiento menos competitivo que el de los hombres; este es un factor positivo, ya que elimina conflictos.
Y ahora vamos ya a los aspectos prácticos, aunque condicionados por todo lo anterior. En la entrada citada más arriba, se hacía la distinción entre conducir, como simple manejo del coche, y circular, como hacerlo interactuando con todos los demás protagonistas del tráfico. Y aquí aparece otra de las causas de que, al hablar de la mujer al volante, la mayor parte de las veces no esté muy claro de qué se habla, pues los comentaristas saltan de la conducción a la circulación sin mayores puntualizaciones. Aquí sí que las vamos a hacer, y volveré a la cómoda práctica de la autocita: “Conducir bien creo que es la optimización o armonización de seis parámetros, que bien se pueden agrupar en tres parejas: una, consumo y promedio de marcha; dos, trato a la mecánica y a los eventuales pasajeros y tres, seguridad y desgaste del conductor por mayor o menor tensión y concentración al volante. Conviene recordar que hay una gran cantidad de actividades humanas en las que hacerlo más rápido, siempre a igualdad de perfección en los resultados, es sinónimo de hacerlo mejor. Escribir en un teclado sin faltas, con dos dedos y sacando la lengua por la comisura de la boca lo hace cualquiera, pero ¿a qué velocidad?; ese es un mal mecanógrafo. Pero que quede claro que se puede ser un buen conductor sin ser especialmente rápido: el que al menos sea capaz de mantener el ritmo medio de marcha del resto de los usuarios de la vía por la que circula (o sea, que moleste menos de lo que le molestan a él, entendiendo por molestia la maniobra del adelantamiento) puede ser, si no un excelente, al menos un buen conductor, si bien no muy dotado de habilidad al volante; esto es, si es capaz de optimizar a buen nivel las seis condiciones antes señaladas”. Hasta aquí la cita, para centrar un poco el tema.
¿Cómo cumplen las mujeres con estos seis parámetros? Para empezar, cuando se habla del asunto, los seis se suelen reducir a uno: seguridad; y habría que saber lo que cada cual entiende por seguridad (propia o ajena, por ejemplo). Así que no vamos tampoco a complicarnos demasiado la vida: obviaremos si obtienen mejores o peores consumos que los hombres (cosa prácticamente imposible de dilucidar), y admitiremos que, siempre en términos generales, conducen más despacio que los hombres. Y también que su trato de la mecánica, por falta de interés o conocimientos, suele ser algo más lesivo, aunque pretenda ser más suave, que el de los hombres. Pero no es menos cierto que las jóvenes generaciones cada vez lo hacen algo mejor.
De manera que pasaremos al aspecto más nuclear del asunto: cómo circulan las mujeres. Y aquí también suele aparecer un enfoque parcial del asunto: en la mayoría de los casos, se habla de cómo circulan por ciudad o, como mucho, en las áreas metropolitanas, como si no condujesen en carretera o autovía. Y esto, como casi todos los lugares comunes, tiene un trasfondo de verdad; ya que, proporcionalmente, se ven más mujeres al volante en zona urbana que en carretera abierta, donde lo más frecuente es que, si viaja al menos la pareja, sea el hombre el que conduce (de nuevo salvo excepciones). Pero antes de entrar en su conducción en uno u otro entorno, voy a volver a recordar algunas definiciones y premisas que nos pueden ser de utilidad:
“La definición más corta (válida para conducir y para circular) es que se trata de prever, anticipar, prevenir, incluso adivinar; en segundos, en ocasiones sólo décimas, profetizar lo que va a ocurrir, con suficiente margen de maniobra. Se trata de reducir los conflictos al mínimo. O sea, molestar lo menos posible y evitar o esquivar que otros nos molesten; al límite, evitar verse envuelto en un accidente, no creándolo, y procurando zafarse de los peligros creados por terceros”. Otras dos definiciones que también son de interés son: procurar anticipar lo bastante para poder hacer todas las maniobras, de manejo del coche y de circulación, con suavidad, y conducir de manera que nuestra actuación sea predecible para los demás.
Aquí ya tenemos dos cuestiones concretas donde hincar el diente: las mujeres, al conducir, ¿molestan más o menos que los hombres?, y muy en paralelo con ello, ¿las mujeres son predecibles conduciendo? Recordando, una vez más, que hablamos en términos estadísticamente globales, creo que hay que reconocer que, en estos dos aspectos, las mujeres arrojan un saldo comparativamente negativo. Mucho más en ciudad, evidentemente, ya que en dicho entorno la interacción con el resto de usuarios es prácticamente continua; pero con más peligro en carretera, ya que las velocidades son mayores, las inercias de los coches mucho más importantes, y tanto las distancias de frenado como los cambios de trayectoria requieren muchos más metros de espacio libre.
Ya he defendido en alguna ocasión que tengo una interpretación muy liberal de la utilización de los intermitentes, la cual resumo en que hay que utilizarlos “siempre que transmitan a los demás usuarios información de relevante interés para su conducción”; eso sí, no se puede fallar una, y el que no esté seguro de ser capaz de discernirlo, que los dé siempre, incluso en medio del desierto. Y la verdad es que el manejo de esta palanquita, siempre por comparación y admitiendo excepciones (no sé cuantas veces más voy a decir esto, pero más vale que “zozobre”), no brilla precisamente por su fiabilidad en la típica conducción femenina, que no es precisamente muy previsible. Ni tampoco lo es, aunque lo acaben avisando con la lucecita, su previsión para situarse en el carril adecuado para hacer un giro con suficiente antelación.
En cuanto a lo de molestar, de forma genérica, y admitiendo que tener que adelantar siempre supone un momento de potencial peligro, y puesto que ellas están situadas mucho más en el grupo de los adelantados que en el de los adelantadores, sí que molestan más que el promedio. Pero esto no tiene mayor importancia; y además, siempre habrá un 50% de conductores que vayan a una velocidad media superior a la del otro 50%, con independencia de su sexo. La observación del tráfico cotidiano nos permite verificar que en este segundo 50% hay más proporción de mujeres que en el otro 50%, pero nada más. Ahora bien, no me vendan la cabra de que lentitud equivale a seguridad: el conductor prudente pero torpe podrá poner el máximo interés en conducir seguro y sin molestar; no lo conseguirá. Cortesía y prudencia no son sustitutivos de un mínimo decente de pericia en el manejo del coche. Otra cosa es que tengamos que convivir con este tipo de conductores.
Lo que sí suele practicar la mujer conductora es lo que se denomina “conducción defensiva”, consistente en bloquear el tráfico, dejando amplia distancia por delante, pero cerrando el paso a posibles adelantamientos, para rodearse de una especie de isla de seguridad. Y ello lo hacen de modo instintivo, porque no creo que hayan leído ningún manual sobre dicho tipo de conducción. Invito a los que todavía no se hayan dado cuenta, a que en vías con tres o más carriles de circulación, observen la frecuencia con la que una mujer se sitúa en el más extremo, bien sea junto al arcén o la mediana, y se pone a la misma velocidad que otro coche que circula por el inmediato; no le adelanta, ni tan siquiera se empareja con él, sino que circula en diagonal, manteniendo su faro del orden de uno o dos metros por detrás del piloto del otro. De este modo, no lo tiene al lado, ni tampoco al que vaya detrás de él, ya que esto sería ir demasiado próximo; y así circula sin ningún coche a su lado, y bloqueando todo adelantamiento, lo que en su experiencia supone una situación “estresante”.
En cuanto a la autovía, con frecuencia manifiestan un defecto que también atenaza a muchos conductores masculinos; pero, como ya he dicho, en mayor proporción estadística a las mujeres: no atreverse a adelantar en curva, y muy en especial a vehículos pesados, sean estos camiones o autobuses. Alcanzan a dicho vehículo, pero como en los próximos 100 o 200 metros se vislumbre una curva, por suave que sea, levantan el pie y se hacen todo el recorrido de la misma (que puede tener perfectamente 600 metros, o más) por el carril de adelantar, en la posición reseñada en el anterior párrafo. Y una vez que el trazado se endereza, y ya ven cientos de metros de línea recta, pisan y adelantan. Por lo visto, temen que el vehículo pesado tenga la costumbre de tomar las curvas andando medio de lado, como los cangrejos, y espachurre a los turismos contra el guard-rail.
Y también es frecuente, tanto en ciudad como con mayor razón en carretera o autovía, verles conducir bajo una gran tensión, detectable con observar su postura al volante (sí, también lo hacen muchos hombres): van, tanto unos como otras, echados hacia delante, comiéndose materialmente el volante, como si llevar la cabeza un palmo más delante de la posición natural le confiriese mejor visibilidad, con los hombros separados del respaldo, y con los nudillos blancos por apretar con fuerza el volante. Esto cansa, tanto física como psicológicamente; y lo peor es que indica, pese a la velocidad moderada que mantienen, que ya van por encima de sus posibilidades.
Todo el conjunto de lo dicho hasta ahora conforma un cuadro en el que se observa que la mujer conduce con lo que ella considera mucha prudencia, pero algo peor que el promedio de los hombres; y sin duda, porque no se plantean en serio no ya el hecho de conducir, puesto que lo hacen, sino el de conducir bien, disfrutando de la satisfacción de la obra bien hecha, como decía D’Ors. El coche es, para muchas de ellas, un electrodoméstico, mientras que para la mayoría de los hombres es todo lo contrario; en ocasiones, incluso con un exceso de erotismo entre hombre y máquina.
Pero vamos al apartado final; con gran frecuencia, cada vez que asoma su largo cuello esta serpiente de verano, oímos que alguien dice, como quien ha descubierto América: la mujer conduce mejor porque tiene menos accidentes. Es la siniestralidad como baremo; que podría serlo, y bueno, a condición de ser suficientemente precisos en la selección e interpretación de estadísticas, cuando éstas existen (ésta es otra). Porque los parámetros respecto a los que tabular los accidentes pueden ser todos los siguientes, y tal vez me olvide de algunos: tiempo total (accidentes/año), tiempo de conducción (accidentes/tiempo al volante), kilometraje (accidentes/km), entorno (urbano/extraurbano), y gravedad (de chapa y parte al seguro, o más grave y con atestado). Porque las estadísticas de la DGT no casan con las de las compañías de seguros. Y, finalmente, todo ello prorrateado entre el número de conductores de uno y otro sexo, y el kilometraje total que cubre uno y otro colectivo. Nunca jamás he visto alguna estadística confeccionada de acuerdo con estos criterios; tampoco sé, y sospecho que no, si existen datos fiables para poder hacerlo. Y no una estadística, sino todas, para poder cruzar conclusiones parciales y llegar, tal vez, a una más general.
Mientras llegan estas estadísticas, lo único que me atrevo a afirmar es: las mujeres podrían conducir igual, o incluso algo mejor que los hombres, dada su reconocida capacidad para tener una atención dispersa; por el momento, manejan peor porque no se han propuesto en serio hacerlo mejor; y molestan algo más, por su relativa lentitud, por su prudencia unida a falta de soltura, y por lo impredecible de algunos de sus comportamientos. Hasta aquí llego; al menos de momento. Es casi seguro que los comentarios descubrirán nuevas facetas dignas de un buen coloquio.